Muchas veces se dice y se canta que "La Misa es una fiesta muy alegre...". No es cierto, es una ridiculización para engañar a los niños y eso es trágico.
Es cierto que la Misa tiene tres dimensiones: Sacrificio, Comunión y Presencia. Esta segunda, la Comunión es la que se coge como excusa para asociarla a una fiesta. Como se dice que es la celebración de los Misterios de la fe, suponen que celebrar es montar una fiesta y como es verdadera comida y verdadera bebida, entonces celebrémoslo con mata suegras y confeti... ¡Absurdo! Ya hablaremos de la Eucaristía como Comunión, pero no significa nada parecido. Se trata de entrar en comunión con Dios en Cristo, participar de la misma Vida intratrinitaria.
Si la importancia de la Misa es que es una fiesta, debería ser divertida y vemos que la Eucaristía no es divertida, pero está llena de belleza y significado. Muchas veces, cuando trata de "hacerse" divertida empezamos a destrozar aspectos de la liturgia que son mucho más importantes que el divertimento y mucho menos, cuando el único que se divierte es el sacerdote haciendo el canelo, creyéndose el protagonista y el dueño de la Eucaristía y convirtiéndola en un probre sucedáneo de su falta de imaginación.
La Misa es el santo sacrificio del altar. Juan el Bautista llama a Jesús el "cordero de Dios". ¿Por qué?
A lo largo de toda la historia de la humanidad, cuando el hombre ha reconocido la existencia de Dios (o de dioses), se ha sentido en deuda y ha querido pagar de algún modo esa obligación. En todas las culturas se han hecho sacrificios de ofrendas (pan, trigo, vino, aceite, sangre de animales, la propia vida de animales...) y sentían la necesidad de hacerlo una y otra vez, percibiendo que nada es suficiente. Hasta el punto de que en casi todas las culturas paganas se llegó a ofrecer la vida de los propios hijos o de vírgenes o de esclavos capturados en combate. Incluso en la Biblia, los patriarcas sintieron esa necesidad, pero Dios lo prohibió expresamente.
Una de las causas por las que nuestros contemporáneos aborrecen a Dios es porque rechazan ese sentimiento de deudores como algo que les impide autorrealizarse. Hoy por hoy, todo el mundo quiere ser autónomo e independiente. Los matrimonios rechazan depender el uno del otro, los hijos aborrecen deberle algo a sus padres...
Y sin embargo es nuestra propia condición. Siempre vamos a necesitar a alguien y siempre vamos a tener que vivir agradecidos a alguien. No somos capaces de depender única y exclusivamente de nosotros mismos y quien lo pretende, termina muriendo triste y solo con una amargura brutal.
Aquí brota de pronto una novedad incalificable. Puesto que el hombre es incapaz de devolver a Dios nada de cuanto Él nos ha dado, resulta que Dios, en su infinito Amor por nosotros, decide obrar el mayor milagro de la Historia y Él mismo se ofrece como Víctima, la única que realmente podía satisfacer la deuda. Él mismo se instituye en Sacerdote, Víctima y Altar. Con la Muerte y Resurrección de Cristo, ha cancelado la deuda de Adán (como dice la Liturgia de la Vigilia Pascual).
Dios ha querido concedernos el derecho de la salvación. En Cristo yo tengo derecho al Cielo. Es algo absolutamente impensable. ¡Cómo Dios excede cualquier lógica en su Amor por nosotros! Nadie salvo Él mismo podía librarnos de la deuda. Pudo hacerlo en un acto de absoluta gratuidad, librándonos sencillamente de la deuda, pero quiso hacerlo de un modo que jamás admitiera réplica. Nadie jamás podrá dudar de su infinito Amor y siempre podremos mirar la Cruz, cada vez que seamos mordidos por la serpiente original, a través de la Nueva y Perpetua Alianza. Nosotros que siempre fuimos infieles, vamos a ser salvados únicamente por la tremenda fidelidad. Ya no se trata de merecer la salvación. Ahora, aunque seamos infieles, siempre y cuando acojas la salvación de Cristo en la Cruz, Dios podrá salvarte, como al pecador arrepentido que compartió su Cruz.
Cada vez que celebramos la Eucaristía estamos renovando la salvación que Cristo nos obtuvo por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección. Cristo no vuelve a morir en cada Misa, murió y Resucitó de una vez para siempre. Cada Eucaristía es la acutalización sacramental de toda esa salvación que Dios derramó sobre nosotros ese Día, esa Hora (como le gusta decir a San Juan).
De este modo, podemos considerar que cada vez que celebramos la Eucaristía, nos hacemos contemporáneos de la Salvación de Cristo en su Misterio Pascual.
No es un sacrificio que tú hagas por Dios, es el Gran Sacrificio que Dios ofrece por ti. De manera que menuda ingratitud la del cristiano que falta no ya un domingo, sino un día cualquiera a este gran, tremendo y Único acontecimiento de nuestra Salvación.
¿Cómo puede ser que alguien considere que tiene fe si no practica? ¿Cómo puedes decir que confías en Dios y luego pasar de Él durante toda la vida? ¿De qué te sirve esa fe? El Demonio no tiene fe, sabe que Dios existe y tiembla.
Por el Amor de Dios, ¡Él nos pide tan poco y nos da tanto! Cómo vamos a defraudarle también en esto...
Espero que esto sirva para algo. Un fuerte abrazo y alegraos porque todo esto lo ha hecho para que podamos vivir con Él para siempre. ¡Es el precio de nuestro rescate!
La próxima catequesis comenzamos ya a rezar con cada parte de la Misa.
Me ha abierto algo el entendimiento de lo que es la Eucaristia. Me parece que es algo de lo que no somos conscientes. Un don tan precioso y valioso que se manifiesta estando nosotros a veces distridos o ingnorantes. Veo quepuede abrirme una nueva forma de vivir la Eucaristia. Muchas Gracias por tu catequesis. me gustaríaprofundizar despacio un poc más por lo que te pediria si puedes, ¿te atreves arecomendarme un libro dónde los adultos ignorantes y con dificultad de entendimiento podamos profundizar en lo que es la Eucaristia?
ResponderEliminarEn cualquier caso gracias por esta gota de sabiduria en el desierto.
No dejes de realizar las catequesis por favor.
Hay un libro muy bueno y muy clarito. De Don Federico Suárez, en la editorial Palabra, "El sacrificio del altar".
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