jueves, 1 de octubre de 2015

Curación del paralítico (2)

«Hijo, tus pecados te son perdonados». Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?» Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?" Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."» Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida». 
Vamos terminando con nuestra meditación del paralítico descolgado por sus amigos...

Jesús le acaba de perdonar los pecados. Toda enfermedad, toda dolencia, todo lo malo que ocurre en esta vida es consecuencia directa o indirecta del pecado. Desde que Adán y Eva pecaron todo se lió. El diablo alcanzó tal poder que incluso puede afectar a nuestra naturaleza. Aún así, sabemos que con nuestra naturaleza herida, aún podemos aspirar a Dios, aún la gracia puede obrar milagros en nosotros y quien estaba atado por el pecado puede aspirar a la libertad. Somos capaces de obrar el bien incluso sin la gracia de Dios, pero no podemos perseverar en ese bien y luchar contra el pecado habitualmente sin la gracia de Dios.

Sabemos que desde que entró el pecado en el mundo entró también la enfermedad y la muerte. Incluso hay dolencias físicas, psíquicas y espirituales inducidas directamente por el Maligno. Aún así, por la misericordia de Dios, todos los males del mundo están ordenados por Dios, nuestro Señor, a nuestro bien. No lo entenderemos, pero Dios no permite nunca un mal si no va a conseguir un bien mayor para nosotros.

Pues bien, en vez de curar a este hombre, Jesús le perdona sus pecados y lo hace en atención a los méritos de sus amigos. Fueron los amigos de este hombre los que le lograron el perdón.

Del mismo modo, nuestro Señor Jesucristo es como un campeón que lucha en nuestro nombre y en atención a sus méritos nosotros hemos conseguido la victoria definitiva. ¡Gloria a Dios!

"Estaban allí sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?»"


Cómo contrasta la grandeza del corazón de Cristo con la miseria y con la pequeñez de los fariseos. Piensan que Jesús obra mal. No piensan "¿quién es éste que hasta perdona pecados?", sino "¿por qué habla así?". No pueden admitir la posibilidad de que Cristo tenga autoridad para perdonar. Eso supondría que Jesús es Dios. Es curioso, pero va a pasar aquí lo mismo que por lo que Dios permite el mal. Para que se manifieste su gloria. Jesús les va a demostrar que tiene el poder de Dios para perdonar pecados.

Repugna al corazón sincero la manipulación de los fariseos. Jesús ha blasfemado, se merece la muerte inmediatamente, pero son tan cobardes que ni abren la boca. En este momento, están rodeados por los amigos y seguidores de Jesús. Si fueran sinceros por lo menos le reprocharían su actitud, por muchos amigos de Jesús que haya delante. Pero ellos no, se conforman con odiarle, sin decir nada, incluso siguen mostrando respeto aunque piensan que es un blasfemo. Ya llegará el momento de matarlo, cuando sus amigos no estén delante... ¡Qué asco de corazones hipócritas! Yo creo que es ésta la razón por la que Jesús advierte tanto contra el orgullo, la prepotencia y la soberbia porque incapacitan absolutamente para reconocerle.

No eran tontos los fariseos. Efectivamente, sólo Dios puede perdonar pecados porque sólo a Él le ofenden nuestros pecados. Sólo el ofendido puede perdonar.

Dios mío, perdóname todas las veces que juzgo, que pienso que no puede pasar nunca tal o cual cosa... Enséñame a dejarme sorprender, a ver sin juzgar ni condenar. Dios mío, que sea capaz de reconocer la verdad siempre. No me dejes que me encierre en mis precomprensiones, en mis esquemitas, en mis modos, en mi manera de entender la vida, en mis ideologías... Líbrame del escándalo farisaico.

