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viernes, 21 de diciembre de 2012

La primera meditación que voy a predicar en el retiro de Navidad de la parroquia es puro plagio de Cantalamessa. Si es que predica tan bien...


Les anuncio una gran alegría

2012-12-21 Radio Vaticana
(RV).- Ante la presencia de Benedicto XVI, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, después de reflexionar sobre la gracia del Año de la fe y sobre el aniversario del Vaticano II, ha tenido esta mañana en la Capilla Redemptoris Mater del Vaticano su tercera y última meditación de Adviento, sobre el tercer gran tema del año, la evangelización.
El padre capuchino ha hablado de cómo evangelizar a través de la alegría.
La fuente última de la alegría es Dios, la Trinidad. Pero nosotros estamos en el tiempo y Dios está en la eternidad; ¿cómo puede fluir la alegría entre estos dos planos así distantes? ¿Cómo puede esta alegría alcanzar a la Iglesia de hoy y contagiarla?
Lo hace, en primer lugar, a través de la memoria, en el sentido de que la Iglesia "recuerda" las maravillas de Dios en su favor en estos veinte siglos! ¡Cuántas gracias, cuántos santos, cuánta sabiduría de doctrina y riqueza de instituciones, cuánta salvación obrada en ella y por ella!
La alegría por la acción de Dios llega, por lo tanto a nosotros, afirma el padre Cantalamessa a través de la memoria, pero nos llega también de otra manera no menos importante: a través de la presencia, ya que constatamos que incluso ahora, en el presente, Dios está obrando entre nosotros, en la Iglesia.Si la Iglesia quiere encontrar, en medio de todas las angustias y las tribulaciones que la afligen, la vía del coraje y de la alegría, explicó el predicador, debe abrir bien los ojos sobre lo que Dios está haciendo hoy en ella. El Espíritu Santo, está escribiendo hoy en la Iglesia y en las almas historias maravillosas de santidad.
Dice san Pablo, dirigiéndole a los cristianos de Filipos: "Estén siempre alegres en el Señor. Que su afabilidad -dice-, sea conocida de todos los hombres". La palabra "afabilidad" traduce aquí un término griego, que indica actitudes como misericordia, indulgencia, capacidad de saber ceder, de no ser obstinado. Los cristianos dan testimonio, por lo tanto, de la alegría cuando ponen en práctica estas disposiciones; cuando, evitando cualquier amargura e inútil resentimiento en el diálogo con el mundo y con los demás, saben irradiar confianza, imitando de esta forma, a Dios, que hace llover su agua también sobre los injustos. (ER – RV)

texto completo de la meditación del padre Raniero Cantalamessa




P. Raniero Cantalamessa
Tercera predicación
"LES ANUNCIO UNA GRAN ALEGRÍA"
Evangelizar a través de la alegría
Después de reflexionar sobre la gracia del Año de la fe y sobre el aniversario del Vaticano II, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha tenido esta mañana en la Capilla Redemptoris Mayter del Vaticano su tercera y última meditación de Adviento, sobre el tercer gran tema del año, la evangelización.

El papa ha invitado a la Iglesia a hacer de este año una oportunidad para redescubrir "la alegría del encuentro con Cristo", la alegría de ser cristianos. Haciéndome eco de esta exhortación, voy a hablar de cómo evangelizar a través de la alegría. Lo hago permaneciendo lo más posible, en relación al tiempo litúrgico que vivimos, de modo que sirva también como preparación para la Navidad.
1. La alegría escatológica
En los "evangelios de la infancia", Lucas, "inspirado por el Espíritu Santo", ha conseguido no solo presentarnos los hechos y los personajes, sino también recrear la atmósfera y el estado de ánimo en que se vivieron esos acontecimientos. Uno de los elementos más evidentes de este mundo espiritual es la alegría. La piedad cristiana no se equivocó cuando llamó a los hechos de la infancia de Jesús, los «misterios gozosos», misterios de la alegría.
En Zacarías, el ángel promete que habrá "alegría y gozo" por el nacimiento de su hijo y que muchos "se alegrarán" por él (cf. Lc. 1, 14). Hay una palabra griega que, a partir de este momento, volverá a aparecer en la boca de varios personajes, como una especie de tono continuo y es el término agallìasis, que significa "la alegría escatológica por la irrupción del tiempo mesiánico." Ante el saludo de María, la criatura "exultó de alegría" en el vientre de Isabel (Lc. 1, 44), preanunciando, por lo tanto, la alegría del "amigo del esposo" por la presencia del novio (Jn. 3, 29s) . La nota alcanza un primer alto en el grito de María: "¡Mi espíritu se alegra (egallìasen) en Dios!" (Lc. 1, 47); se extiende a través de la alegría calma de los amigos y de los parientes en torno a la cuna del Precursor (cf. Lc. 1, 58), para finalmente explotar con toda su fuerza, en el nacimiento de Cristo, en el grito de los ángeles a los pastores: "Les anuncio una gran alegría" (Lc. 2, 10).
No se trata solo de algunas referencias dispersas de alegría, sino de un ímpetu de alegría calma y profunda que atraviesa los "evangelios de la infancia" de principio a fin, y se expresa de muchas y diferentes maneras: en el impulso con el que María se levanta para ir donde Isabel y de los pastores para ir a ver al Niño, en los gestos humildes y típicos de la alegría, que son las visitas, los augurios, los saludos, las felicitaciones, los regalos. Pero, sobre todo, se expresa en el estupor y en la gratitud conmovida de estos protagonistas: "¡Dios ha visitado a su pueblo! [...] ¡Se ha acordado de su santa alianza. Lo que todos los fieles habían pedido --que Dios recuerde sus promesas--, ¡ya sucedió! Los personajes de los "evangelios de la infancia" parecen moverse y hablar en la atmósfera del sueño cantado en el Salmo 126, el salmo de la vuelta del exilio:
"Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía que soñábamos:
nuestra boca se llenó de risas
y nuestros labios, de canciones.
Hasta los mismos paganos decían:
«¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!».
¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros
y estamos rebosantes de alegría! "
María hace suya la última expresión de este salmo, cuando exclama, "Ha hecho en mi favor cosas grandes, el Todopoderoso". Estamos ante el ejemplo más puro de la "sobria embriaguez" del Espíritu. La suya es una verdadera "embriaguez" espiritual, pero es "sobria". No se exaltan, no se preocupan en tener un puesto más o menos importante en el incipiente Reino de Dios. No se preocupan siquiera en ver el final; Simeón, de hecho, dice que el Señor ahora puede dejarlo incluso ir en paz, que desaparezca. Lo que importa es que la obra de Dios avance, no importa si con ellos o sin ellos.
2. De la liturgia a la vida
Pasemos ahora de la Biblia y de la liturgia a la vida, a la cual se dirige siempre la palabra de Dios. La intención del evangelista Lucas no es solo de narrar, sino también de involucrar a la audiencia y atraerla, como a los pastores, a una alegre procesión a Belén. "Quien lee estas líneas --dice un exegeta moderno--, está llamado a compartir la alegría; solo la comunidad concelebrante de los creyentes en Cristo, y de sus fieles, puede estar a la altura de estos textos."

Esto explica por qué los evangelios de la infancia tienen tan poco que decir a quien busca en ellos sólo la historia y tienen en cambio tanto que decir a quien busca en ellos también el significado de la historia, como hace el santo padre en su último volumen sobre Jesús. Hay muchos hechos que acaecieron pero no son “históricos” en el sentido mas alto del término, porque no han dejado traza en la historia, no han creado nada. Los hechos relativos al nacimiento de Jesús son hechos históricos en el sentido más fuerte, porque no sólo acaecieron, sino que incidieron, y en modo determinante, en la historia del mundo.
 

