Siento mucho los retrasos, actualizaré el blog de vez en cuando, pero tened paciencia, please:



La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

martes, 10 de diciembre de 2013

Nuevo curso de Biblia

A comienzos de este curso, varias personas me hicieron saber que no podían acudir al aula de teología de la parroquia porque era por la tarde y tenían que cuidar a sus hijos a esas horas. Les ofrecí hacer algo parecido por la mañana. Con ilusión preparé la primera sesión de un grupo de catequesis para adultos con el Compendio del Catecismo y cuando llegó el momento sólo se presentaron dos personas. Una de ellas se enfadó conmigo y se fue,  pero como la otra estaba muy bien dispuesta comenzamos (me dió cargo de conciencia dejarla en la estacada, por una persona que quiere formarse no iba a desaprovechar la ocasión). Un par de días más tarde me encontré con otras personas que me dijeron que no tenían ni idea de la Sagrada Escritura y que les daba vergüenza ir a un grupo de Biblia porque siempre les dejaban en evidencia al saber muy poquito. Como la persona  con la que había empezado la formación tampoco tenía grandes conocimientos de la Biblia me permitió que modificáramos el temario y junto con estas otras personas comenzamos nuestra andadura escriturística.

De modo que los miércoles desde las 11:45 hasta las 12:45 nos juntamos para leer y comprender las Escrituras.

Así fue como comenzamos el Grupo de Biblia de la parroquia. Ahora hay seis personas. Llevamos tres o cuatro reuniones y parece que todo va bien. A veces se asustan y me dicen que les meto mucho contenido y otras veces me dicen que vamos muy lentos... En fin, hacemos lo que podemos, pero ya hemos empezado a leer la Biblia y a interpretarla en el mismo Espíritu en el que fue escrita, de la mano de la Iglesia.

Seguimos haciendo lo que podemos. En la parroquia ya tenemos Cáritas, un Centro de Orientación Familiar, Cursillos de Novios, confesiones diarias a mansalva, Misas, catequesis de prebautismales, comuniones y confirmaciones, Vida ascendente, Adoración Nocturna, carismáticos, comunidades neocatecumenales, familias de Nazaret, cuatro grupos de jóvenes, un grupo de chavales y adolescentes al margen de la catequesis sacramental, campamentos y convivencias, tres grupos de matrimonios, grupo de montaña, tres tandas de retiros mensuales, dos tandas de ejercicios espirituales anuales, un grupo de mujeres separadas... Podemos decir que ya tenemos de todo. ¡No nos falta ná! El que no quiera ser santo en esta parroquia es porque no le da la real gana. Gracias a Dios y a nuestro párroco que nos deja hacer todo lo que se nos ocurre...

Un abrazo

lunes, 9 de diciembre de 2013

La convivencia de noviembre 2013

Este año hemos batido todos los récords de la parroquia. 78 niños, 90 personas en total, sin contar los santos del cielo y la Trinidad...

Dicen los niños que la mejor convivencia de su vida y parece que es cierto, desde entonces algunos que no tienen ni 13 años van a Misa algunos días entre semana, otros que no había forma de que fueran a las catequesis contentos, están deseando que llegue el viernes para ir a catequesis y  otros le dicen a sus papás que han aprendido a hablar con Jesús. Éste es el verdadero éxito de la conviviencia y de la parroquia. Un éxito que no llega por los catequistas, que se portan muy bien, sino por toda un parroquia en otrden de batalla, rezando por sus hijos. ¡Ésta es la auténtica maravilla!

La única pena son algunos chavales de confirmación más interesados en sus exámenes que en el Señor y los padres que lo consienten. en fin, esperemos que por lo menos aprueben. Nunca sabrán lo que se han perdido, ni ellos, ni sus padres.

Gracias a Dios que pone toda su gracia en juego, gracias a los cocineros que se lo curraron de verdad, gracias a los monitores-catequistas y a los premonitores que lo hicieron genial y van empastando como un verdadero equipo, gracias a los papás por la confianza que depositan en nosotros, gracias a los chavales que son extraordinarios... En fin... ¡qué maravilla!

