martes, 22 de enero de 2013

(Mc. 1, 40-42): Jesús cura a un leproso

Como viene siendo habitual comenzamos nuestro ratito de oración poniéndonos en presencia de Dios. Hazte consciente de que Dios está aquí contigo, que te mira con cariño, que te busca y está deseando decirte muchas cosas al corazón.

Comienza tu oración dándole gracias, pidiéndole perdón y solitando todo aquello que necesitas para ti mismo y para cuantos quieres... Y abandónate en sus brazos. Deja que sea Él quien te hable durante estos minutos que vamos a pasar con Él a solas.

Cuando vayas a comenzar tu ratito de meditación, una vez que el corazón y la inteligencia hayas conseguido apaciguarlos, lee este texto con atención no una, sino cuatro veces. Despacito, sin prisas, este cuarto de hora, media hora o una hora entera no va a pasar más rápido porque leas atropelladamente...

40. Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme.»
41. Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.»
42. Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio.


Leíamos la última vez que meditamos el evangelio en una entrada del blog que Jesús había decidido, después de hacer oración, abandonar Cafarnaúm y dedicarse a evangelizar en otras tierras... Cuando un leproso le interrumpe.

¡Qué paciencia la de Cristo! Cómo salimos buscándole y no le dejamos ni dormir, ni rezar en paz, ni siquiera realizar aquello para lo que ha venido al mundo... Siempre estamos buscando algo de Él, distinto a lo que Él quiere darnos y aún así no se cansa, no nos abandona. Le buscamos porque Él puede darnos aquello que tanto deseamos y nunca le preguntamos qué es lo que Él quiere de nosotros.

¿Tú buscas a Jesús? ¿Por qué le buscas? ¿Le buscas para cumplir su Voluntad para hacer lo que Él te diga o le buscas más bien por ti mismo para que te ayude, te cure, se preocupe por ti, no te deje solo, te de su fuerza...? ¿Qué buscas en Jesús?, ¿qué quieres de Él?

Ponte en situación. Jesús ha salido de la ciudad de Cafarnaúm, está a las afuerzas. Ha estado rezando. Necesitaba hablar con su Padre y ver cuál sería el siguiente paso del programa de la salvación. En Cafarnaúm tenía éxito, la gente le buscaba y era necesario, pero se da cuenta de que no es eso lo que quiere el Padre. El Padre quiere que salga al resto de Israel, aunque no le acepten tiene que darles la posibilidad de aceptar el Evangelio. Lo suyo no es disfrutar del éxito, sino cumplir la Voluntad de Padre y ésta pasa por salvar a todos o por lo menos darles a todos la posibilidad de la salvación.

Sus apóstoles quieren volver a la ciudad donde son respetados y tienen tanto éxito. "Todo el mundo te busca" No les apetece ir donde nadie les conoce y van a pasar de ellos. Jesús les dice que ha llegado la hora de viajar y ponerse en camino. Ellos a regañadientes aceptan... ¡qué remedio! Y cuando están recogiendo las cosas ven que sale a su encuentro un leproso. ¡Qué asco! Claro, eso nos pasa por quedarnos en el descampado. Los leprosos no podían entrar en las ciudades. Seguramente, este leproso ansioso por ver a Jesús debió quedarse rondando por los alrededores haciendo sonar su campanilla, gritando: "¡Impuro!" cada vez que se acercaba alguien, como dictaba la ley para evitar el contagio y la contaminación.

Éstas cosas son las cosas a las que te expones cuando renuncias a la seguridad de tu casita y tu vida pequeño burguesa. Cualquiera puede venir a complicarte la vida. ¿Tú lo tienes todo organizado y te fastidia que venga alguien a sacarte de tus propios planes?