Regresamos al tema de la alegría. ¿De dónde nace la alegría? La fuente última de la alegría es Dios, la Trinidad. Pero nosotros estamos en el tiempo y Dios está en la eternidad; ¿cómo puede fluir la alegría entre estos dos planos así distantes? De hecho, si escudriñamos mejor la Biblia, descubrimos que la fuente inmediata de la alegría está en el tiempo: es el actuar de Dios en la historia. ¡Dios que actúa! En el punto donde "cae" una acción divina, se produce como una vibración y una ola de alegría que se extiende, después, por generaciones, incluso --en el caso de las acciones dadas por la revelación--, para siempre.
La acción de Dios es, cada vez, un milagro que llena de maravilla el cielo y la tierra: "¡Alégrate cielo; Yahvé lo ha hecho! --dice el profeta--, ¡clamen , profundidades de la tierra!" (Is. 44, 23; 49, 13). La alegría que viene del corazón de María y de los otros testigos de los inicios de la salvación, se basa toda ella en este motivo: ¡Dios ha auxiliado a Israel! ¡Dios ha actuado! ¡Ha hecho cosas grandes!
¿Cómo puede, esta alegría por la acción de Dios, alcanzar a la Iglesia de hoy y contagiarla? Lo hace, en primer lugar, a través de la memoria, en el sentido de que la Iglesia "recuerda" las maravillas de Dios en su favor. La Iglesia está invitada a hacer suyas las palabras de la Virgen, "Ha hecho en mi favor cosas grandes, el Todopoderoso". El Magnificat es el cántico que María cantó primero, como corifea, y ha dejado a la Iglesia que la prolongue por los siglos. ¡Grandes cosas ha hecho, en realidad, el Señor por la Iglesia, en estos veinte siglos!
Tenemos, en cierto sentido, más razones objetivas para regocijarnos, de las que tenían Zacarías, Simeón, los pastores y, en general, toda la Iglesia primitiva. Esta comenzó "esparciendo la semilla para la siembra", como lo dice el Salmo 126 mencionado anteriormente; había recibido las promesas: "¡Yo estoy con ustedes!" y los encargos: "¡Vayan por todo el mundo!". Nosotros hemos visto el cumplimiento. La semilla creció, el árbol del Reino se ha hecho inmenso. La Iglesia de hoy es como el sembrador que "vuelve con alegría, trayendo sus gavillas".
¡Cuántas gracias, cuántos santos, cuánta sabiduría de doctrina y riqueza de instituciones, cuánta salvación obrada en ella y por ella! ¿Cuál palabra de Cristo no ha encontrado su perfecto cumplimiento? Ha encontrado cierto cumplimiento la palabra:"En el mundo tendrán tribulación" (Jn. 16, 33), pero también la ha encontrado las palabras: "Las puertas del infierno no prevalecerán" (Mt. 16, 18).
¿Con derecho puede la Iglesia hacer suyo, ante las filas sinnúmero de sus hijos, la maravilla de la antigua Sión y decir: “¿Quién me ha dado a luz a estos? Yo no tenía hijos y era estéril; ¿y a estos quién los crió?" (Is. 49, 21). ¿Quién, mirando hacia atrás con los ojos de la fe, no ve cumplidas perfectamente en la Iglesia las palabras proféticas dirigidas a la nueva Jerusalén, reconstruida después del exilio?: "Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti; tus hijos vienen de lejos [...]. Tus puertas, siempre abiertas, [...] para que entren a ti las riquezas de los pueblos" (Is. 60, 4.11).
¡Cuántas veces la Iglesia ha tenido que ampliar, en estos veinte siglos --aunque si no siempre, sí ha sucedido con prontitud y sin resistencia--, el "espacio de su tienda", es decir, la capacidad de acoger, para dejar entrar la riqueza humana y cultural de los diversos pueblos! Para nosotros, hijos de la Iglesia que nos nutrimos "por la abundancia de su pecho", se nos dirige la invitación del profeta a alegrarnos por la Iglesia, a "llenarnos de alegría por ella", después de haber asistido a su duelo (cf. Is. 66,10).
La alegría por la acción de Dios llega, por lo tanto a nosotros, los creyentes de hoy, a través de la memoria, porque vemos las grandes cosas que Dios ha hecho por nosotros en el pasado. Pero nos llega también de otra manera no menos importante: a través de la presencia, ya que constatamos que incluso ahora, en el presente, Dios está obrando entre nosotros, en la Iglesia.
Si la Iglesia quiere encontrar, en medio de todas las angustias y las tribulaciones que la afligen, la vía del coraje y de la alegría, debe abrir bien los ojos sobre lo que Dios está haciendo hoy en ella. El dedo de Dios, que es el Espíritu Santo, está escribiendo todavía en la Iglesia y en las almas y está escribiendo historias maravillosas de santidad, de tal manera que un día --cuando desaparezca todo lo negativo y el pecado--, harán, tal vez, ver a nuestro tiempo con asombro y santa envidia.
¿Actuando así, cerramos quizá los ojos a los tantos males que afligen a la Iglesia y a las traiciones de tantos de sus ministros? No, pero desde el momento en que el mundo y sus medios de comunicación no destacan, de la Iglesia, sino estas cosas, es bueno por una vez elevar la mirada y ver también su lado luminoso, su santidad.
En cada época --incluso en la nuestra--, el Espíritu dice a la Iglesia, como en la época del Deuteroisaías: "Pues desde ahora te cuento novedades , secretos que no conocías; cosas creadas ahora, no antes, que hasta ahora no habías oído" (Is. 48, 6-7). ¿No es una "cosa nueva y secreta", este poderoso aliento del Espíritu que reanima el pueblo de Dios y despierta en medio de este, carismas de todo tipo, ordinarios y extraordinarios? ¿Este amor por la palabra de Dios? ¿Esta participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia y en la evangelización? ¿El compromiso constante del magisterio y de tantas muchas organizaciones en favor de los pobres y de los que sufren, y el deseo de reparar la unidad rota del Cuerpo de Cristo? ¿En qué época pasada, la Iglesia ha tenido una serie de papas doctos y santos como desde hace un siglo y medio a hoy, y tantos mártires de la fe?
3. Una relación diferente entre la alegría y el dolor
Del plano eclesial pasamos al plano existencial y personal. Hace unos años hubo una campaña promovida por el ala del ateísmo militante, cuyo eslogan publicitario, publicado en el transporte público de Londres, decía: "Probablemente Dios no existe. Así que deja de atormentarte y disfruta de la vida": “There’s probably no God. Now stop worrying and enjoy your life”.
El elemento más insidioso de este slogan no es la premisa "Dios no existe" (que debe ser probado), sino la conclusión: "¡Disfruta de la vida!". El mensaje subyacente es que la fe en Dios impide disfrutar de la vida, es enemiga de la alegría. ¡Sin este habría más felicidad en el mundo! Tenemos que dar una respuesta a esta insinuación que mantiene alejados de la fe sobre todo a los jóvenes.
Jesús ha obrado, en el plano de la alegría, una revolución de la que es difícil exagerar el alcance y que puede ser de gran ayuda en la evangelización. Es una idea que creo ya haber dicho en este mismo lugar, pero el tema lo requiere. Hay una experiencia humana universal: en esta vida placer y dolor se suceden con la misma regularidad con la que, cuando al alzarse una ola en el mar, le sigue una disminución y un vacío que succiona al náufrago. "Un no sé qué de amargo --escribió el poeta pagano Lucrecio--, surge del íntimo mismo de cada placer y nos angustia en medio de las delicias". El uso de drogas, el abuso del sexo, la violencia homicida, proporcionan la embriaguez del placer, pero conducen a la disolución moral, y a menudo también física, de la persona.
Cristo ha invertido la relación entre el placer y el dolor. El "por el gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo" (Hb. 12,2). Ya no es un placer que termina en sufrimiento, sino un sufrimiento que lleva a la vida y a la alegría. No se trata solo de una diferente sucesión de las dos cosas; es la alegría, de este modo, la que tiene la última palabra, no el sufrimiento, y una alegría que durará para siempre. "Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y la muerte no tiene ya señorío sobre él" (Rm. 6,9). La cruz termina con el Viernes Santo, la dicha y la gloria del Domingo de Resurrección se extienden para siempre.
Esta nueva relación entre sufrimiento y placer se refleja incluso en la forma de referirse al tiempo en la Biblia. En el cálculo humano, el día empieza con la mañana y termina de noche; para la Biblia comienza con la noche y termina con el día: "Y fue la tarde y fue la mañana del primer día", dice el relato de la creación (Gn. 1,5). Incluso en la liturgia, la solemnidad comienza con las vísperas de la vigilia. ¿Qué quiere decir esto? Que sin Dios, la vida es un día que termina en la noche; con Dios, es una noche (a veces una "noche oscura"), pero termina en el día, y un día sin ocaso.
Pero hay que evitar una fácil objeción: ¿la alegría es por lo tanto solo después de la muerte? ¿Esta vida no es, para los cristianos, más que un "valle de lágrimas"? Al contrario, ninguno experimenta en esta vida la verdadera alegría como los verdaderos creyentes. Se dice que un día un santo clamó a Dios: "¡Basta con la alegría! Mi corazón no la puede contener más". Los creyentes, exhorta el Apóstol, son "spe gaudentes", gozosos en la esperanza (Rm. 12, 12), que no significa solo que "esperan ser felices" (por supuesto, en el más allá), sino también que "son felices de esperar", felices ya ahora, gracias a la esperanza.
La alegría cristiana es interior; no viene desde fuera, sino desde dentro, como algunos lagos alpinos que se alimentan, no por un río que fluye desde el exterior, sino a partir de una fuente de agua que brota desde su mismo fondo. Nace del actuar misterioso y presente de Dios en el corazón humano en gracia. Puede hacer por lo tanto, que se abunde de alegría incluso en los sufrimientos (cf. 2 Co. 7, 4). Es "fruto del Espíritu" (Ga. 5, 22; Rm. 14, 17) y se expresa en la paz del corazón, plenitud de sentido, capacidad de amar y de ser amado, y por encima de todo, en la esperanza, sin la cual no puede haber alegría.
En 1972, el Consejo de Europa, a propuesta de Herbert von Karajan, adoptó como himno oficial de la Europa unida el Himno a la Alegría que concluye la Novena Sinfonía de Beethoven. Este es sin duda uno de los picos de la música mundial, pero la alegría que allí se canta es una alegría deseada, no realizada; es un grito que se eleva desde el corazón humano, más que una respuesta a la misma.
En el himno de Schiller, que inspiró la letra del mismo, se leen palabras inquietantes: "Aquellos que han tenido la dicha de tener un amigo o una buena esposa, que ha conocido, aunque sea por una hora, qué cosa es el amor, estos se acerquen entonces; pero quien no ha sabido nada de todo esto, mejor que se aleje, llorando, de nuestro círculo". Como se puede ver, la alegría que los hombres "beben de los pechos de la naturaleza" no es para todos, sino solo para algunos privilegiados de la vida.
Estamos lejos del lenguaje de Jesús que dice: "Vengan a mí todos los que estan fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso" (Mt. 11, 28). El verdadero himno cristiano a la alegría es el Magnificat de María. Este habla de una exultanza (agalliasis) del espíritu por lo que Dios ha hecho en ella, y lo hace para todos los humildes y los hambrientos de la tierra.
4. Testimoniar la alegría
Esta es la alegría de la que tenemos que dar testimonio. El mundo busca la alegría. "Al solo escucharla nombrar --escribe san Agustín--, todos se alzan y te miran, por así decirlo, a las manos, para ver si eres capaz de dar algo a su necesidad". Todos queremos ser felices. Es lo que es común a todos, buenos y malos. Quien es bueno, es bueno para ser feliz; quién es malo no sería malo sino esperase del poder, para así, ser feliz. Si todos amamos la alegría es porque, de alguna manera misteriosa, la hemos conocido; si en realidad no la hubiésemos conocido --si no fuésemos hechos por ella--, no la amaríamos. Este anhelo de la alegría es el lado del corazón humano naturalmente abierto a recibir el "mensaje alegre".
Cuando el mundo llama a la puerta de la Iglesia --incluso cuando lo hace con violencia y con ira--, es porque busca la alegría. Los jóvenes sobretodo buscan la alegría. El mundo a su alrededor es triste. La tristeza, por así decirlo, nos toma de la garganta, en la Navidad más que en el resto del año. No es una tristeza que depende de la falta de bienes materiales, porque es mucho más evidente en los países ricos que en los pobres.
En Isaías leemos estas palabras, dirigidas al pueblo de Dios: "Dicen sus hermanos que los odian, que los rechazan a causa de mi Nombre: que Yahvé muestre su gloria y participemos de su alegría" (Is. 66, 5). El mismo desafío enfrenta silenciosamente al pueblo de Dios, aún hoy. Una Iglesia melancólica y temerosa no estaría, por lo tanto, a la altura de su tarea; no podría responder a las expectativas de la humanidad y especialmente de los jóvenes.
La alegría es el único signo que incluso los no creyentes son capaces de percibir y que puede meterlos seriamente en crisis. No tanto los argumentos y los reproches. El testimonio más hermoso que una esposa puede dar a su marido es un rostro que muestre la alegría, porque eso dice, por sí mismo, que él ha sido capaz de llenar su vida, de hacerla feliz. Este es también el testimonio más hermoso que la Iglesia puede prestar a su Esposo divino.
San Pablo, dirigiéndole a los cristianos de Filipos aquella invitación a la alegría que da el tono a toda la tercera semana de Adviento: "Estén siempre alegres en el Señor; se los repito, estén alegres". explica también cómo se puede ser testigo, en la práctica, de esta alegría: "Que su afabilidad –dice--, sea conocida de todos los hombres" (Flp. 4, 4-5). La palabra "afabilidad" traduce aquí un término griego (epieikès), que indica todo un conjunto de actitudes conformado de misericordia, indulgencia, capacidad de saber ceder, de no ser obstinado. (¡Es la misma palabra de la que se deriva la palabra epicheia, usada en el derecho!).
Los cristianos dan testimonio, por lo tanto, de la alegría cuando ponen en práctica estas disposiciones; cuando, evitando cualquier amargura e inútil resentimiento en el diálogo con el mundo y con los demás, saben irradiar confianza, imitando de esta forma, a Dios, que hace llover su agua también sobre los injustos. Quien es feliz, por lo general, no es amargo, no siente la necesidad de puntualizar todo y siempre; sabe relativizar las cosas, porque conoce de algo que es aún más grande. Pablo VI, en su "Exhortación apostólica sobre la alegría", escrita en los últimos años de su pontificado, habla de una "visión positiva sobre las personas y sobre las cosas, fruto de un espíritu humano iluminado y del Espíritu Santo."
Incluso dentro de la Iglesia, no solo hacia los que están fuera, existe una necesidad imperiosa del testimonio de la alegría. San Pablo dijo de sí mismo y de los demás apóstoles: "No es que pretendamos dominar por encima de su fe, sino que contribuimos a su gozo" (2 Co. 1, 24). ¡Qué maravillosa definición de la tarea de los pastores de la Iglesia! Colaboradores de la alegría: aquellos que infunden seguridad a las ovejas del rebaño de Cristo, los capitanes valientes, con su sola mirada tranquila, alientan a los soldados implicados en la lucha.
En medio de las pruebas y los desastres que afligen a la Iglesia, sobre todo en algunas partes del mundo, los pastores pueden repetir, incluso hoy en día, esas palabras que Nehemías, un día, después del exilio, dirigió al pueblo de Israel abatido y en llanto: "No estén tristes ni lloren [...], porque la alegría de Yahvé es su fortaleza" (Ne 8, 9-10).
Que la alegría del Señor, Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas, sea realmente, nuestra fuerza, la fuerza de la Iglesia. ¡Feliz Navidad!
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