Un fuerte abrazo

El grupo de chavales de los domingos tiene blog

Este curso, Ignacio García-Miguel, el director de las actividades con niños de mi parroquia me pidió hacerse cargo de las catequesis del grupo de los domingos. Ya sabéis que ese grupo se reúne los domingos de 17:30 a 19:30. Su dinámica es muy sencilla: media hora de formación, 30 ó 10 minutos de oración; según su edad; y una horita de juegos. Todo ellos aderezado con excursiones, salidas al monte, convivencias y campamentos.

Pues bien, desde el principio del presente curso, Ignacio está trabajándose una serie de charlas de formación humana y espiritual para los niños, que no tienen desperdicio. Por eso, las he incluido en la lista de blogs y páginas web que me parecen interesantes.

Si queréis ver qué les contamos a los niños, acudid a este enlace. Un aviso, esto es sólo para los más pequeños. A los medianos y a los mayores les estamos desgranando los discursos del Papa en la JMJ de Brasil.

Catequesis de los domingos

Un abrazo

La primera de tres meditaciones de Cantalamessa en Adviento



San Francisco de Asís y la reforma de la Iglesia por la vía de la santidad:


La intención de estas tres meditaciones de Adviento es prepararnos para la Navidad en compañía de Francisco de Asís. De él, en esta primera predicación, quisiera destacar la naturaleza de su vuelta al Evangelio. El teólogo Yves Congar, en su estudio sobre la «Verdadera y falsa reforma en la Iglesia» ve en Francisco el ejemplo más claro de reforma de la Iglesia por medio de la santidad[1]. Nos gustaría entender en qué ha consistido su reforma por medio de la santidad y qué comporta su ejemplo en cada época de la Iglesia, incluida la nuestra.

1. La conversión de Francisco

Para entender algo de la aventura de Francisco es necesario entender su conversión. De tal evento existen, en las fuentes, distintas descripciones con notables diferencias entre ellas. Por suerte tenemos una fuente fiable que nos permite prescindir de tener que elegir entre las distintas versiones. Tenemos el testimonio del mismo Francisco en su testamento, suipsissima vox, como se dice de las palabras que seguramente fueron pronunciadas por Jesús en el Evangelio. Dice:

«El Señor me dio de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y de cuerpo; y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo»

Y sobre este texto justamente se basan los historiadores, pero con un límite para ellos intransitable. Los históricos, aun los que tienen las mejores intenciones y los más respetuosos con la peculiaridad de la historia de Francisco, como ha sido, entre los italianos Raoul Manselli, no consiguen entender por qué último de su cambio radical. Se quedan - y justamente por respeto a su método - en el umbral, hablando de un «secreto de Francisco», destinado a quedar así para siempre.

Lo que se consigue constatar históricamente es la decisión de Francisco de cambiar su estado social. De pertenecer a la clase alta, que contaba en la ciudad para la nobleza o riqueza, él eligió colocarse en el extremo opuesto, compartiendo la vida de los últimos, que no contaban nada, los llamados «menores», afligidos por cualquier tipo de pobreza.

Los historiadores insisten justamente sobre el hecho que Francisco, al inicio, no ha elegido la pobreza y menos aún el pauperismo; ¡ha elegido a los pobres! El cambio está motivado más por el mandamiento; «Ama a tu prójimo como a ti mismo!, que no por el consejo: «Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme». Era la compasión por la gente pobre, más que la búsqueda de la propia perfección la que lo movía, la caridad más que la pobreza.

Todo esto es verdad, pero no toca todavía el fondo del problema. Es el efecto del cambio, no la causa. La elección verdadera es mucho más radical: no se trató de elegir entre riqueza y pobreza, ni entre ricos y pobres, entre la pertenencia a una clase en vez de a otra, sino de elegir entre sí mismo y Dios, entre salvar la propia vida o perderla por el Evangelio.

Ha habido algunos (por ejemplo, en tiempos cercanos a nosotros, Simone Weil) que han llegado a Cristo partiendo del amor por los pobres y ha habido otros que han llegado a los pobres partiendo del amor por Cristo. Francisco pertenece a estos segundos. El motivo profundo de su conversión no es de naturaleza social, sino evangélica. Jesús había formulado la ley una vez por todas con una de las frases más solemnes y seguramente más auténticas del Evangelio: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 24-25)

Francisco, besando al leproso, ha renegado de sí mismo en lo que era más «amargo» y repugnante para su naturaleza. Se ha hecho violencia a sí mismo. El detalle no se le ha escapado a su primer biógrafo que describe así el episodio: «Un día se paró delante de él un leproso: se hizo violencia a sí mismo, se acercó y le besó. Desde ese momento decidió despreciarse cada vez más, hasta que por la misericordia del Redentor obtuvo plena victoria»[2].