Señor, ¿cuántas veces me he erigido en guardián de la ortodoxia sin buscar lo bueno para la persona que tenía delante? Sólo me preocupaba justificarme a mí mismo, ensalzarme por encima del otro... Dios mío, ¿a cuánta gente he podido hacer daño con esa actitud?. Es cierto que hay que advertir de los errores, pero no condenando a quien tenemos delante, sino tratando de salvarlo. ¡Qué actitud tan distinta la de los fariseos a la de Jesús! Que en vez de condenar a Zaqueo quiere cenar con él. No señala al paralítico y le grita: por tus pecados te ha pasado eso!, sino que carga sobre sus espaldas nuestras culpas para que nosotros podamos ser libres.

Cómo me enamora la actitud, el corazón de mi Señor. Te pido, mi Dios, que sanes mi corazón para que bombee la misma sangre arterial que el tuyo: que respire misericordia y no juicios.

"Pero, al instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior, les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?"


Juegas con ventaja, Dios mío. Si los evangelizadores que venimos detrás conociéramos lo que piensan los demás, cómo podríamos salirles al paso... Pero nosotros podemos fallar, equivocarnos, juzgar mal una respuesta, una situación. Podemos ser demasiado duros con quien no lo merece o muy blandos con quien le vendría bien un repasito... Sólo en la medida que podamos hacernos uno con cada persona podremos llegar a su corazón, como Tú llegabas directamente desde el principio. Dios mío, dame corazón para amar a cada persona con la que trate. Que sea capaz de sufrir un poco por cada uno para poder acogerles y comprenderles como necesitan.

¡Qué grande, Jesús! Tú sí que puedes juzgar y en vez de eso preguntas, tratas de convertirles, de entender por qué lo hacen, a ver si así puedes ayudarles a comprender la verdad... pero son corazones agoreros, cerrados en sí mismos, jamás reconocerán que están equivocados porque entonces tendrían demasiado que perder... ¡Tendrían que darte la razón y seguirte! Dios mío, que jamás tengamos miedo a la verdad. Es lo peor que nos podría ocurrir porque entonces ya no podríamos sino mirar hacia adelante y arramplar con todo: el gran riesgo del fanatismo.

Nos das una y otra oportunidad para convertirnos, para aceptarte a Ti. Nos obligas a plantearnos el por qué de nuestras acciones, pensamientos y deseos para ver si nos damos cuenta de que no podemos seguir así...

¿Qué tengo en mi corazón?, ¿por qué pienso así?, ¿qué deseos se ocultan detrás de mis actos?, ¿qué busco realmente?... No se trata sólo de ver qué hago, sino los porqués. Esto es importante porque me muestra hacia dónde camino. ¿Por qué juzgo, por qué ataco, por qué me tengo que defender?...

Dios mío, dame un corazón limpio para que sea capaz de verte, que no tenga intenciones torcidas, que no desee lo que no puedo, sino que te ame y te busque a Ti con todo mi ser. Aquí tienes mi corazón. Haz conmigo lo que quieras.

Y dime, Señor, hazme partícipe de lo que hay en tu corazón. ¿Por qué piensas Tú así?, ¿en qué piensas? Dios mío, si me dieras cabida en tu espíritu, ¡cuánto aprendería!. Si llegara a compartir tus sentimientos, ¡cuánto podría llegar a comprender a los demás y amarles! Señor, déjame encerrarme en tu pecho, entrar por tu llaga santa y parapetarme en Ti y escuchar los latidos de tu corazón y poder amar como Tú Amas, comprendiendo a los demás y mi propia debilidad...

"¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o decir: "Levántate, toma tu camilla y anda?""


Menuda les estás preparando, Jesús. Efectivamente, si Dios te da el poder de curarle, evidentemente también te dará el poder de perdonarle. Por eso, los fariseos no negaban que Jesús hiciera milagros, sino que lo malinterpretaban y decían que hacía prodigios con el poder de Satanás. ¡Claro! Si tú crees sinceramente que tienes la razón y ocurre algo que no puedes explicar, siempre puedes acudir a que es obra del demonio. ¡Qué horror! ¿Puede ser que alguien creyera sinceramente que Tú venías de Lucifer? Aquí tenemos que ver tu vida entera. No sólo se trata de los milagros, sino de todo lo que Tú hacías. ¿De quién eres, de parte de quién vienes, Señor?