Con cuánto cariño y respeto trata el Santo Padre a los niños


El Papa a los jóvenes de Acción Católica: Jesús, un amigo cercano que no nos abandona nunca

2012-12-20 Radio Vaticana
(RV).- El Santo Padre, como cada año, antes de las fiestas de Navidad se ha reunido con los jóvenes de Acción Católica (ACR) para hablarles de “un Amigo, llamado Jesús: el gran Autor de la vida, la alegría, el amor, y la paz”…un amigo que siempre está muy cerca y no nos abandona nunca.


Traducción completa del discurso del Papa

Queridos chicos y chicas de la ACR (jóvenes de Acción Católica)
Me alegro de encontrarles y de acoger sus felicitaciones para la Navidad del Señor. Les saludo con afecto, junto con sus maestros, el presidente profesor Franco Miano y el asistente general Mons. Domenico Sigalini.
Ustedes me han dicho que están "en busca de autor" y que esta es la frase que guía su camino de este año en ACR. Quisiera preguntaros: ¿Quién es este autor? ¿Lo han encontrado ya? Estoy seguro de que con los formadores y los amigos de Acción Católica, encontrarán una respuesta cada vez más clara en su búsqueda y ustedes serán capaces de ayudar también a muchos otros a encontrarla. Pero, quisiera también decirles algo. En primer lugar, sé que buscan al autor de la vida, que les ayudará a vivir bien, contentos con ustedes mismos y con los demás. Nosotros sabemos que este autor es Dios, quien nos ha mostrado su rostro. Dios nos creó, nos hizo a su imagen, sobre todo nos dio a su Hijo Jesús, quien se hizo niño -pronto lo contemplaremos en la Santa navidad- que creció como un chico como ustedes, recorrió los caminos de nuestro mundo para comunicarnos el amor de Dios, que hace la vida bella y feliz, llena de bondad y generosidad.

Ciertamente, ustedes buscan también al autor de su alegría. Si tuviera que pedirles qué es lo que les da alegría, tal vez la respuesta sería: los juegos, el deporte, los amigos, sus padres, que viven para ustedes y les aman. Hay muchas personas y cosas que les hacen felices, pero hay un gran Amigo que es el autor de la alegría de todos y con el cual nuestro corazón se colma de un gozo que sobrepasa a todos los demás, y que dura toda la vida: es Jesús. Recuerden, queridos amigos, cuanto más aprendan a conocerle y a conversar con Él, más se sentirán en su corazón ser felices y ustedes serán capaces de superar las tristezas pequeñas que a veces hay en el alma.
Además, ustedes están en busca del autor del amor. ¿Se puede vivir solo, encerrado en sí mismos? Si reflexionan un momento, verán que la respuesta es clara: "no". Todos necesitamos amar y sentir que alguien nos acepta y nos quiere. Sentirse amado es necesario para vivir, pero es igualmente importante amar a los demás, para hacer hermosa la vida de todos, incluso la de sus compañeros que se encuentran en situaciones difíciles. Jesús nos enseñó con su vida que Dios ama a todos sin distinción y que quiere que todos vivan felices para siempre. Me gusta, pues, su iniciativa en el mes de enero para apoyar un proyecto en Egipto de ayuda concreta a niños de la calle.
Por último, ustedes buscan seguramente también al autor de la paz, de la que el mundo tiene tanta necesidad. A menudo los hombres creen que pueden construir solos la paz, pero es importante entender que es Dios quien nos puede dar la paz verdadera y sólida. Si lo sabemos escuchar, si le damos espacio en nuestra vida, Dios disuelve el egoísmo que a menudo contamina las relaciones entre las personas y entre las naciones, y hace surgir deseos de reconciliación, de perdón y de paz, incluso en aquellos cuyos corazones están endurecidos.

Queridos muchachos y muchachas de la ACR, espero que hagan esta búsqueda juntos, entre ustedes y con sus compañeros de clase y de juegos. Si se ayudan mutuamente a encontrar el gran Autor de la vida, la alegría, del amor, y de la paz, ustedes descubrirá que este autor nunca está lejos de ustedes, de hecho, está muy cerca: ¡es el Dios que se hizo niño en Jesús!
¡Queridos amigos, les deseo una Feliz Navidad a ustedes y a la Acción Católica entera! (ER - RV)

Aquella fuerza silenciosa que vence los poderes del mundo

Aquella fuerza silenciosa que vence los poderes del mundo

Un articulito sobre la última Audiencia General del Santo Padre...