Francisco no se fue por voluntad propia hacia los leprosos, movido por una compasión humana y religiosa. «El Señor, escribe, me condujo entre ellos». Y sobre este pequeño detalle que los historiadores no saben -ni podrían- dar un juicio, sin embargo, está al origen de todo. Jesús había preparado su corazón de forma que su libertad, en el momento justo, respondiera a la gracia. Para esto sirvieron el sueño de Spoleto y la pregunta sobre si prefería servir al siervo o al patrón, la enfermedad, el encarcelamiento en Perugia y esa inquietud extraña que ya no le permitía encontrar alegría en las diversiones y le hacía buscar lugares solitarios.

Aún sin pensar que se tratara de Jesús en persona bajo la apariencia de un leproso (como harán otros más tarde, influenciados por el caso análogo que se lee en la vida de san Martín de Tours[3]), en ese momento el leproso para Francisco representaba a todos los efectos a Jesús. ¿No había dicho él: «A mí me lo hicisteis? En ese momento ha elegido entre sí y Jesús. La conversión de Francisco es de la misma naturaleza que la de Pablo. Para Pablo, a un cierto punto, lo que primero había sido una «ganancia» cambió de signo y se convirtió en una «pérdida», «a causa de Cristo» (Fil 3, 5 ss); para Francisco lo que había sido amargo se convirtió en dulzura, también aquí «a causa de Cristo». Después de este momento, ambos pueden decir: «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí».

Todo esto nos obliga a corregir una cierta imagen de Francisco hecha popular por la literatura posterior y acogida por Dante en la Divina Comedia. La famosa metáfora de las bodas de Francisco con la señora Pobreza que ha dejado huellas profundas en el arte y en la poesía franciscanas puede ser engañosa. No se enamora de una virtud, aunque sea la pobreza; se enamora de una persona. Las bodas de Francisco han sido, como las de otros místicos, un desposorio con Cristo.

A los compañeros que le preguntaban si pensaba casarse, viéndolo una tarde extrañamente ausente y luminoso, el joven Francisco respondió: «Tomaré la esposa más noble y bella que hayáis visto». Esta respuesta normalmente es mal interpretada. Por el contexto parece claro que la esposa no es la pobreza, sino el tesoro escondido y la perla preciosa, es decir Cristo. «Esposa, comenta el Celano que habla del episodio, es la verdadera religión que él abrazó; y el reino de los cielos es el tesoro escondido que él buscó»[4].

Francisco no se casó con la pobreza ni con los pobres; se casó con Cristo y fue por su amor que se casó, por así decir «en segundas nupcias», con la señora Pobreza. Así será siempre en la santidad cristiana. A la base del amor por la pobreza y por los pobres, o hay amor por Cristo, o lo pobres serán en un modo u otro instrumentalizados y la pobreza se convertirá fácilmente en un hecho polémico contra la Iglesia o una ostentación de mayor perfección respecto a otros en la Iglesia, como sucedió, lamentablemente, también a algunos seguidores del Pobrecillo. En uno y otro caso, se hace de la pobreza la peor forma de riqueza, la de la propia justicia.

2. Francisco y la reforma de la Iglesia

¿Cómo ocurrió que de un acontecimiento tan íntimo y personal como fue la conversión del joven Francisco, comience un movimiento que cambió en su tiempo el rostro de la Iglesia y ha influido tan fuertemente en la historia, hasta nuestros días?

Es necesario mirar la situación de aquel tiempo. En la época de Francisco la reforma de la Iglesia era una exigencia advertida más o menos conscientemente por todos. El cuerpo de la Iglesia vivía tensiones y laceraciones profundas. Por una parte estaba la Iglesia institucional - papa, obispos, alto clero - desgastada por sus continuos conflictos y por sus demasiado estrechas alianzas con el imperio. Una Iglesia percibida como lejana, comprometida en asuntos demasiado más allá de los intereses de la gente. Estaban además las grandes órdenes religiosas, a menudo prósperas por cultura y espiritualidad después de las varias reformas del siglo XI, entre estas la Cisterciense, pero inevitablemente identificadas con grandes propietarios de terrenos, los feudales del tiempo, cercanos y al mismo tiempo lejanos, por problemas y niveles de vida, del pueblo común.