Importa resolver estas dudas bien, porque cuando venga Cristo con gran poder y gloria está anunciado que antes vendrá el Estafador, que también hará prodigios. Siempre me he apoyado en el magisterio, pero ¿no puede ser que estemos engañados como los fariseos creían con toda el alma que tenían razón?

En este punto es necesario dar un paso atrás. Hay que distinguir entre los fariseos de buena voluntad y los fariseos hipócritas que no querían dar su brazo a torcer. Puede ser que alguien se engañara al principio, llevado por las ideologías, pero llega un momento en el que ves que ese hombre TODO lo ha hecho bien y tras comprobar el desenlace de su vida a uno no le queda más remedio que darse cuenta de que si Dios nos quiere y somos su pueblo, éste hombre tiene que venir de Él.

Nosotros tenemos una ventaja, que Jesús nos ha advertido de muchas cosas y los Apóstoles también. Si alguien intenta cambiar algo del evangelio, ése no vendrá de parte de Dios. Pero es que también es imposible amar como Dios nos ama si no viene de Él, por eso, es mucho más difícil engañarnos a nosotros. Porque la prueba de la veracidad es el amor hasta la Cruz.

La prueba definitiva de que es Jesús es que ha llegado hasta la Cruz por mí y, por si fuera poco, Dios lo ha resucitado.

Si juzgamos con sencillez, ante esa pregunta no cabe respuestas capciosas: ¿qué es más fácil perdonar o curar? Pues quien tenga poder para curar, también tendrá poder para perdonar.

Pero los fariseos no responden porque no son sinceros. Saben que Jesús puede curar y perdonar. Lamentablemente, sabían perfectamente que venía de Dios, pero tenían demasiado que perder como para reconocer la verdad. ¿Y tú y yo, hermano mío, somos libres para aceptar la verdad de Jesús en nuestras vidas? 

Dios mío, cuántas complicaciones nos ahorra la sinceridad, la sencillez del corazón capaz de acoger la verdad del evangelio sin glosas, sin reinterpretaciones que lo enrarecen. ¿No surge en tu pecho el deseo de que Jesús te perdone, te sane, te purifique y se quede contigo? Y si eso pasaba cuando Jesús caminaba en carne mortal y la gente podía escuchar con sus oídos las palabras de salvación. ¿Por qué no va a poder ocurrir ahora mismo que Jesús me sane en boca de sus enviados? ¿Por qué no voy a poder tener la certeza de su perdón escuchándole en la Iglesia? Aquí no me refiero a edificios, sino que Cristo fundó su Iglesia no sólo para perpetuar su Palabra, sino para perpetuar  también sus obras de salvación. A los Apóstoles les confirió autoridad para perdonar, curar y evangelizar y éstos a sus sucesores y a sus colaboradores. Eso dicen los Hechos de los Apóstoles. ¿Va a poner en nuestro corazón, el Señor, un deseo que no vaya a poder ser satisfecho? Eso sería muy cruel. Gracias, Dios mío, por darnos los sacramentos, a través de los cuales nos llega hoy toda tu fuerza salvífica igual que ayer.

"Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice al paralítico -: "A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa."»"

Resultado de imagen de autoridad de jesusImpresionante la fuerza de los argumentos del Señor. Con qué sencillez destruye la soberbia del fariseo. Con qué imperio manda al paralítico y lo sana. Esa misma Palabra se oyó en el albor de los tiempos, cuando aún no existía nada creado y lo primero que surgió fue con un grito: "Hágase". Ese mismo grito se oirá en la Cruz y también cuando Cristo haga nuevas todas las cosas cuando venga con gran poder y gloria al final de los tiempos.

Una autoridad irresistible y sin embargo tan frágil que necesita de nuestro "sí". Si la Virgen María no hubiera dicho "sí", si el paralítico no se hubiera fiado y no se hubiera tratado de levantar, si yo no me confieso, si no quiero comulgar, si no me fío de Ti, ¿dónde quedaría todo?