Apuntes personales...

Hoy me ha dado un bajonazo. Parece mentira, ha sido como si volviera a tener 15 años y una falta clara de personalidad, pero a veces, pasan estas cosas. Hoy me he dado cuenta de que hay personas a las que he podido hacer daño sin querer, tratando de ayudarles y que metiendo la pata les he puesto en una tesitura muy difícil.

Te metes en la parroquia, lo que quieres es servir a mucha gente y hacer mucho bien con el poco tiempo que se nos ha concedido y no te paras a ver que en ocasiones las personas necesitan tiempo para procesar las cosas y se encuentran con una bestia que se les tira al cuello.

No voy a contar los diferentes casos, pero por mi carácter duro, en lo que llevamos de curso he podido "echar" de la parroquia por lo menos a 6 personas. Son personas que nunca me van a decir en qué les he fallado, pero que posiblemente no pueda volver a tratarles pastoralmente.

Son ocasiones en las que uno se plantea cambiar, pero por mucho que lo intente, la cabra tira al monte. Gracias a Dios, la Iglesia es más grande que mis manos, con lo que muy fácilmente puedan encontrar otro lugar donde crecer, pero eso no me exime de mi responsabilidad. No me puedo permitir perder a ninguno de los que Dios me ha dado, ha puesto en mis manos y a veces me falta la paciencia. A veces pierdo los nervios o me sale el viejo "numerario" como yo le llamo y tiendo a presionar más de la cuenta y a perseguir a cada uno.

Muchas veces uno no sabe qué hacer. A veces te quedas corto y otras te pasas de largo... ¡Qué le vamos a hacer! No somos Dios para leer lo que cada uno necesita y hacemos lo que podemos. Una cosa sí diré: Nunca pretendes hacer daño, sino buscar lo que cada uno necesita y crees que puedes facilitárselo. En determinados momentos crees que si persigues un poco, la persona puede darse cuenta de que te interesas, otras crees que necesita espacio y te equivocas... Si cada uno contáramos las cosas y pidiéramos ayuda todo sería más fácil. Entre susceptibilidades personales y que a veces parece que hay que intuir las cosas, acaba pareciendo que no me caso con ninguna para casarme con todas... ¡Por Dios!

Es que tenías que haberte dado cuenta... Es que hay cosas que tienes que recordar... Es que no me haces caso... Es que me agobias...

¡Basta por el Amor de Dios! Cultivemos un poco de hombría, que a veces los jóvenes son peores que las niñas: Me has dicho..., no me has dicho..., no me llamaste...

Al final, sinceramente, no soy un hombre dotado de gran psicología. No capto las insinuaciones, ni las indirectas... Quizás el problema es que no tengo tiempo de pensar demasiado las cosas. Soy bastante rudo al hablar y tremendamente directo. Lo que más valoro es la nobleza y la lealtad. Si alguien necesita algo, me romperé el alma para conseguírselo, pero necesito que me digan las cosas.

Si te agobio, dímelo. Si crees que necesitas más atención, dímelo. Que no me he casado contigo y no tengo por qué adivinarlo. Yo soy de Dios y Dios me dice las cosas bastante claritas. Si quieres cariñitos, cómprate un oso de peluche. A mí búscame para que te de a Dios. Eso sí que te lo puedo dar.

Aún así, pese a hacer lo que puedo, nadie me quita que de vez en cuando me equivoque o peque, directamente, y te haga daño. Perdóname, pero no creas que lo hago con mala intención. Prefiero que te pongas delante de mí y me digas qué te he hecho a que me vengas con indirectas que no voy a saber captar.

Ya me gustaría tener todo el tiempo del mundo, pero cada vez tengo que reducirme más a lo estrictamente necesario. Apenas podemos ya disfrutar tranquilamente porque gracias a Dios tenemos demasiado trabajo. ¡Bendito sea el Señor! Seguiremos haciendo lo que podamos. Simplemente espero que Dios me de cada vez más luces para meter menos la pata, hacer menos daño y que por lo menos quien se vaya ofendido encuentren al Señor aunque sea en la parroquia de San Miguel... Je, je, je...

viernes, 14 de diciembre de 2012

Catequesis sobre la Santa Misa (2)

Muchas veces se dice y se canta que "La Misa es una fiesta muy alegre...". No es cierto, es una ridiculización para engañar a los niños y eso es trágico.

Es cierto que la Misa tiene tres dimensiones: Sacrificio, Comunión y Presencia. Esta segunda, la Comunión es la que se coge como excusa para asociarla a una fiesta. Como se dice que es la celebración de los Misterios de la fe, suponen que celebrar es montar una fiesta y como es verdadera comida y verdadera bebida, entonces celebrémoslo con mata suegras y confeti... ¡Absurdo! Ya hablaremos de la Eucaristía como Comunión, pero no significa nada parecido. Se trata de entrar en comunión con Dios en Cristo, participar de la misma Vida intratrinitaria.

Si la importancia de la Misa es que es una fiesta, debería ser divertida y vemos que la Eucaristía no es divertida, pero está llena de belleza y significado. Muchas veces, cuando trata de "hacerse" divertida empezamos a destrozar aspectos de la liturgia que son mucho más importantes que el divertimento y mucho menos, cuando el único que se divierte es el sacerdote haciendo el canelo, creyéndose el protagonista y el dueño de la Eucaristía y convirtiéndola en un probre sucedáneo de su falta de imaginación.

La Misa es el santo sacrificio del altar. Juan el Bautista llama a Jesús el "cordero de Dios". ¿Por qué?

A lo largo de toda la historia de la humanidad, cuando el hombre ha reconocido la existencia de Dios (o de dioses), se ha sentido en deuda y ha querido pagar de algún modo esa obligación. En todas las culturas se han hecho sacrificios de ofrendas (pan, trigo, vino, aceite, sangre de animales, la propia vida de animales...) y sentían la necesidad de hacerlo una y otra vez, percibiendo que nada es suficiente. Hasta el punto de que en casi todas las culturas paganas se llegó a ofrecer la vida de los propios hijos o de vírgenes o de esclavos capturados en combate. Incluso en la Biblia, los patriarcas sintieron esa necesidad, pero Dios lo prohibió expresamente.

Una de las causas por las que nuestros contemporáneos aborrecen a Dios es porque rechazan ese sentimiento de deudores como algo que les impide autorrealizarse. Hoy por hoy, todo el mundo quiere ser autónomo e independiente. Los matrimonios rechazan depender el uno del otro, los hijos aborrecen deberle algo a sus padres...

Y sin embargo es nuestra propia condición. Siempre vamos a necesitar a alguien y siempre vamos a tener que vivir agradecidos a alguien. No somos capaces de depender única y exclusivamente de nosotros mismos y quien lo pretende, termina muriendo triste y solo con una amargura brutal.

Aquí brota de pronto una novedad incalificable. Puesto que el hombre es incapaz de devolver a Dios nada de cuanto Él nos ha dado, resulta que Dios, en su infinito Amor por nosotros, decide obrar el mayor milagro de la Historia y Él mismo se ofrece como Víctima, la única que realmente podía satisfacer la deuda. Él mismo se instituye en Sacerdote, Víctima y Altar. Con la Muerte y Resurrección de Cristo, ha cancelado la deuda de Adán (como dice la Liturgia de la Vigilia Pascual).

Dios ha querido concedernos el derecho de la salvación. En Cristo yo tengo derecho al Cielo. Es algo absolutamente impensable. ¡Cómo Dios excede cualquier lógica en su Amor por nosotros! Nadie salvo Él mismo podía librarnos de la deuda. Pudo hacerlo en un acto de absoluta gratuidad, librándonos sencillamente de la deuda, pero quiso hacerlo de un modo que jamás admitiera réplica. Nadie jamás podrá dudar de su infinito Amor y siempre podremos mirar la Cruz, cada vez que seamos mordidos por la serpiente original, a través de la Nueva y Perpetua Alianza. Nosotros que siempre fuimos infieles, vamos a ser salvados únicamente por la tremenda fidelidad. Ya no se trata de merecer la salvación. Ahora, aunque seamos infieles, siempre y cuando acojas la salvación de Cristo en la Cruz, Dios podrá salvarte, como al pecador arrepentido que compartió su Cruz.

Cada vez que celebramos la Eucaristía estamos renovando la salvación que Cristo nos obtuvo por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección. Cristo no vuelve a morir en cada Misa, murió y Resucitó de una vez para siempre. Cada Eucaristía es la acutalización sacramental de toda esa salvación que Dios derramó sobre nosotros ese Día, esa Hora (como le gusta decir a San Juan).

De este modo, podemos considerar que cada vez que celebramos la Eucaristía, nos hacemos contemporáneos de la Salvación de Cristo en su Misterio Pascual.

No es un sacrificio que tú hagas por Dios, es el Gran Sacrificio que Dios ofrece por ti. De manera que menuda ingratitud la del cristiano que falta no ya un domingo, sino un día cualquiera a este gran, tremendo y Único acontecimiento de nuestra Salvación.