Había también fuertes tensiones que cada uno buscaba aprovechar para sus propias ventajas. La jerarquía buscaba responder a estas tensiones mejorando la propia organización y reprimiendo los abusos, tanto en su interior (lucha contra la simonía y el concubinato de los sacerdotes) como en el exterior, en la sociedad. Los grupos hostiles intentaban sin embargo hacer explotar las tensiones, radicalizando el contraste con la jerarquía dando origen a movimientos más o menos cismáticos. Todos izaban contra la Iglesia el ideal de la pobreza y sencillez evangélica haciendo de esto un arma polémica, más que un ideal espiritual para vivir en la humildad, llegando a poner en discusión también el ministerio ordenado de la Iglesia, el sacerdocio y el papado.

Nosotros estamos acostumbrados a ver a Francisco como el hombre providencial que capta estas demandas populares de renovación, las libera de cualquier carga polémica y las pone en práctica en la Iglesia en profunda comunión y sometida a esta. Francisco por tanto como una especie de mediador entre los heréticos rebeldes y la Iglesia institucional. En un conocido manual de historia de la Iglesia así se presenta su misión:

«Dado que la riqueza y el poder de la Iglesia aparecían con frecuencia como una fuente de males graves y los herejes de la época aprovechaban este argumento como una de las principales acusaciones contra ella, en algunas almas piadosas se despertó el noble deseo de restaurar la vida pobre de Jesús y de la Iglesia primitiva, para poder así influir de manera más efectiva en el pueblo con la palabra y con el ejemplo» [5].

Entre estas almas es colocada naturalmente en primer lugar, junto con santo Domingo, Francisco de Asís. El historiador protestante Paul Sabatier, si bien tan meritorio sobre los estudios franciscanos, ha vuelto casi canónica entre los historiadores y no solamente entre aquellos laicos y protestantes, la tesis según la cual el cardenal Ugolino (el futuro Gregorio IX) habría querido capturar a Francisco para la Curia, neutralizando la carga crítica y revolucionaria de su movimiento. En práctica, el intento de hacer de Francisco un precursor de Lutero, o sea un reformador por la vía de la crítica y no por la vía de la santidad.

No se si esta intención se pueda atribuir a alguien de los grandes protectores y amigos de Francisco. Me parece difícil atribuirla al cardenal Ugolino y aún menos a Inocencio III, del que es conocida la acción reformadora y el apoyo dado a las diversas formas nuevas de vida espiritual que nacieron en su tiempo, incluidos los frailes menores, los dominicos, los humillados milaneses. Una cosa de todos modos es absolutamente segura: aquella intención nunca había rozado la mente de Francisco. Él no pensó nunca de haber sido llamado a reformar la Iglesia

Hay que tener cuidado de no sacar conclusiones equivocadas de las famosas palabras del Crucifico de San Damián. «Ve Francisco y repara mi Iglesia, que como ves se está cayendo a pedazos». Las fuentes mismas nos aseguran que él entendía estas palabras en el sentido modesto de tener que reparar materialmente la iglesita de San Damián. Fueron los discípulos y biógrafos que interpretaron -y es necesario decirlo, de manera correcta- estas palabras como referidas a la Iglesia institución y no sólo a la iglesia edificio. Él se quedó siempre en la interpretación literaria y de hecho siguió reparando otras iglesitas de los alrededores de Asís que estaban en ruinas.

También el sueño en el cual Inocencio III habría visto al Pobrecillo sostener con su hombro la iglesia tambaleante del Laterano no agrega nada nuevo. Suponiendo que el hecho sea histórico (un episodio análogo se narra también sobre santo Domingo), el sueño fue del papa y no de Francisco. Él nunca se vio como lo vemos nosotros hoy en el fresco del Giotto. Esto significa ser reformador por la vía de la santidad, serlo sin saberlo.

3. Francisco y el retorno al evangelio

¿Si no quiso ser un reformador entonces qué quiso ser Francisco? También sobre esto contamos con la suerte de tener un testimonio directo del Santo en su Testamento:

«Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el señor papa me lo confirmó».

Alude al momento en el cual, durante una misa, escuchó la frase del Evangelio donde Jesús envía a sus discípulos: «Les mando anunciar el reino de Dios y a curar a los enfermos. Y le dijo: «No lleves nada para el viaje: ni bastón, ni bolsa, ni pan, ni dinero, y no tengáis una túnica de recambio». (Lc 9, 2-3)[6].

