lunes, 2 de mayo de 2011

La misión de la Iglesia.

Ésta es, por fin, la última catequesis del campamento de las Alevinas:

Una vez que ya sabemos a quién vamos a recibir en Madrid, del 16 al 21 de agosto del 2011, sólo queda ver ¿por qué tiene tanto interés nuestro obispo en que venga el Papa?

Como sucesor de los Apóstoles, Don Antonio María Rouco Varela quiere acoger al Santo Padre en la Iglesia que camina en Madrid para que el Papa nos confirme en la fe y podamos cumplir nuestra misión.

¿Y cuál es nuestra misión? Pues muy sencillo, la misma que la de Cristo. Esto es, anunciar el Evangelio a todas las naciones y traer la salvación a todas las personas que se nos acerquen. Y como esto es lo mejor que puede pasar a cualquiera, llega un momento en que no nos conformamos con los que se nos acercan, sino que salimos al encuentro de los que no se nos acercan. Igualito que Jesús. Jesús se hizo hombre para salirnos al encuentro, primero buscó a los que le buscaban, pero luego empezó a salir al paso de los que no le buscaban (discípulos de Emaús, fariseos, publicanos y pecadores...)

Aquí se podría acabar la catequesis, pero viene bien analizar ciertas posturas y métodos.

Jesús nos ordenó "Id al mundo entero y predicad el Evangelio, bautizando a todos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". La Iglesia no somos un grupo de personas que se juntan para hacer cosas buenas. No somos hombres y mujeres que como somos tan buenos, hacemos colectas para los pobres o incluso organizamos talleres para que los parados puedan encontrar trabajo. Nuestra misión no es desterrar el hambre en el mundo.

Nuestra misión es traer a Jesús a cada corazón. Salvar a cada persona. Traer el cielo a la tierra, meter en el cielo a todos los que podamos. En definitiva, ser "otro" Jesús para salvar al mundo.

Hemos sido bautizados. Eso significa que hemos muerto al pecado y resucitado para la vida eterna. Hemos sido configurados con Cristo. De hecho, un cristiano es alguien que acepta llevar la Cruz con Jesús para salvarlos a todos. No es tan importante lo de "llevar la cruz", como lo de para "salvarlos a todos".

Hemos dicho en catequesis anteriores que el Espíritu Santo es el que nos da la fuerza para poder amar como Cristo, para poder "tener los mismos sentimientos  de Cristo", como dice Pablo en una de sus cartas. Es como si dejáramos nuestra piel de pecadores y nos vistiéramos con la piel de Jesús. A un cristiano se le debería confundir con Jesús. Somos Jesús para dar la vida al mundo.

Eso significa, que si Cristo amó tanto al mundo, a cada persona, que estuvo dispuesto a morir en una cruz para que ellos llegaran al cielo, nosotros no podemos hacer menos. No es cuestión de que eso sea para sacar un diez. O somos cristianos o no.

Una persona que no se preocupe por sus amigos, sus compañeros, su familia... Que no haga apostolado, no puede llamarse "cristiano" porque no hace lo mismo que Cristo. Cierto es que, poco a poco, en la medida en que nos vamos enamorando de Jesús, Él nos va abriendo el corazón para que nos quepa más personas y así llegamos a preocuparnos por cada persona con la que nos topamos, incluso por los que no conocemos. Hasta amar a todos y cada uno de los seres humanos.

Siempre nos tomamos a guasa el apostolado que hace un sacerdote amigo mío y compañero de curso, Pablo Maldonado, que cuando sube al autobús o compra el periódico se para a hablar con todo el mundo para evangelizarles despacito y con cariño, pero se para con todos. Eso es un corazón a la medida de Cristo. No se conforma con esperar y ser él mismo fiel, sino que sale a buscar a todas las personas que sea posible.

Algo así predicaba San Josemaría Escrivá de Balaguer, cuando hablaba de que hay que "amar al mundo apasionadamente". Un cristiano no puede buscar una santidad "individual". No podemos tratar de ser buenos nosotros solos. No podemos amar a Jesús solo. Si realmente amas a Jesús, Él te va a pedir que cuides a los suyos y a los que no se sienten suyos. No podemos mirar para otro lado. No tenemos derecho a decir, como si fuéramos ingleses, "¿cómo voy a meterme en la vida de los demás?". ¿No os recuerda esta excusa aquella segunda objeción que pusimos los hombres? Cuando Dios preguntó a Caín dónde estaba su hermano, éste le respondió eludiendo al Señor: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?".

Te lo voy a preguntar de otro modo: Si pensaras que tu padre, o tu madre, o alguno de tus hermanos se fuera a condenar para siempre... ¿Qué estarías dispuesto a hacer? Pues si amas a Jesús realmente, no puedes quedarte de brazos cruzados viendo cómo todo el mundo se va al garete. Tú tienes algo que decir. Tú puedes hacer algo.

"Es que yo soy muy poquita cosa, quién me va a hacer caso..." Primero, esta excusa denota una soberbia impresionante cubierta por una falsa humildad que da asco. Tú serás lo que seas, pero tenemos que movernos, tenemos que actuar... Hay tanto por decir... Que te escuchen será otro tema, pero nosotros debemos hacer todo lo que esté en nuestra mano.

Otra excusa, "Es que me da miedo cómo vayan a reaccionar... ¿Y si me quedo sin amigos?... ¿Y si se ríen de mí?" ¡Qué más da! ¡Qué más da que mi alegría sea esta locura mía de quererte siempre más! Si amamos al Señor, ¿qué nos importa lo que piensen de nosotros? Ésta es la excusa de los perdedores, de los que nunca van a pedir una cita a la chica que les gusta por miedo al ridículo. Son los que se van a quedar amargados, arrugados y envasados al vacío por miedo a la vida... ¡Y yo no hablo para esas "caricaturas" de cristiano! Yo quiero chavales y niñas fuertes, valientes, que saben alzarse tanto como miden para enfrentarse a la vida con coraje, con virtudes...

Hablo para hombres y mujeres que saben disfrutar de la vida, que saben amar, que saben perder y saben ganar. Para hombres y mujeres con arrojo. Que saben llevarse del brazo, con una sonrisa y buen humor, a quienes al principio no querían ir a Misa. Son aquellos que sin ningún complejo le dicen a un amigo: "Bueno, me voy a Misa..." Y antes de que el amigo pueda sonreírse con ironía, le dicen con amabilidad, cariño y audacia: "¿Te vienes conmigo?".

Ésta es la diferencia entre los cristianos auténticos y los "esperpénticos".

¡Vivan los cristianos! ¡Abajo las caricaturas!


¡¡Hay tanto por hacer...!! Y tan pocos dispuestos a amar de verdad, como Cristo Ama. ¿Estás dispuesto a ser cristiano de verdad, a continuar con la misión de Cristo de salvar al mundo? Se trata de poner en este viejo mundo un poco de esperanza, ser sembradores de paz y de alegría. Una alegría que sólo Jesús puede dar.

2 comentarios:

  1. Me encantó el post! felicidades!! :)

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  2. En fin, José, qué agradecido eres... A ver si te pasas por la capital del imperio y nos vemos.

    Un fuerte abrazo pascual y un Avemaría para lo que quieras.

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