¿Cómo puede ser que alguien considere que tiene fe si no practica? ¿Cómo puedes decir que confías en Dios y luego pasar de Él durante toda la vida? ¿De qué te sirve esa fe? El Demonio no tiene fe, sabe que Dios existe y tiembla.

Por el Amor de Dios, ¡Él nos pide tan poco y nos da tanto! Cómo vamos a defraudarle también en esto...

Espero que esto sirva para algo. Un fuerte abrazo y alegraos porque todo esto lo ha hecho para que podamos vivir con Él para siempre. ¡Es el precio de nuestro rescate!

La próxima catequesis comenzamos ya a rezar con cada parte de la Misa.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Filiación divina, catequesis de los domingos

Aunque el temario que estamos tocando trata sobre las virtudes para proseguir nuestro viaje debemos tocar este tema, que a mí me parece,  fundamental.

Tal y como sea nuestra relación con Dios , así será lo que debamos hacer para vivir conforme a su Voluntad. No es lo mismo un esclavo que un amigo y un amigo que un hermano y un hermano que un hijo, ¿no os parece? Yo no le pido lo mismo a un hijo que a un desconocido. Dependerá de quién soy yo para Dios el modo en el que pueda relacionarme con Él.

En principio, si Dios es el Único y es Todopoderoso, me debería bastar con ser su esclavo. Eso significaría que por lo menos me utiliza para algo, que no soy algo de lo que se pueda prescindir. Sin embargo, en nuestro corazón vemos que una relación de esclavitud respecto de Dios no nos basta. Esto sería quedarse en el Islam. Nuestra religión no tendría por qué ser una relación personal con Dios, bastaría obedecerle y someternos a Él.

Vemos que en la Sagrada Escritura, Dios no trata a Israel como a un esclavo, sino que es su Pueblo Elegido, algo más que una amistad les une. La palabra que mejor define la relación de Dios con su Pueblo es la de ALIANZA. A lo largo de la historia de la Salvación Dios ha sellado diferentes Alianzas con su Pueblo. Israle tenía que ser fiel, pero nunca lo consiguió. También notamos que esa relación de los israelitas con Dios se queda muy pobre. Nosotros vemos que Dios sigue siendo fiel aunque nosotros seamos infieles y tendría todo el derecho del mundo para abandonarnos.

¿Por qué no lo hace? Porque la verdadera relación que Dios quiere tener con nosotros se basa en el AMOR. Dios nos Ama y nunca dejará de amarnos, aunque nunca nos lo merezcamos. Ésta es la razón por la que los protestantes y los testigos de Jehová se equivocan. Si Dios nos repudiara dejaría de ser fiel a sí mismo. Nos ha jurado Amor eterno. Por eso, nosotros mismos seguimos considerando al Pueblo de Israel el primogénito de las promesas y nuestros hermanos mayores en la fe. dios nos les ha repudiado y está esperando que vuelvan a Él. De hecho, una antigua tradición basada en los textos de San Pablo dice que la Parusía no llegará hasta que Israel admita a Cristo como el Mesías.

En todo caso, vemos que en la pedagogía de Dios que ha ido mostrándonos cada vez más su amor por nosotros, llega un momento en que ese Amor se hace absoluto y manifiesto, con la Encarnación de Cristo y luego con su vida, con su Cruz y su Resurrección. Ahí tenemos el momento más grande. Es imposible que Dios pueda hacer algo más por nosotros. Por eso, ese momento histórico se perpetúa y se hace eterno y contemporáneo a todos los días de nuestra vida por medio de los sacramentos.

A partir de ese momento y con el envío del Espíritu Santo, somo hechos hijos en el Hijo. Como diría San Juan, ya es grande que pudiéramos llamarnos hijos de Dios, ¡pues realmente lo somos!

¿Qué implica el ser hijos?

1.- Somos parte de la familia de Dios. Un ser humano que no esté bautizado, sólo puede llamarse hijo de Dios en un sentido lato, en cuanto Dios es su Creador y última causa. Un bautizado ha sido transformado por la gracia santificante y ya no es una mera criatura compartimos la misma vida intratrinitaria de Dios. Su fuerza y su vida son nuestras. Estamos insertos en las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La gracia de Dios corre por nuestras venas (metafóricamente, claro)

2.- Somos herederos de la Gloria. Nuestro destino es el Cielo. Somo hijos del dueño de cuanto existe y nustro destino es Reinar con Cristo para siempre. Nuestra es la Gloria y el Poder y el Reino. Cristo es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia y compartimos su mismo destino.

3.- Somos familiares de Dios, también en cuanto que Dios nos escucha, como escucha al Unigénito, a Jesucristo. De hecho, en la liturgia Jesús habla por nuestra boca. De algún modo es como si Dios nos confundiera con Jesús.

4.- Si yo soy hijo de Dios y tú también eres hijo de Dios, entonces tú y yo... ¡somos hermanos!

5.- Si esa persona que pasa de Dios es también hijo de Dios, si esa persona que vive triste es también hijo de Dios; si ese desgraciado que me ha hecho daño es también hijo de Dios entonces... ¡Dios les quiere tanto como a mí! Quizás me esté pidiendo que sepa acercarme a sus hijos y mostrarles ese Amor que Dios les tiene.

Todas estas prerrogativas no nos las merecemos, nos las ha merecido Cristo por su Pasión, Muerte y Resurrección. Son un grandísimo regalo que Dios nos ha hecho. No hay que pagar nada por él, sólo tenemos que aceptarlo en nuestra vida.

Si somos hijos de Dios, si Dios nos Ama tanto que nos ha hecho sus hijos, entonces la vida podemos vivirla con una confianza básica indescriptible. ¿A qué voy a tener miedo si mi padre es Dios? Si Dios es Omnipotente y me quiere con amor de Padre, estoy seguro de que me va a proteger. ¿Qué puede pasarme que no esté en los planes de Dios? y si está en sus planes y me quiere tanto, estaré convencido de que pase lo que pase siempre va a ser para mi bien.

Al final, junto con la humildad, esta certeza de que somos hijos de Dios se convierte en el tesoro más grande de nuestra espiritualidad. Si soy su hijo entonces Dios me quiere aunque no de la talla, como una madre quiere más al hijo más tonto. De modo que siemrpe va a tener misericordia para mí. Siempre voy a poder contar con su protección; siempre estará allí para darme las fuerzas necesarias para crecer y amar cada día más...

De hecho, si soy su hijo no necesito fórmulas complicadas para dirigirme a Él, ni necesito que nadie me acerque a Él, sino que tengo derecho a verle cuando le necesite y puedo tener con Él un trato sencillo y directo. No necesito hacerle cumplidos para que me favorezca. Puedo confiar en Él y abandonarme en sus brazos. Incluso puedo enfadarme con Él cuando haya algo que no entienda, siempre y cuando siga mirándole a la cara. Dios me ha dado confianza. Siempre va a tener tiempo para mí y me lleva siempre en su corazón. ¡No puede dejar de amarme!

Es la certeza más grande que puede llenarnos de alegría. Piénsalo despacio y saca tus propias conclusiones:

1.- Dios existe;
2.- Dios es Omnipotente;
3.- Dios te Ama más que a su propia vida.

¡Explota de alegría!


Las cosas no son como yo las veo...

La realidad no es como yo la percibo, sino como la ve Dios.


Es curioso, pero hablando con mucha gente te das cuenta de que nada lo percibimos igual unos que otros. Depende de si eres optimista, si estás alegre o si tienes fe percibes unas cosas u otras. De modo que llega un momento en el que parece que el mundo es totalmente diferente según sea el observador. No es que haya un genio que nos esté engañando (como decía Descartes) sino que nos engañamos nosotros mismos y el Diablo también influye.

Así que la razón humana está muy limitada, tras el pecado original, para reconocer la realidad tal cual es, pues nos dejamos engañar con una gran facilidad. Al final, te das cuenta de que la realidad parece haber cambiado cuando te conviertes. Realmente, nada cambia, sino que tú aprendes a percibir lo que antes te nagabas en redondo a aceptar. Si Dios existe, si Dios es Omnipotente y si Dios te ama eso tiene que influir tanto en tu modo de observar cuanto te rodea que no puede ser indiferente creer o no creer para poder conocer la verdad y no sólo la verdad sobre Dios (es más que evidente) sino para conocer la esencia de las realidades creadas.

El otro día leía un texto del beato fray Juan Duns Scoto (Juan de Duns "Escocés") y me llamaba la atención que ponía el dedo en la llaga. Muchas veces se dice que no se puede amar lo que no se conoce, pero también es cierto que no se conoce nada que antes no se ame. Puede parecer la típica discusión escolástica que no lleva a nada, pero vamos a tratar de desentrañar un par de cuestiones importantes.


Es un hecho de experiencia que si algo no te llama la atención, si algo no te sorprende, nunca llegarás a conocerlo realmente. En principio, tus sentidos captan una realidad, esa realidad si no te sorprende no causa nada en ti y pasa prácticamente desapercibida. Si, por el contrario, esa realidad te estimula, te sorprende o te llama la atención entonces queda impresa en ti y buscas aprehenderla de otro modo. Te lleva a conocerla y captarla y dominarla intencionalmente.