Debió ver a Jesús de lejos cuando se retiró a orar, pero no se decidía. ¿Qué podría hacer el Maestro solo cuando tanta gente le buscaba? Seguramente ese tipo solitario no sería Jesús y si se acercaba se exponía a que le arrojasen piedras. Debió quedarse a un tiro de piedra (nunca mejor dicho) mientras reunía valor para acercarse cuando vió que el grupo de los apóstoles salían buscando al Señor y allí se dió cuenta de que ese hombre solitario era Jesús y en ese mismo momento se hace fuerte la decisión en su corazón. Él que ha curado a tanta gente, seguramente no le va a rechazar con asco y repugnancia. ¡No sería propio del Maestro! De todas formas, ¿qué importa que me maten a pedradas?, ¿acaso es mejor vivir como un perro? Y desde el fondo de su deseperación surge la valentía para acercarse a esos hombres.

Cojeando, dejando jirones de sí mismo por el camino de una vida maldita se acerca al Hijo de Dios y cae de rodillas suplicando. Esta actitud choca con la de muchos cristianos que jamás suplican a Dios, ni siquiera saben arrodillarse para pedir al Espíritu Santo que convierta el pan en el Cuerpo de Cristo. ¿No te dan ganas de arrodillarte ante Dios y suplicarle que cure tus miserias? Por eso hay gente que no verá milagros en toda su vida, porque jamás los han pedido con fe.

"Si quieres, puedes limpiarme". Menuda súplica más original. Yo me hubiera puesto a gritar: "¡Señor, cúrame!" Y sin embargo este leproso todavía tiene dignidad. Debió ser un gran hombre. Pone a Jesús en un brete. Yo sé que Tú tienes poder para curarme. Si no me curas es porque no te da la gana. Yo no te digo que no tengas razones para no hacerlo, pero lo único que sé es que si a Ti te da la gana me puedes curar. No le hace la pelota, no utiliza ningún título, ni Señor, ni rabí (maestro)... Nada. Simplemente le dice lo que lleva en su corazón. Tú tienes el poder de Dios para curar a quien Tú quieras. Si quieres...

Cuántas veces nosotros suplicamos a Dios y le exponemos todas las razones por las que debería curarnos o concedernos un favor. Este hombre no se justifica, no pide amparos, ni quiere que se le compadezca. Simplemente muestra su enfermedad y de rodillas, reconociendo que Jesús es el Poder de Dios, le reta. Si no me curas es porque no quieres porque realmente soy un maldito y ni Dios me Ama. Si no me curas tengo razón para desesperarme porque entonces sabré absolutamente que Dios se ha olvidado de mí.

En el fondo todos los milagros de Jesús son una superabundancia del Amor de Dios. En todos sus signos Cristo se muestra como el que tiene poder para sanar no sólo el cuerpo, sino para salvar nuestra vida hasta la Vida eterna. Jesús es una caricia de Dios con nosotros. ¡Qué maravilla que Dios te quiera! Es espectacular comprobar a cada paso del evangelio que Dios no puede vivir sin nosotros, que nos Ama con locura desatada y que prefiere morir a vivir sin ti.

Tú, Señor, no sabes sumar, no conoces la estadística. Te da igual lo que haga la mayoría, hoy sólo tienes ojos para mí y para tí, lector. Sólo tiene ojos para nosotros y a Jesús le interesa todos y cada uno de los acontecimientos de tu vida. Todos tus sufrimientos, todas tus lágrimas, Jesús las ha recogido en su odre. ¡Gracias, Señor!

Jesús se compadece del leproso, se compadece de ti y de mí. "Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos." (Hb. 4, 15-16)

Dios ha asumido nuestra carne, ha hecho propia nuestra debilidad, es uno de nosotros. Dios, en Jesús se ha hecho débil con los débiles y en su Cruz se ha hecho feo y maldito con los desamparados. "No hay en Él hermosura que atraiga las miradas", dirá Isaías. Se ha hecho leproso con este hombre que está a sus pies. Jesús se compadece, esto es, Jesús padece con este hombre y además lo hace reflexivamente. Jesús se vuelca en el sufrimiento de esta persona. Sólo es capaz de compadecer quien reconoce al otro como algo propio, como un igual, pero además como un igual al que amas como a ti mismo. Esto pueden parecer frases bonitas, pero escucha un poco el significado de las palabras.

