viernes, 13 de julio de 2012

¡Qué maravilla las últimas primeras lecturas de la Misa de estos días!

Estos útimos tiempos hemos podido disfrutar en Misa de las profecías de Oseas. Profecías que insisten, como dice el Señor hoy, en el amor incondicional de Dios aunque no te lo merezcas.

Esto es impensable hoy por hoy. Estamos en una sociedad en la que te tienes que merecer todo, incluso ha llegado un punto en el que no sólo tienes que merecerte el amor de tu mujer o tu marido y el de tus hijos, sino que incluso muchos padres condicionan su amor por los hijos. ¡Es horrible! Ya no podemos refugiarnos en ningún lugar...

Salvo en el corazón del Padre. Cuando eras joven te amé...

Oseas inicia su ministerio profético unos años después de Amós, en el Reino del Norte, en un momento de abierta decadencia. Tras los juicios y amenazas de Amós, Oseas va más al fondo del problema. Dios ha derrochado su amor con su Pueblo y su Pueblo le ha despreciado.

La propia vida de Oseas es un ejemplo para los israelitas. Se casa con una mujer infiel, del mismo modo que Dios es fiel a su alianza hecho con un pueblo idólatra que ha abandonado sus caminos y aún así, Dios les sigue amando.

Cuánto se parece esta parte de la Escritura Santa a nuestra situación. Como los israelitas, hoy muchos cristianos viven al margen de su fe, se comportan como paganos y ni siquiera se acercan a Misa los domingos. Pretenden que un vago sentimiento de cierto "cariño" a Dios sea suficiente. Como si un vago sentimiento de cariño que no inspirase nunca una obra de amor real pudiera salvar un matrimonio.

¡Cómo maltratamos hoy a Dios! Y encima parece que se deja. Ya no amenaza, lo único que hace es tratar de seducirnos... Y no nos dejamos.

Leed, leed y contemplad las maravillas del amor de Dios. ¿No te dan ganas de corresponder?. Dios mío, ¡qué torpe soy! Perdóname, ten misericordia de mí, que quiero corresponder de alguna manera al tremendo amor que se que me tienes. Ojalá nos diéramos cuenta de lo mucho que Dios nos quiere a cada uno. Toda su Omnipotencia puesta en juego para amarme a mí personalmente, no a la humanidad, sino a cada uno.

Dios, Dios mío. Dios es mi Dios, Dios es mi Dios...

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