Simplemente, depende de cuáles sean tus gustos, inclinaciones... habrá cosas que te llamen la atención y otras que prácticamente no existan para ti. Incluso interpretaremos de modos distintos la realidad de cuanto nos rodea. "Lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente" expresa otro viejo aforismo latino. Esto es, eres tú quien da forma a lo que vas conociendo, aunque esto tampoco es exacto, pues también tenemos la experiencia de que estudiando ciertas realidades llega un momento en que ese estudio influye sobremanera en tu capacidad de percibir y cambia la interpretación que dabas a la realidad. No todo son las estructuras internas, la realidad tiene por sí misma consistencia y podemos conocerla y por eso puede influir también en nosotros, cambiando nuestro modo de percibirla. Cuanto más nos acercamos a algo, más capaces somos de comprenderlo y más fácil es que la verdad conocida pueda influir en nuestro modo de conocer otras realidades.

Al final, muchas cosas dependen de nuestro interior, pero como la realidad existe fuera también nos influye. Es una corriente de ida y vuelta. Por eso, con las solas fuerzas de la razón humana podemos conocer incluso la existencia de Dios, pero no sin posibilidad de errar. Al poder conocer la realidad, aun con todas nuestras precomprensiones y traumas, ésta puede hacerse un hueco en nuestro corazón y mostrarnos la riqueza de quien la ha creado y eso nos abre una puerta a la conversión. Si no tuviéramos ninguna posibilidad de conocer la realidad, tampoco podríamos cambiar de opinión jamás, pues nada afectaría a nuestro intelecto, ni a nuestra voluntad. Aunque también es cierto que pese a que la realidad es tozuda, más duros somos nosotros y tenemos la capacidad de negar lo evidente hasta la exasperación. Un refrán dice: "No hay peor ciego que el que no quiere ver" y esto es así. Tengo la capacidad de negarme a aceptar algo que salta a la vista voluntariamente sólo porque no quiero aceptar las consecuencias que aceptar como real lo que está ante mí supondría en mi vida.

De este modo, vemos que mi inteligencia queda sesgada para percibir la realidad y como poco a poco iré poniendo más filtros a mis capacidades, al final la realidad que yo pueda conocer ha quedado tremendamente mermada. Hasta el punto de que me he incapacitado voluntariamente para reconocer el mundo y cuanto existe tal y como es. Por eso, afirmo que incluso para un trabajo científico es necesario aceptar el universo tal y como Dios lo ha concebido.

Por eso, la cuestión no es si tengo fe o no, sino si quiero creer o me niego a aceptar lo que estoy empezando a descubrir. Una vez que he empezado a negar la verdad, necesitaré cargarme de filtros para que nada pueda rozar mi decisión libre de no aceptar ciertas cosas. Por ejemplo, la negativa a aceptar como real aquello que no se pueda medir es filosófica, no científica. Mediante el uso de la razón podemos descubrir que existe toda un rango de verdades indiscutibles que no pueden medirse, ni contarse, ni pesarse. Puedo negarme a aceptarlo, pero ya no es un aprendizaje intelectual, sino una decisión de mi voluntad que me va a incapacitar para aceptar todo aquello que se salga del pobre rango de mi comprensión.


No me basta con mis sentidos y mi inteligencia, necesito que el Espíritu Santo me ilumine con sus dones para poder comprender las realidades creadas. De hecho, cuanto más conoces al autor de una obra, mejor podrás comprender la obra misma. Del mismo modo, cuanto más y mejor conozca al Autor de la Creación mejor comprenderé su Obra y más podré comprender de la misma.

Al fin, cuanto más viva en el Amor de Dios mejor conoceré la realidad y más comprenderé el sentido de todo cuanto existe. Por eso digo que las cosas no son como yo las veo, pues no tengo los ojos limpios para reconocer la verdad. A medida que voy acercándome a Dios, en esa medida seré capaz de reconocer la verdad misma de toda la realidad. Para eso es necesario el amor, que todo cuanto existe ha sido creado para que yo pueda encontrarme con el Señor y experimentar su Amor. El conocimiento debe moverme a Amar y el Amor me arrastrará a conocer cada vez más y mejor la Verdad que es el Amor mismo.

Sólo desde Dios, únicamente amando con todo el Amor de Dios somos capaces de reconocer hasta el fin todo cuanto existe como un desbordarse del amor de Dios por el hombre. Las cosas no son como yo las percibo sino como Dios las ha creado.

Cualquier estudioso de la realidad debería estudiar de rodillas y sólo el que busca a Dios conocerá la realidad tal cual es.

Síntesis:

1.- Tenemos la capacidad de conocer la realidad; pero sólo se conoce aquello que se ama;
2.- tengo la libertad de decidir qué quiero conocer y puedo negarme a aceptar la verdad;
3.- sólo aceptando la verdad sobre Dios soy capaz de comprender los seres creados;
4.- si todo ha sido creado por Dios y Dios es Amor, sólo desde el amor de Dios puedo conocer la realidad tal y como es. De modo que únicamente experimentando el Amor creador y salvador de Dios y aprendiendo a Amar, seré capaz de asumir la verdad en todos sus aspectos, también en la ciencia.
5.- No hay mejor sistema científico que vivir el amor que ha sido capaz de crearlo todo, sólo desde el amor la creación se vuelve comprensible.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Catequesis sobre la Santa Misa

Retomando unos comentarios que dejasteis en el blog, he decidido haceros caso. Una persona me comentaba la posiblidad de que incluyera una cierta formación litúrgica, sobretodo para ayudar a vivir mejor la Eucaristía. Así que durante un tiempo, de vez en cuando iremos incluyendo algunas entradas sobre cómo se vive cada parte de la Misa. O mejor dicho, cómo vivo yo cada parte de la Misa. Por lo que pueda ser de utilidad.

Podemos comenzar planteándonos qué es la Misa. Muchas veces cuando alguno falta a Misa y se confiesa de ello le hago una simple pregunta: ¿Qué crees que es la Misa? Las respuestas son de lo más variopintas, pero fundamentalmente coinciden en considerar que la Eucaristía es un rato para rezar, para estar con el Señor. Los más avispados te dicen que lo más importante es la comunión. De algún modo, se trataría de estar con el Señor.

Es evidente que aunque sí que tienen algo de razón, no terminan de dar en el clavo. Si la importancia de la Misa es rezar, para eso me quedo en casa tranquilo y no tengo que aguantar la chapa del cura, sobretodo cuando a veces me echa la bronca porque mis hijos pequeños la "lían".

La Misa antes que un encuentro con el Señor es algo que hace Dios por nosotros. Aunque seamos incapaces de encontrarle, cada vez que se celebra la Eucaristía Dios hace algo por nosotros. Esta es la razón por la cual los benedictinos la llaman "Opus Dei" o "Trabajo de Dios". Del mismo modo que Dios creó el mundo, también lo ha salvado. Y esa salvación la actualiza, nos hace contemporáneos de su acto salvador en cada Eucaristía.

¿Cómo nos salvó Dios? Con la Muerte y Resurrección de su Hijo. Por eso, la Eucaristía es la renovación de la Pascua, del Paso de Cristo de la muerte a la Vida y con Él pasamos nosotros del pecado a la salvación... Cada vez que celebramos la Eucaristía. 

No es un recuerdo, es algo nuevo. Jesús no vuelve a morir. Murió de una vez para siempre y Resucitó. Ya no vuelve a morir, pero cda vez que celebramos la Eucaristía Dios nos hace contemporáneos de ese acto salvífico y toda la salvación que trajo al mundo con su muerte y Resurrección vuelve a inundar el mundo con su Gracia.

Por eso, por encima de la oración contemplativa más elevada y sublime estará siempre el ir a Misa. Si uno tiene que elegir entre dedicar un rato a la oración o acudir a la Santa Misa (no me refiero ya a los días de precepto, sino a cualquier día) deberáimos preferir la Misa porque en la oración hay una gran parte de subjetividad. En La Misa Dios objetivamente te salva y salva al mundo.

El próximo día hablaremos de la Misa como sacrificio...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Catequesis de los domingos: La virtud de la Templanza


La virtud de la templanza:

Lo primero que hace falta es tener una noción clara del objeto de análisis, que aquí es principalmente la virtud de la templanza. ¿En qué consiste? El Catecismo de la Iglesia Católica proporciona una definición que permite fácilmente hacerse una idea: «La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados» (n.1809). Se podría hacer una versión resumida, muy sencilla pero quizás incluso más precisa: la templanza es la virtud por la que se modera lo agradable. Todo lo agradable.

