sábado, 14 de julio de 2012

VOCACIÓN:


Con la falta de vocaciones que hay hoy en la Iglesia, creo yo que habría que ver si realmente sabemos qué es la vocación.

1.- A veces, te encuentras con chavales que piensan que la vocación es el camino que más te apetezca recorrer, así no me extraña que ni siquiera se casen... La vocación no es "apetencia".

2.- Otras veces, te encuentras con testimonios de vocación un tanto sesgados: "El mundo me dejaba vacío y encontré al Señor que me llenó de amor..." Muy bonito, pero eso nos deja a casi todo el mundo fríos. Se necesitaría un bombardero espiritual para que la gente reconociera a Dios de esa forma y sólo vale para los que han tocado fondo de alguna manera, pero muchas personas viven "suficientemente" felices. No estamos tan tirados, insatisfechos y con cierta amargura. Por eso, esos testimonios a mí, personalmente, nunca me sirvieron. Daba gracias a Dios por las maravillas que hace en algunos y ya está.

3.- Otras veces se confunde la vocación de Dios con lo que a mí me gustaría hacer. De este modo, uno ve que puede hacer falta en la Iglesia curas, pero yo me doy cuenta que a mí me gustaría servir mejor a Dios en la familia. Es algo muy loable, pero no te estás planteando qué quiere Dios.

4.- Una justificación muy típica para no plantearse las cosas con seriedad es la falsa humildad: "Yo, con todos mis pecados, ¿cómo puedo aspirar al sacerdocio o a la vida consagrada? Eso es para los santos". En el fondo es no dejar que Dios intervenga en tu vida, no se trata de que te lo merezcas, sino de dejar que Dios sea Dios y poco a poco vayamos correspondiendo a la gracia. Mis pecados nunca han sido óbice para la llamada. Es mejor responder que sí aunque no seas santo, que no ser santo y encima haber dicho que no.

El problema de todas estas alternativas, es que en el fondo se parte de una base errónea. Yo me plantéo que Dios me quiere feliz y, por eso, lo primero que debo buscar es mi propia felicidad y ahí estaré respondiendo a la llamada de Dios a mi propia felicidad. Éste no es el camino que siguió Jesús en su vida mortal. Por desgracia, quien se adentre en ese camino descubrirá con horror, tarde o temprano, que se equivocó. Se casó con una persona que pensabe le haría feliz y un buen día descubre que esa persona no es capaz de darle la felicidad y entonces comienza a pensar que está condenado a vivir una cierta frustración.

Este engaño es muy de nuestra época post-modernista. Hace relativamente pocos años, nadie se engañaba tanto. La gente, antiguamente, no se planteaba cómo voy a ser feliz, sino que se daban cuenta de que la felicidad propia sólo se alcanza de un modo reflejo, en la medida en que haces felices a cuantos te rodean. La pregunta no es: ¿Cómo voy a ser feliz?, sino más bien: ¿Cómo voy a hacer felices a los demás?.

Si a esto le añadimos la fe, entonces la pregunta es, como en la foto de arriba: ¿Dónde, Señor, voy a poder servirte mejor?

Aquí entroncamos con la primera lectura de la misa de hoy:

Lectura del libro de Isaías 6, 1 -8
 
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Y vi serafines en pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían.
Y se gritaban uno a otro, diciendo:
-« ¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria! »
Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
-« ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
-«Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
-«¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?»
Contesté:
-«Aquí estoy, mándame.»

Palabra de Dios.

Una vez leí que el Papa Benedicto XVI, creo que fue en su autobiografía, decía que él veía en la postguerra, que quería servir a su país y que descubrió que lo que más faltaba a sus gentes era una auténtica expereincia espiritual, vida interior, y que puesto que eso era lo que más creía que convenía, por eso se hizo cura.

La verdad, repasando un poco la propia vida, también fue eso, lo que a mí me pasó.

Yo ya me había entregado a Dios y de pronto empecé a descubrir la falta que había de sacerdotes que acompañaran a la gente. Yo, trataba de hacer apostolado con mis compañeros de derecho, pero nadie quería venir al centro del Opus Dei en el que yo residía y cuando "conseguía" que se confesaran en alguna parroquia, pinchaba en hueso porque los confesores pasaban de ellos o se  quitaban de encima al penitente por la vía rápida. Es lo que usualmente se llama: el muro sacramental. Acompañaba a mis amigos hasta el sacramento, pero en ese momento perdíamos ocasiones de oro por falta de alguien que supiera llevarles. Y me empezó a rondar una pregunta: ¿Y si esto me está pasando porque Dios me está porponiendo algo?

Trataba de rechazarlo con todas mis fuerzas, yo ya tenía un camino de entrega auténtica a Dios y, en el fondo, me horrorizaba la idea de ser sacerdote, pensad que yo era profundamente anticlerical y que me encanta el mundo que Dios ha creado y la libertad que daba ser laico. Le decía a Dios: "Si Tú ya me has llamado a otra cosa, no me compliques más la vida. Deja que te sirva aquí en paz... ¡Búscate a otro que le encante el incienso y juegue a celebrar misitas!".

Ya me constó entregarme a Dios en el celibato la primera vez. Vengo de una familia de seis hermanos y mi plan era casarme con la mejor chica del mundo, tener todos los hijos que pudiéramos, hacer muchísimo apostolado en mi ambiente y me justificaba diciendo: "Señor, ¡cuánta falta hacen las familias realmente cristianas...!" Hasta que me dí cuenta que no se trata de hacer mis planes, sino de preguntar a Dios sinceramente qué necesita Él. "¿A quién enviaré... Quién irá... Quién les dirá...?"

Y su palabra me quemaba por dentro hasta que le respondí que lo que Él quisiera... Y ahora volvía a hacerme lo mismo... ¡No! ¡Yo ya me había entregado en un camino muy concreto de servicio apostólico! De hecho, un sacerdote me dijo: ¿De verdad quieres meterte en un seminario? ¡Claro que no!

Hasta que me dí cuenta de que Dios no me quería en un seminario, sino en el sacerdocio aunque tuviera que pasar por un seminario...

No se trata de dónde quieres servir a Dios, sino de dónde quiere Dios que le sirvas. Son cosas muy distintas.

La pregunta es: ¿Qué es lo que Dios te está haciendo ver que es más necesario en su Iglesia? Pues ese será, seguramente, tu camino. Aunque nunca des la talla.

Un abrazo

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