De todos nuestros dogmas, de toda la moral, de todo cuanto vivimos los cristianos: ¿Qué es lo más importante?
A veces, uno se pierde en devociones, en rezos, en puntos concretos de lucha... Pero de vez en cuando, compensa parar y refundar nuestros cimientos sobre la roca de Cristo. ¿Qué eslo que no podemos renunciar?
Pues yo creo que nos asentamos sobre 3 pilares esenciales:
- La Santísima Trinidad.
- La Encarnación de nuestro Señor.
- El sacramento de la Eucaristía.
Y si esto es así, entonces, ¿la santísima Virgen María que pinta en todo esto? Porque sabemos que es sencial para nuestra fe. Pues muy sencillo: sin María no habría Encarnación.
Vamos despacito. Punto 1: La Santísima Trinidad.
Lo más importante de nuestra fe es lo que Cristo vino a revelarnos. Es curioso que lo más importente sea lo que no sirve, aparentemente, para nada. Que Dios sea Uno y Trino podría ser sólo un quebradero de cabeza, tan lioso que al final resultaría que Kant tendría razón cunado decía que no es una verdad significativa y que deberíamos obviarla para no conducirnos a estériles maquinaciones mentales.
Todo cuanto existe ha sido creado a imagen de Dios. Dios ha dejado la impronta de su Ser, la huella del autor en todo cuanto hace. Si Dios fuera una única Persona divina, todo tendería a ser único. Es más, todo tendería a completarse a sí mismo sin necesitar nada fuera de sí. Vemos, en la realidad, que todo cuanto existe necesita de los demás para alcanzar su plenitud. Incluso en nosotros mismos, que somos la obra maestra de Dios vemos que desde que nacemos necesitamos a los demás, nacemos en una familia. Un hombre no se completa a sí mismo, necesita la complementariedad de una mujer... Que Dios sea Comunidad de personas es más importante y necesario de lo que podríamos suponer a primera vista.
De modo que Dios sólo puede ser Amor si realmente es Comunidad de Personas en sí mismo. De otro modo no sería Amor, sería absoluta estabilidad u otra cosa más rara. El dinamismo que existe en Dios es por la relación de amor que se establece entre el Padre y el Hijo y entre ellos y el Espíritu Santo. De otro modo, el acto puro no es puro estatismo, sino un dinamismo de plenitud desbordante que se derrama en un Creación libérrima, que es pura muestra de Amor.
Jamás se nos hubiera ocurrido pensar en Dios Trinidad si no nos lo hubiera revelado Cristo. Jesús no hizo otra cosa que hablarnos del Padre. Conocemos a Dios a través de sus obras, pero de un modo mayor, le conocemos a través de lo que Cristo nos ha querido comunicar sobre Él.
Aquí entroncamos con el segundo punto de nuestra tríada. La Encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
No hemos puesto este punto en primer lugar por un motivo lógico. Primero Dios existe tal y como es y luego, en el tiempo, decide hacerse hombre. Pero realmente, para nosotros, la Encarnación es el primer misterio (acontecimiento salvífico) de nuestra fe. Sólo a través de la Carne de Jesús hemos llegado no sólo a conocer, sino a vivir con Dios.
En un momento determinado Dios decide que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se haga uno como nosotros, para poderle conocer sin error y para salvarnos y que podamos vivir su mismo Amor en nuestras vidas.
Dios entra en la historia, en nuestro mundo, en nuestras vidas y toma carne en el seno de María. En un momento muy concreto, en un lugar muy concreto. Dios se concreta definitivamente y nuestro punto de acceso a Dios, a partir de ese momento de la historia, será la Carne de nuestro Señor Jesucristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Si quieres llegar a Dios, tendrás que hacerlo a través de la Carne de Jesús. Si quieres conocer y amar a Dios, tendrás que hacerlo a través de la Carne de Jesús y si quieres Vivir con Dios, tedrás que hacerlo a través de la Carne de Jesús. Y todo esto lo conseguimos gracias a María. Ella es quien nos lo dió a luz, ella es quien nos guió hasta Él ("Haced lo que Él os diga"), Ella es quien custodió su Iglesia en el primer momento en el cenáculo y Ella es a través de quien Dios ha querido darnos todas sus gracias, como fue a través de Ella como quiso darnos la Carne que nos salva.
Y aquí entroncamos con nuestra tercera parte: La Eucaristía. ¿Cómo podríamos llegar hoy a Jesús si simplemente hubiera ascendido al cielo? Por eso se quedó en su Iglesia. En la propia corporalidad eclesial tenemos el acceso a Cristo. Formamos un solo Cuerpo en Él. De modo que en los sacramentos tocamos y veneramos la misma Carne de Jesús. La misma Carne que curó al leproso, devolvió la vista al ciego y resucitó a su amigo Lázaro. La misma Carne que por nosotros murió y Resucitó hace casi 2000 años es la misma Carne que comulgamos en la Eucaristía. "Quien no come mi Carne y bebe mi Sangre no tiene vida en él".
De modo que toda nuestra vida es aprovecharnos de estos tres misterios grandes de la fe. Todo lo demás gira en torno a ellos. Alguno me dirá: ¿no es más importante el bautismo que la Eucaristía? Pues no. El bautismo nos abre las puertas para que podamos celebrar y participar en la Eucaristía. El bautismo es la puerta, la finalidad de todos los sacramentos desemboca en la Eucaristía. La Eucaristía es el mismo Cristo, mientras que el bautismo es lo que permite que lleguemos a Cristo.
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