Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.
Vemos que estos dos frutos del Espíritu Santo afectan directamente a la Caridad. Estamos viendo que la presencia del Espíritu Santo en el cristiano lo que hace es fundamentalmente aupar y disponer todas las potencias del hombre para prepararle para amar cada vez más. No en vano el Espíritu Santo es la Caridad de Dios.
La diferencia fundamental entre la bondad y la benignidad es que uno puede ser bueno y buscar el bien del otro, pero hacerlo de un modo hosco, que no parezca ser bueno. La benignidad es la amabilidad también en la forma de actuar. Ser bueno y mostrarse bueno, eso serían estos dos frutos unidos.
La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.
Se trata de estar animado y preparado para cosa grandes, no ser apocado o pusilánime. Tener un alma grande. No amilanarse por las dificultades y hacer las cosas no porque sean fáciles o difíciles, sino porque Dios quiere y como Dios quiere. No tener miedo a las contrariedades, al juicio de los demás, ni a las dificultades para llevar a cabo la Voluntad de Dios.
La fidelidad como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.
Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.
No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.
Pero cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.
La fidelidad nos lleva a responder a Dios con prontitud, sin convertir la fe en un objeto teórico, sino vivir la fe, llevarla a la práctica y amar a Dios por sí mismo, con alegría y fecundidad. Tener los mismos sentimientos y deseos que Dios. Desear lo que Él desea, Amar lo que Él Ama, Odiar lo que Él Odia. Es la propia y verdadera UNIDAD DE VIDA. Vivir conforme a lo que crees con todo el corazón.
Preguntas para los chavales:
1.- ¿Buscas el bien de los demás o vives con egoísmo?
2.- ¿Eres amable o haces las cosas por los demás a regañadientes?
3.- ¿Amas a los demás por puro amor de Dios o sólo si te caen bien o tienes algún interés en la persona?
4.- ¿Se puede contar contigo cuando puede haber problemas o te diluyes y escaqueas?
5.- ¿Realmente vives de la fe o sólo practicas la fe de vez en cuando y los domingos?
6.- ¿Qué consecuencias tiene tu fe en tu vida?
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