Fue una revelación fulgurante de esas que orienta toda una vida. Desde aquel día fue clara su misión: un regreso simple y radical al evangelio real, el que vivió y predicó Jesús. Recuperar en el mundo la forma y estilo de vida de Jesús y de los apóstoles descrito en los evangelios. Escribiendo la regla para sus hermanos iniciará así:

«La regla y la vida de los frailes menores es esta, o sea observar el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo». Francisco teorizó este descubrimiento suyo, haciendo el programa para la reforma de la iglesia. Él realizó en sí la reforma y con ello indicó tácitamente a la iglesia la única vía para salir de la crisis: acercarse nuevamente al evangelio y a los hombres, en particular, a los pobres y humildes.

Este retorno al evangelio se refleja sobre todo en la predicación de Francisco. Es sorprendente pero todos lo han notado: el Pobrecillo habla casi siempre de «hacer penitencia». A partir de entonces, narra el Celano, con gran fervor y exultación comenzó a predicar la penitencia, edificando a todos con la simplicidad de su palabra y la magnificencia de su corazón. Adonde iba Francisco decía, recomendaba, suplicaba que hicieran penitencia.

¿Qué quería decir Francisco con esta palabra que amaba tanto? Sobre esto hemos caído (al menos yo he caído por mucho tiempo) en un error. Hemos reducido el mensaje de Francisco a una simple exhortación moral, a un golpearse el pecho, a afligirse y mortificarse para expiar los pecados, mientras esto es mucho mas profundo y tiene toda la novedad del Evangelio de Cristo. Francisco no exhortaba a hacer «penitencias», sino a hacer «penitencia» (¡en singular!) que, como veremos, es otra cosa.

El Pobrecillo, salvo los pocos casos que conocemos, escribía en latín. Y qué encontramos en el texto latino de su Testamento, cuando escribe: «El Señor me dio, de esta manera, a mí el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia». Encontramos la expresión «poenitentiam agere». A él se sabe, le gustaba expresarse con las mismas palabras de Jesús. Y aquella palabra -hacer penitencia- es la palabra con la cual Jesús inició a predicar y que repetía en cada ciudad y pueblo al que iba.

«Después que Juan fue puesto en la prisión Jesús fue a Galilea, predicando el evangelio de Dios y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca , convertíos y creed en el evangelio» (Mc 1,15).

La palabra que hoy se traduce por «convertíos» o «arrepentíos», en el texto de la Vulgata usado por el Pobrecillo, sonaba «poenitemini» y en Hechos 2, 37 aún más literalmente «poenitentiam agite», hagan penitencia. Francisco no hizo otra cosa que relanzar la gran llamada a la conversión con la cual se abre la predicación de Jesús en el Evangelio y la de los apóstoles en el día de Pentecostés. Lo que él quería decir con «conversión» no necesitaba que se lo explique: su vida entera lo mostraba.

Francisco hizo en su momento aquello que en la época del concilio Vaticano II se entendía con la frase «abatir los bastiones»: Romper el aislamiento de la iglesia, llevarla nuevamente al contacto con la gente. Uno de los factores de oscurecimiento del Evangelio era la transformación de la autoridad entendida como servicio y la autoridad entendida como poder, lo que había producido infinitos conflictos dentro y fuera de la Iglesia. Francisco por su parte resuelve el problema en sentido evangélico. En su orden los superiores se llamarán ministros o sea siervos, y todos los otros frailes, o sea hermanos.

Otro muro de separación entre la Iglesia y el pueblo era la ciencia y la cultura de la cual el clero y los monjes tenían en práctica el monopolio. Francisco lo sabe y por lo tanto toma la drástica posición que sabemos sobre este punto. El no es contra la ciencia-conocimiento, sino contra la ciencia-poder, aquella que privilegia a quien sabe leer sobre quien no sabe leer y le permite mandar con alteridad al hermano: «¡Traedme el breviario!». Durante el famoso capítulo de las esteras, en el cual algunos de sus hermanos querían empujarlo a adecuarse a la actitud de las órdenes cultas del tiempo, responde con palabras de fuego que dejan a los frailes llenos de temor:

