Perdonadme, pero me cuesta menos y es mucho más rápido para mí publicar vídeos, que escribir entradas del blog. Así que, a partir de ahora, los nuevos contenidos los encontraréis en:
Muchas gracias por vuestra paciencia. ¡Que Dios os bendiga!
¡Señor que yo sea capaz de amar como Tú Amas, que sea capaz de sufrir como Tú sufres!
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¡Con la foto de nuestros belenistas parroquiales quería felicitaros a todos la Navidad!
Una Navidad agridulce que nos llega con el desgraciado documento que se enfrenta con 2000 años de tradición de bendiciones.
Pero, gracias a Dios, por encima de vaticanos y vaticinios, Jesús se hace hombre para que nosotros podamos llegar a Dios.
Él asume nuestras pobrezas, también las de los curas, obispos y cardenales para darnos la vida eterna y eso es lo que importa.
Lo único que me importa es la Verdad Revelada por Cristo y su gracia transformadora, a través de la Iglesia. Es Jesús quien nos salva, a través de la Iglesia, en la medida en que ésta transmita fielmente la salvación de nuestro Dios.
Si un cura tratara de perdonar los pecados, pero la persona que se confiesa no tuviera arrepentimiento o propósito de la enmienda... Si un juez eclesiástico diera una nulidad matrimonial por simonía y quien la recibe intentara casarse por la Iglesia... Si un sacerdote intentara bendecir lo que Dios maldice.... Nada sería válido, no se recibiría la gracia y es más, cometeríamos un terrible sacrilegio.
De algún modo, en la Iglesia sólo salvamos y damos la gracia en la medida en que queremos hacer lo que Dios quiere hacer. Si yo trato de hacer algo, que Dios no quiere, entonces es imposible. No hay nada que hacer. Por mucho que fuera el Papa no puedo cambiar la Voluntad de Dios.
Por eso, es tan importante que los curas, obispos, cardenales y el mismísimo Papa nos sometamos a las verdades mantenidas como firmes y definitivas por el magisterio anterior. De otro modo, lo que dijéramos sólo serían disparates que no salvan.
Yo quiero ser fiel a Jesucristo absolutamente y al Papa, en la medida en que no niegue el magisterio anterior, de otro modo no puedo obedecer. Por eso, en conciencia, no puedo usar las "supuestas bendiciones pastorales" que han creado porque son sacrílegas y blasfemas. Además, toda bendición de un sacerdote, en la medida en que se hace "in persona Christi" es litúrgica, pues sólo puedo bendecir lo que Dios bendice.
Yo no puedo bendecir a una pareja que estén unidos por un pecado, porque bendecir a una pareja es bendecir lo que les une. Y no puedo bendecir un pecado.
De modo que yo seguiré actuando en conciencia, según lo que creo que es voluntad de Dios y según la enseñanza que no se puede equivocar de toda la Sagrada Tradición de la Iglesia.
Así que alabo a Dios por todos vosotros, al lado de quienes se encarna nuestro Señor Jesucristo y os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.
La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.
Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad regula o cercena el uso de los placeres de la carne.
Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.
El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.
Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
Vemos que estos dos frutos del Espíritu Santo afectan directamente a la Caridad. Estamos viendo que la presencia del Espíritu Santo en el cristiano lo que hace es fundamentalmente aupar y disponer todas las potencias del hombre para prepararle para amar cada vez más. No en vano el Espíritu Santo es la Caridad de Dios.
La diferencia fundamental entre la bondad y la benignidad es que uno puede ser bueno y buscar el bien del otro, pero hacerlo de un modo hosco, que no parezca ser bueno. La benignidad es la amabilidad también en la forma de actuar. Ser bueno y mostrarse bueno, eso serían estos dos frutos unidos.
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
Se trata de estar animado y preparado para cosa grandes, no ser apocado o pusilánime. Tener un alma grande. No amilanarse por las dificultades y hacer las cosas no porque sean fáciles o difíciles, sino porque Dios quiere y como Dios quiere. No tener miedo a las contrariedades, al juicio de los demás, ni a las dificultades para llevar a cabo la Voluntad de Dios.
La fidelidad como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.
Pero cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.
La fidelidad nos lleva a responder a Dios con prontitud, sin convertir la fe en un objeto teórico, sino vivir la fe, llevarla a la práctica y amar a Dios por sí mismo, con alegría y fecundidad. Tener los mismos sentimientos y deseos que Dios. Desear lo que Él desea, Amar lo que Él Ama, Odiar lo que Él Odia. Es la propia y verdadera UNIDAD DE VIDA. Vivir conforme a lo que crees con todo el corazón.
Preguntas para los chavales:
1.- ¿Buscas el bien de los demás o vives con egoísmo?
2.- ¿Eres amable o haces las cosas por los demás a regañadientes?
3.- ¿Amas a los demás por puro amor de Dios o sólo si te caen bien o tienes algún interés en la persona?
4.- ¿Se puede contar contigo cuando puede haber problemas o te diluyes y escaqueas?
5.- ¿Realmente vives de la fe o sólo practicas la fe de vez en cuando y los domingos?
6.- ¿Qué consecuencias tiene tu fe en tu vida?
Paciencia modera la tristeza
La paciencia tiene mucho que ver con la esperanza y la mansedumbre con el dominio de sí, las 2 necesitan o potencian la virtud de la fortaleza. La fortaleza cristiana no es poder conquistarlo todo y ser el más grande, sino que cuando eres pequeño y débil, seas capaz de resistir el mal. Por eso, la fortaleza cristiana depende de la esperanza.