El otro día estaba hablando con una amiga mía, profesora en el CEU, que me embarcó en una misión en la República Dominicana.
Es una chica con buena formación, casada con un vasco de pro, fenomenal también él y tienen una niña recién nacida. Pues bien, gracias a esta amiga mía y a sus desvelos, muchos niños de un batey dominicano pueden comer todos los días porque esta chica se implicó en un determinado momento en sacar adelante un comedor que había creado el P. Christopher Hartley Sartorius. Cuando este sacerdote español fue expulsado de la isla, casi todos los comedores que había creado cerraron, pero uno se mantuvo gracias a subvenciones, a la ayuda desinteresada de muchas familias españolas y a que una chica con iniciativa se dió cuenta de que Dios se lo pedía.
Un batey es como una barriada o aldea en Santo Domingo, cuya población es mayoritariamente haitiana. Si los campitos (aldeas habitadas por dominicanos) suelen ser pobres, los bateys son miserables. Habitualmente estos campitos o bateys son concentraciones de población que trabajan en la caña de azúcar, hoy se han reducido en gran número las plantaciones y se ven arrojados a la miseria más absoluta.
Pues bien, el otro día hablaba con Mercedes de situaciones difíciles, del clima general de las personas y de la sociedad y en un determinado momento me dijo: "Tenemos que cambiar el mundo".
Me sorprendió enormemente porque en la mayoría de las ocasiones, cuando tocas estos temas la gente suele quitárselos de encima diciendo: "¡Alguien debería hacer algo!", pero Mercedes me dijo: "¡Tenemos que cambiar este mundo!", aceptando la responsabilidad.
Esto es necesario, es fundamental y urgente. Para que algo cambie debes estar dispuesto a hacer algo por conseguirlo, tú, no otros. ¡Qué maravilla cuando Dios se encuentra con personas dispuestas a recoger el guante y llevar esta Creación imperfecta a su plenitud! Eso es cooperar con la divina providencia.
Un abrazo
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