Con esta sencilla definición nos damos cuenta de que es una de la virtudes más importantes hoy por hoy, precisamente porque en una sociedad tan manifiestamente “sensible” o “sentimental”, es  una de las prioridades en la formación de nuestros jóvenes.
Esta virtud de algún modo nos ayuda a estimar lo bueno como bueno y lo malo como malo. La templanza nos ayuda a ser dueños de nosotros mismos. Vemos que muchas veces nos dejamos dominar por nuestros sentimientos, por nuestras apetencias y poco a poco esto nos va debilitando hasta que parece que carecemos de voluntad.
En la realidad vemos que toda meta humana que valga la pena alcanzar supone un esfuerzo, resulta ardua. Y siempre, en su consecución, se interpone algo agradable que invita a abandonar el esfuerzo, aunque sólo sea la pura comodidad. Si uno se deja llevar por estos estímulos, no será capaz de conseguir lo que se propone, o no será capaz de conservarlo si lo ha conseguido, con lo que eso lleva consigo de fracaso o frustración.
Hay muchas realidades que nos llaman poderosamente la atención. Muchas veces nos engañamos diciendo: “Si Dios quiere que sea feliz y esto me hace serlo, ¿por qué la Iglesia dice que es pecado?”. Se trata de un problema de valoración.
Efectivamente, Dios lo ha hecho todo bueno, pero eso no significa que en mis circunstancias actuales todo me siente bien. Y éste es el problema, que muy pocos son conscientes de esta realidad y nos dejamos llevar por los impulsos hasta que nos topamos con el dolor que producen las equivocaciones que hemos cometido a lo largo de toda una vida licenciosa.
De pronto, un joven piensa que no quiere a su novia porque ha confundido el amor con el mero sentimiento o cree que no va a ser capaz de ser feliz si no se tira a la novia de su mejor amigo. En el fondo es un problema mayúsculo, pues hoy todo tiene que ser aquí y ahora, sin dejar nada para luego.
Los adolescentes creen que el sexo es para divertirse sin pararse a estudiar las repercusiones que va a tener sobre su vida futura; pensamos cuando estamos enfadados que no hay nada más importante que el que yo manifieste mi enfado, sin darnos cuenta de las consecuencias de lo que vamos a decir; no quiero que absolutamente nada me limite; quiero divertirme hasta que esté completamente satisfecho; rechazo de plano mis propias limitaciones... ¿No os suena todo esto?
Hay que añadir que la templanza no sólo hace posible hacer algo valioso, sino también hace posible ser alguien valioso, lo cual es aun más importante. La templanza, precisamente por controlar el tirón de lo apetecible, permite que sea lo más elevado del hombre, la razón y la voluntad, lo que le gobierne. En este sentido, es liberadora, ya que cuando algo atenaza a la voluntad, esclaviza al hombre, que es menos dueño de sus actos y se comporta menos racionalmente. Y eso ocurre, en mayor o menor medida, cuando uno se deja «enganchar» por lo que le apetece.
La templanza llega a ser una garantía para poder vivir con libertad, sin dejarnos esclavizar por lo que me apetece.
De algún modo, la virtud de la templanza es la madre de muchas otras virtudes que virilizan nuestra voluntad y robustecen nuestro carácter y la falta de templanza nos convierte en esclavos de nuestras pasiones. ¿Esto significa que entonces es mejor renunciar a los sentimientos? No. Primero porque eso sería inhumano y al final supone el fracaso de la persona. Somos como somos y somos seres sensibles y sentimentales y eso no es malo. Lo malo sería intentar renunciar a los sentimientos, como hacen los budistas pretendiendo que la felicidad está en no desear nada, así se calma la angustia de no poseer lo que deseas. Menuda estupidez, es inhumano. Los sentimientos, los deseos... Las pasiones, en general, no son ni buenas ni malas, son fuerzas que nos pueden ayudar o que pueden dificultarnos las cosas.
Nos vamos a pasar la vida conviviendo con estas pasiones, así que en vez de renunciar a ellas, lo que debemos hacer es aprender a utilizarlas, potenciarlas y gobernarlas.  Éste será el fruto que obtendremos mediante esta virtud de la templanza.
Todo lo creado es un regalo que Dios nos ha hecho en su infinita amabilidad. Lo que a nosotros nos corresponde es usar todo cuanto existe en la medida en que nos ayude a acercarnos más al fin para el que hemos sido creados. Hemos sido creados para amar, servir y adorar a Dios nuestro Señor, como diría San Ignacio de Loyola. El catecismo es más escueto y sólo dice que Dios nos ha creado para vivir en comunión con nosotros, esto es, para que lleguemos al cielo y vivamos con Él y ya en nuestra vida mortal que podamos vivir una vida con Él.
Vemos que diariamente tenemos que hacer frente a deseos y pasiones que en ocasiones nos ayudan en nuestra vocación y otras veces parece que nos dificultan la vida. A veces, podemos incurrir en un error, como los deseos no son fáciles de gobernar, pensamos que es más fácil cubrirse de indiferencia. Me da igual por qué deseo algo desordenadamente,  lo que Dios me pide es que no lo haga. Puedo estar muriéndome por acostarme con una chica, que mientras no lo haga no peco. Es cierto, pero sería un error no plantearse por qué la deseas tanto. Cuanto más comprendas tus deseos, más fácil será luchar y posiblemente hasta consigas que el deseo te ayude a vivir mejor.
Es cierto que el pecado es consentir, si sientes no pasa nada... ¿o sí? ¡Claro que pasa! ¿O no sufres cuando no puedes realizar tu deseo? ¿No sería mejor llegar a educar los propios sentimientos y deseos? Si pudiera dejar de sentir odio, sería más fácil tratar a mis enemigos. A lo mejor, no puedo dejar de sentir, pero sí suscitar en mí otros sentimientos más fuertes que me ayuden a contrarrestar la pasión adversa.
Todo comienza educando la voluntad, aprendiendo a negarme cosas que pueden ser lícitas, pero no me ayudan o que son indiferentes, pero me viene bien como un entrenamiento para que cuando sea necesario haya sabido privarme de los caprichos.
Pero la voluntad sola no basta. Necesito aprender a valorar lo bueno y a repudiar lo malo. Si  toda mi vida me atrae el mal, voy a sufrir muchísimo. Si he aprendido a aborrecerlo y mis sentimientos son de rechazo, me será más fácil. Por eso es necesario huir de las ocasiones de pecado. Imagínate que estoy casado y una chica me gusta mucho o que la novia de mi mejor amigo me atrae. Si sigo buscando el trato con esa chica, terminaré metiendo la pata, por eso si huyo y evito tratar a la niña en cuestión, conseguiré que mis sentimientos hacia ella vayan desapareciendo. Si sigo buscando su amistad, el sentimiento será cada vez más fuerte y al final me estaré condenando estúpidamente a sufrir.
¿Por qué es tan importante el trato habitual con el Señor, con los amigos, con la familia? Porque cuanto más trato con las personas más fuertes son los sentimientos que me unen a ellas. Si dejo de hablar con el Señor, al final me dará igual estar con Él que sin Él. Si no busco a mis hermanos, al final querré más a los de fuera que a los de mi propia sangre. Es necesario evitar lo malo y buscar lo bueno. Si busco el trato con personas buenas, poco a poco, yo mismo iré mejorando porque no sólo se mejora mediante actos voluntarios y conscientes, también nos ayuda a mejorar el ejemplo de otros que nos anima a desear la virtud.
Al final, nos damos cuenta de que cuidar nuestros sentimientos y deseos es una forma imprescindible para poder vivir bien y en paz. No hay nada más duro que tener que luchar contra nuestros propios deseos. Dicho de otro modo: si consiguiéramos algo que nos inspire un fuerte deseo por el bien, nada nos apartaría de ello. Por eso hay que cuidar que lo bueno sea también atractivo. Esa es la esencia de la educación en valores. Si supiéramos valorar cada cosa, tendríamos gran parte de la batalla ganada. Si aborrezco lo malo y me entusiasma la bueno, seré feliz practicando el bien.
Hay muchas personas que son infelices cerca de Dios porque se pasan la vida deseando lo que Dios prohíbe y sin embargo no saben disfrutar con lo bueno. Son personas que se han pasado la vida pensando que con sólo hacer el bien bastaba, pero al cabo de unos años de tremenda insatisfacción lo mandan todo a la porra. ¡Qué importante es cuidar los deseos!
No se trata de no sentir, sino de saber dominar el ansia de placeres por algo mejor. No es censurar, ni reprimir, se trata de ordenar y sublimar. De preferir lo bueno. Si de corazón prefiriéramos lo que Dios nos pide... ¡qué fácil sería ser santo!
La templanza es la madre de la castidad, del orden en los afectos, de la serenidad de carácter, de la mesura en los juicios, de la ponderación de las decisiones, del equilibrio en las comidas, en el estudio y en todas las actividades de nuestra vida. Es necesario un orden. Tan malo es no estudiar en absoluto, que descuidar a la familia, a Dios o a los amigos por dedicarse sólo a estudiar.
Ámbitos donde vivir la templanza: en el dormir, el comer y beber, el sexo, la cólera, la objetividad en los juicios a los que me han ofendido, en el hablar (hay quien no se calla ni debajo del agua), en el aprender y el estudiar... Que cada uno vea en qué ámbito le resulta más necesaria la templanza. Insistid mucho en el estudio no sólo por los vagos, sino por los que se agobian tanto en los exámenes que dejan de hacer cualquier otra cosa necesaria por su intemperancia en el estudio.

Un abrazo, majetes...

jueves, 29 de noviembre de 2012

El mejor apostolado: ¡Traédmelo aquí!

Del santo Evangelio según Marcos 9,14-29:

 Al llegar junto a los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»

 El otro día, orando me encontré con este texto y me llamó poderosísimamente la atención. Jesús se ha ausentado unos días y los apóstoles; cenizos ellos; no han sabido mantener la fe, han dudado y no han podido realizar el milagro.