Tú, mi Dios, me lo ofreces todo y tienes poder para garantizar tu palabra, pero has querido necesitar mi libertad, has querido necesitar de mí. ¡Qué grande es tu amor por mí que te lleva a pedirme permiso para obrar en mi vida!

Piensa por un momento que el paralítico no quisiera levantarse. Nada habría pasado entonces. Piensa lo estúpido que habría sido que este hombre se fiara de los fariseos y desconfiara de Jesús, o que le diera respeto humano intentar alzarse y no lograrlo... Así de estúpido es el hombre que pudiendo abrazar la salvación de Dios, no obedece.

Así es de tonto aquel que porque cayó una y otra vez deja de luchar porque no cree que Jesús pueda rescatarle de su debilidad. Lo nuestro no es triunfar, sino luchar una y otra vez, esperando que algún día el Señor se apiade de nuestra debilidad y ponga Él lo que nos falta.

Dice el Jocker en la película de Batman: "Locura es repetir una y otra vez el mismo acto, esperando un resultado distinto". Pues bien, yo prefiero estar loco por Dios que pactar con mi debilidad. ¿Y tú? Hay que estar loco para tratar de levantarse de un camilla sólo porque un hombre te lo proponga. A no ser que ese hombre también sea Dios.

"Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa parecida»". 


Resultado de imagen de niño pequeño aprende a caminarPues este hombre obedeció a Jesús, contra toda esperanza esperó en Jesús y no fue defraudado. Señor, yo no sé cuándo ni cómo sanarás mi corazón. No sé cuántas veces vas a permitir que siga ofendiéndote con mi debilidad aplastante. Sólo te digo que espero que algún día socorras mi necesidad. Yo te ofreceré intentar dar un paso más, aunque siempre me caiga, aunque no lo consiga. Lo mío es intentarlo, no lograrlo. No me enfadaré por no lograrlo, sólo e entristeceré por ofenderte una y otra vez y te ofreceré mi impotencia, te miraré, te pediré perdón y sonreiré cuando vea tu sonrisa y cómo vienes a mí con los brazos abiertos y me tomas y me estrechas... Yo soy débil y pequeñito, pero me fío de Ti. Tú me pides que tenga la voluntad de dar el paso y como soy débil no lo consigo, pero no me enfado, no me enrabieto, no rompo la baraja. Me pides que lo intente una y otra vez. Mi esperanza es que un día, viendo mi postración, te de lástima y vengas Tú y me lleves contigo. No me pondrá triste ser débil, sino sólo el daño que pueda hacerte. Pero en el fondo, junto a ese dolor brota todavía una alegría más grande, espaciosa, la de saber que me Amas más que a otros, precisamente porque soy más débil y tonto. Me prefieres porque te necesito. Gracias, Señor. Esa alegría será mi salvación.

¡Jamás vimos algo parecido! Se ha inaugurado un tiempo nuevo en la historia de la humanidad. A partir de ahora lo hemos visto miles de veces. Por desgracia, quizás nos hayamos acostumbrado y hayamos perdido el estupor, el asombro ante las maravillas que Dios realiza por sus hijos.

¡Cuántas veces me sorprende Dios en la vida de sus hijos! Muchas veces no daba yo un duro por alguien y de pronto viene Dios y cambia la debilidad en fortaleza, justo en el momento en el que la persona acepta su debilidad y se la ofrece al Señor con alegría, sin la soberbia de juzgarse y flagelarse por no conseguir los méritos. Gracias a Dios, el único mérito es suyo. Y nuestra actitud es glorificarle, porque nunca lo hubiéramos conseguido con nuestras fuerzas. Toda la gloria y el honor son para Jesús. Lo nuestro es reírnos a carcajadas, felices por estar en los brazos de nuestro Padre Dios.

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Que Dios os bendiga, hermanos.

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