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martes, 10 de abril de 2012

Cristo ha resucitado... ¿y la Iglesia?

Gracias a Dios... (Nunca mejor dicho) Cristo ha resucitado, pero aún no ha llegado el Reino de Dios a su plenitud y la Iglesia Santa, sigue vadeando la tormenta como puede, con el auxilio del Señor. Con mucha esperanza, eso sí, pero el triunfo aún no lo tenemos.

En la Tradición de la Iglesia se ha sugerido muchas veces, que aunque Cristo ha triunfado en su carne todavía sufre en sus miembros el ataque del pecado.

Por eso, Dios nos sigue advirtiendo y llamando a la perseverancia. No nos equivoquemos, todavía no estamos salvados definitivamente.

La alegría de la Pascua es en esperanza. Cristo ha traído la salvación con la Iglesia, pero aún queda mucho pecado en sus miembros. A veces se oye predicar como si el triunfo de Cristo fuera ya definitivo en esta etapa de la Historia. Ya no hay que hacer nada, no nos preocupemos porque Cristo nos salva pase lo que pase. "Se nos ha dicho que para salvarnos no hay que hacer nada porque nadie se condena", como ironizábamos con una canción del seminario. El triunfo de Cristo es definitivo, Él ya Reina por los siglos de los siglos, pero su triunfo aún no es el tuyo, tú te puedes condenar miserablemente.

A veces, oimos en predicaciones que el mundo es bueno, que todo va bien, que la gente se salva por querer a los que les quieren... Hacemos inútil la Sangre de Cristo. Si eso es así, también lo era en tiempos de Jesús, ¿para qué matarse en la Cruz? Si todo el mundo se salva, ¿qué pasa, Cristo era un masoquista o un estúpido desproporcionado? La Cruz de Cristo fue el precio que debió pagar por nosotros, pero cada uno de nosotros debemos poner lo que falta, nuestra libertad completa.

La alegría de la Pascua es sacramental, del mismo modo que en la Última Cena Jesús anticipaba el perdón de los pecados que nos trajo el Viernes Santo. Del mismo modo, hoy nos alegramos con la Pascua que obtendremos el día que Cristo nos regale el premio a la perseverancia. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas", nos dice Él mismo.

Estamos en el momento de la perseverancia, en una barquichuela en la que apenas nos mantenemos a flote en una época severa. "Huid de esta generación perversa" dice Pedro en la liturgia, hoy mismo, después de la Pascua de Cristo todavía estamos en esa generación perversa. No os amoldéis al mundo, "buscad los bienes de allá arriba... No los de la tierra" nos advierte una y otra vez la liturgia de estos días.

Cristo ha abierto las puertas del cielo, pero nosotros debemos traspasarlas con nuestra libertad. Cada uno de nosotros tenemos la responsabilidad de nuestras vidas, por eso se nos invita a la penitencia. Debemos hacer nuestros los méritos de Cristo. Asume en tu vida la carne de Cristo, para asumir también su gloria. "Sin Cruz no hay gloria" dirían algunos... ¡y qué cierto es!

Pablo diría: "Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo". Cada año asumimos los méritos de Cristo, cada día, en cada Eucaristía, en cada sacramento asumimos los méritos de Cristo sacramentalmente, como prenda de vida eterna. Ya sólo falta que también lo vivamos en nuestro día a día, en mi vida concreta, que haga existencia lo que Cristo me ha regalado en el sacramento.

Ésa es la alegría Pascual: Podemos vivir la misma vida de Cristo, Cristo nos ha conseguido la gracia para poder amar como Él, para poder sufrir como Él, para poder reinar con Él. Que lo aceptes es tu responsabilidad. Como decía San Agustín: "Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti".

La Iglesia no es el Reino de Dios, es su germen. No hemos triunfado por el sólo hecho de la Pascua, Dios necesita tu libertad y tu entrega personal. No eches en saco roto la gracia que ha comprado para ti la Sangre de Cristo, podríamos decir.

En la Pascua volvemos a la gran frase penitencial: CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO. Quien crea se salvará... Quien rechace a Cristo, se condenará.

El Resucitado te muestra las manos y el costado y deseando salvarte te pregunta personalmente, mirándote a los ojos:

¿QUÉ QUIERES HACER CON TU VIDA?

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