Ver a Jesús en su cansancio, en su hastío, me llena de esperanza. Es cierto que no hago más que defraudarle, pero aunque se queje siempre se queda a mi lado, no me repudia, no me rechaza, no se harta definitivamente de mí sino que se sobrepone y su amor triunfa por encima de mis negligencias y, al final, hace Él mismo el milagro que yo no he sido capaz de arrancar a Dios.

Esa frase que he subrayado me tuvo durante toda la oración centrado en ella. No pensaba, simplemente me asombraba porque me daba cuenta de que éste es el secreto de todo apostolado. Yo no tengo que salvar a nadie, no tengo por qué solucionar los graves problemas de todo el mundo. Muchas veces, nisiquiera tendré que saber responder a las quejas, llantos y gritos de los que padecen injustamente.

Basta que sepa llevarles a Jesús, que se los traiga. Dice el evangelio que tras el mandato del Señor "...se lo trajeron." Esto es una maravilla. Quizás no tenga poder para hacer nada, ni para llevar sobre mis hombros el dolor de nadie. Me basta acercar a Jesús a cualquiera. Yo no soy Cristo, no soy el Salvador de nadie. Sólo soy el que le trae a todo el mundo. Mi papel es acercar a cada persona a Jesús. Poner, suscitar, procurar las condiciones necesarias para que pueda darse un encuentro con Cristo y luego debo retirarme y dejar que Jesús haga el resto. Yo no voy a conseguir que nadie se convierta. De eso se tiene que encargar Él. Lo mío es conseguir que se den las circunstancias favorables a un encuentro y asegurarme de que la persona responda con sinceridad, que realmente ponga en juego su libertad. Que no se esconda tras el manido "hay gente que cree, yo no creo, no se por qué". Diciendo eso se ponen fuera de la posibilidad de la conversión. Es necesario empujarles a desear. Que puedan llegar a decir: "Ojalá tuviera fe", llevarles de la mano para que la pidan y luego acercarles a Jesús y que Él haga el milagro.

Eso es mi modo de evangelizar, eso es mi sistema apostólico y creo que ésa es mi misión como apóstol de Cristo. No obsesionarme con cómo convencerles, sino invitarles a una posibilidad real. No imponerles por la fuerza de mis argumentos, sino seducirles... ¿No te gustaría...?

Un abrazo

martes, 27 de noviembre de 2012

La labor del catequista

¡Son los héroes de la Iglesia actualmente!

Son los ejércitos llenos de esperanza que batallan cada día por salvar a unos niños que no tienen la culpa de no tener fe. Son la razón de mi perseverancia en las catequesis. Son los que me hacen ver que es posible evangelizar a una generación saltando por encima de sus padres...

Todos los días de catequesis, en mi parroquia, tenemos encuentros con los catequistas por niveles. Os voy a contar un caso. Acabo de estar con una catequista -da catequesis a chavales que están en el segundo curso, harán la comunión el próximo año- que sólo un chaval de su grupo va a Misa. Todo su afán es conseguir que estos niños puedan ver a Jesús en sus vidas. Es algo impresionante ver su esfuerzo y cómo reza por ellos.

Estamos en el Año de la Fe. Realmente, las catequesis deberían darse sólo a niños que ya estén evangelizados, pero de hecho la inmensa mayoría vienen sin la menor experiencia de fe porque sus padres se la han negado. Son padres que no rezan con sus hijos, que no van a Misa y que encima se ríen de las verdades de la fe y les dicen a sus hijos: "Son chorradas de los curas y de cuatro beatorras".

De las entrañas de Torquemada que llevo dentro me dan ganas de echarlos a palos de la parroquia y que se metan a sus hijos por... Eso es lo que le sale al animal que llevo en mí. Luego rezas, hablas con los catequistas y te das cuenta de que las catequesis ya no pueden ser una enseñanza para los que se han convertido y piden los sacramentos. Realmente, las catequesis son una gran oportunidad de conversión para los niños y para sus padres.

De vez en cuando, observas cómo un chaval consigue a rrastrar a sus padres a Misa un Domingo, incluso un par de familias siguen viniendo a Misa porque le han encontrado el sentido a lo largo de las catequesis. No habo de las familias que viven su fe maravillosamente, sino de auténticos fenómenos de conversión. Tenemos dos alternativas: vivir de fe y considerar que eso es posible y entonces alentarlo o pasar porque para dos casos no me compensa y dejarlo todo con cierta desgana. Cumplir nuestra tarea sin que nos duela o crucificarnos por estos chavales y por los [...] de sus padres, dnado a Dios la posibilidad de entrar en sus vidas.

Entonces, ¿qué hacer? Pues mira, yo me estoy planteando seriamente cambiar el sistema de catequesis. Sí, seguir usando los temas del obispado -para eso el obispo es el responsable último de la catequesis y puede mandar usar unos materiales en vez de otros... (bla, bla, bla, bla...)-. Usaremos lo que tengamos que usar, pero ya no me importa tanto que los chavales se sepan las cosas... Creo que cada vez es más importante tocar el corazón, usar los sentimientos y enseñarles una experiencia sensible de Dios. Es lo único que puede llamarles la atención. Ya no se trata de enseñarles. ¿Qué puedes enseñar a alguien que no siente interés alguno? Se trata de seducirles.

Dios mío, bendice a los catequistas de todas las parroquias y especialmente a los míos. Seducir no sólo a los niños, sino a sus padres y si para eso tenemos que hacer el payaso, lo haremos. Y si la homilía te tienes que disfrazar -que tanto han criticado a Lezama por eso...- te disfrazas. Si así conseguimos que un niño disfrute de la catequesis y sus padres lo traigan con alegría... ¡Bendito sea Dios!

La labor actual del catequista no es tanto enseñar como seducir y mostrar a los niños y a sus padres la maravilla que es vivir con Jesús. Evangelizar. Ojalá pudiéramos formar, pero si hay que elegir, prefiero evangelizar.

Un abrazo

viernes, 23 de noviembre de 2012

Un joven diciendo lo que quiere de los curas




Palabras del joven catequista que sorprendió a los obispos en el Sínodo.

En la Congregación XVII, intervino el benjamín del Sínodo, un joven catequista de la diócesis de Roma llamado Tommaso Spinelli, de tan sólo 23 años e invitado como oyente a este Sínodo. La cuestión es que este joven inyectó un poco de savia en la asamblea, cautivando a todos los presentes con un testimonio atrevido, directo y sencillo que arrancó la ovación más grande del Sínodo.

Aquí sus palabras:

"Mi reflexión quiere ser simplemente una ayuda para entender qué espera un joven de la nueva evangelización.
Vosotros sacerdotes (dirigiéndose a los obispos) habéis hablado sobre el papel de los laicos, yo que soy laico, quiero hablar a ustedes del papel de los sacerdotes. (risas)
Nosotros los jóvenes tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de vosotros, sacerdotes, de quien nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, vuestro papel es todavía más importante para nosotros. Vosotros nos testimoniáis la fidelidad a una vocación, nos enseñáis la solidez en la vida y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.

Mi experiencia testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado la comunidad, en poco tiempo florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble.
Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que interpretan "dedicarse a los jóvenes" con "travestirse de joven", o peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, que en el intento de hacerse originales, se convierten en insignificantes.

Os pido el coraje de ser vosotros mismos. No temáis, porque allí donde seáis auténticamente sacerdotes, allí donde propongáis sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengáis miedo de enseñarnos a rezar... nosotros los jóvenes os seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna". Nosotros tenemos hambre de lo eterno, de lo verdadero.

Por tanto, propongo:

1) Aumentar la formación, no sólo espiritual, sino también cultural, de los sacerdotes. Con demasiada frecuencia vemos a sacerdotes que han perdido el papel de maestros de cultura que les hacía importantes para toda la sociedad. Hoy, si queremos ser creíbles y útiles, debemos volver a tener buenas herramientas culturales.

2) Redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica en su carácter conciliar: en concreto la primera parte de cada sección, donde los documentos del Concilio iluminan los temas tradicionales. De hecho, el Catecismo pone con sabiduría como premisa a la explicación del Credo una parte inspirada en la Dei Verbum, en la que se explica la visión personalista de la revelación; a los sacramentos, la Sacrosantum Concilium, y a los mandamientos, la Lumen Gentium, que muestra al hombre creado a imagen de Dios. La primera parte de cada sección del Catecismo es fundamental para que el hombre de hoy sienta la fe como algo que le afecta de cerca y sea capaz de dar respuestas a sus preguntas más profundas.

3) Por último, la liturgia se olvida y se desacraliza con demasiada frecuencia: hay que volver a ponerla con dignidad en el centro de la comunidad parroquial.

Concluyo con las palabras que dieron inicio al nacimiento de la Europa Medieval: "Nosotros os queremos, dad prueba de vuestra santidad, del lenguaje correcto y de vuestra instrucción; de tal modo que cualquiera que vaya a vosotros se edifique con vuestro testimonio de vida y vuestra sabiduría (...) y regrese alegre dando gracias al Señor omnipotente." (De la carta Letteris Colendis de Carlo Magno al monasterio de Fulda, año 780).

Gracias. (Gran aplauso).