Jesús es Dios, es la segunda Persona de la Santísima Trinidad hecho hombre. Jesús es la Imagen del Padre, absolutamente en todos los actos de Jesús podemos ver una correspondencia con el Padre. Jesús, Dios en Jesús, está mirando a este hombre cubierta de lepra no sólo con cariño, sino como a un igual,. ¡Dios ha querido hacerse uno con nosotros! ¡Se ha abajado para hacerse igual a mí! y así poder levantarme hasta su altura. ¡Qué vértigo!...

Jesús a la Cruz se ha llevado toda mi lepra, ha padecido conmigo. Todas mis miserias, pecados y enfermedades han recaído sobre Él. Él sabe cuánto cuesta lo que a mí me cuesta porque Él también ha cargado con ello. Todas mis soledades, todas mis angustias, todo mi dolor es también el suyo. ¡Menudo compañero de viaje se ha hecho!

Al final, uno llega a creer que si Jesús era capaz de curar la lepra era porque la asumió en su Cruz. Todo lo humano lo asumió. Todo lo humano le es propio y en las huellas del crucificado (toda vez que ha Resucitado definitivamente) sigue llevando todos mis dolores.

Oh, Jesús, ¡qué grande es tu amor por cada uno de nosotros!

Pues bien, Jesús extendió su mano y lo tocó.  Jesús extiende el poder del Dios para que llegue hasta nosotros. El dedo de Dios, el Poder de Dios, la Omnipotencia de Dios en Jesús está a mi servicio. Al servicio de mi salvación. ¡Cómo debió sorprender a los discípulos este gesto! Estaba terminantemente prohibido tocar a un leproso y quien lo hacía debía guardar cuarentena por si acaso era contagiado. No podía ofrecer sacrificios hasta que se purificara... Y Dios elige ser un maldito con los malditos. "Maldito quien cuelga de un madero", dicen las Escrituras refiriéndose a los crucificados. Jesús, el único Cordero de Dios, quien va a realizar el único sacrificio que Dios puede aceptar para salvarnos, resulta que no podía sacrificar en el templo de Jerusalén porque había tocado a un leproso. El mismo que aceptó bautizarse en el Jordán, quien ha aceptado revestirse de nuestra carne pecadora, el mismo que ha aceptado mis miserias no tiene miedo de mancharse, no tiene miedo del contagio.

Hace cuánto tiempo a este hombre nadie le miraba devolviéndole la dignidad... Pues mucho menos nadie le habría tocado desde que enfermó. Pues bien, hoy Jesús le acaricia. Hoy Jesús toca su carne corrupta con cariño y le cura. 

Y le dice y con él también me lo dice a mí: "Quiero, queda limpio". ¡Qué gozada es escuchar esto mismo cada vez que te confiesas. Jesús claro que me quiere. Jesús es la prueba de que Dios no se ha olvidado de mí. Jesús quiere que yo viva limpio, que viva una vida en plenitud.
¡Oh, Dios, cuánto nos quieres!...

Piérdete en estas consideraciones... Dale gracias, contempla a Jesús. Observa cómo reiría el leproso que ya está sano. Disfruta de la vida con Cristo. ¡Rompe a cantar y a saltar! Vuelva la vida a tus miembros y vive para siempre con tu Dios.

Te dejo riendo y disfrutando y llorando de alegría y gratitud. Estáte un ratito hablando con Jesús de Él, de ti, de este leproso que te escribe. Cuántale de tus lepras y deja que Él se encargue de ti. Mírale a los ojos y tú también verás que Él quiere también para ti.

Un fortísimo abrazo. Ojalá tú y yo seamos ese bálsamo de ternura que nuestro mundo podrido necesita, que es Cristo. 


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