«Hermanos, hermanos míos, Dios me ha llamado a caminar en la vía de la simplicidad y me la ha mostrado. No quiero por lo tanto que me nombren otras reglas, ni la de San Agustín, ni la de San Bernardo o de San Benedicto. El señor me ha revelado cuál es su querer, que sea un loco en el mundo: esta es la ciencia a la cual Dios quiere que nos dediquemos. Él les confundirá por medio de vuestra misma ciencia».[7]

Siempre la misma actitud coherente. Él quiere para sí y para sus hermanos la pobreza más rígida, pero en la Regla escribe: «Amonesto y exhorto a todos ellos a que no desprecien ni juzguen a quienes ven que se visten de prendas muelles y de colores y que toman manjares y bebidas exquisitos; al contrario, cada uno júzguese y despréciese a sí mismo».[8]

Elige ser un iletrado, pero no condena la ciencia. Una vez que se ha asegurado de que la ciencia no extingue «el espíritu de la santa oración y devoción», será él mismo el que permita a Fray Antonio (el futuro santo Antonio de Padua) que se dedique a la enseñanza de la teología y san Buenaventura no creerá que traiciona el espíritu del fundador, abriendo la orden a los estudios en las grandes universidades.

Yves Congar ve en esto una de las condiciones esenciales para la «verdadera reforma» en la Iglesia, la reforma, es decir, que se mantiene como tal y no se transforma en cisma: a saber la capacidad de no absolutizar la propia intuición, sino permanecer solidariamente con el todo que es la Iglesia.[9] La convicción, dice el papa Francisco, en su reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, que «el todo es superior a la parte».

4. Cómo imitar a Francisco

¿Qué nos dice hoy la experiencia de Francisco? ¿Qué podemos imitar, de él, todos y enseguida? Sea aquellos a quien Dios llama a reformar la iglesia por la vía de la santidad, sea a aquellos que se sienten llamados a renovarla por la vía de la crítica, sea a aquellos que él mismo llama a reformarla por la vía del encargo que cubren. Lo mismo de donde ha comenzado la aventura espiritual de Francisco: su conversión a Dios, la renuncia a sí mismo. Es así que nacen los verdaderos reformadores, aquellos que cambian verdaderamente algo en la Iglesia. Los que mueren a sí mismo, o mejor aquellos que deciden seriamente de morir a sí mismos, porque se trata de una empresa que dura toda la vida y va aún más allá ella si, como decía bromeando Santa Teresa de Ávila, nuestro amor propio muere veinte minutos después que nosotros.

Decía un santo monje ortodoxo, Silvano del Monte Athos: «Para ser verdaderamente libre, es necesario comenzar a atarse a sí mismos». Hombres como estos son libres de la libertad del Espíritu; nada los detiene y nada les asusta. Se vuelven reformadores por la vía de la santidad y no solamente debido a su cargo.

¿Pero qué significa la propuesta de Jesús de negarse a sí mismo, ésta se puede aún proponer a un mundo que habla solamente de autorrealización y autoafirmación? La negación no es un fin en sí mismo, ni un ideal en sí mismo. La cosa más importante es la positiva: «Si alguno quiere venir en pos de mí»; es seguir a Cristo, tener a Cristo. Decir no a sí mismo es el medio, decir sí a Cristo es el fin. Pablo lo presenta como una especie de ley del espíritu: «Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Rom 8,13). Esto, como se puede ver, es un morir para vivir, es lo opuesto a la visión filosófica según la cual la vida humana es «un vivir para morir» (Heidegger).

Se trata de saber qué fundamento queremos dar a nuestra existencia: si nuestro «yo» o «Cristo»; en el lenguaje de Pablo, si queremos vivir «para nosotros mismos» o «para el Señor» (cf. 2 Cor 5,15; Rom 14, 7-8). Vivir «para uno mismo» significa vivir para la propia comodidad, la propia gloria, el propio progreso; vivir «para el Señor» significa colocar siempre en el primer lugar, en nuestras intenciones, la gloria de Cristo, los intereses del Reino y de la Iglesia. Cada «no», pequeño o grande, dicho a uno mismo por amor, es un sí dicho a Cristo.

Sólo hay que evitar hacerse ilusiones. No se trata de saber todo sobre la negación cristiana, su belleza y necesidad; se trata de pasar a la acción, de practicarla. Un gran maestro de espiritualidad de la antigüedad decía: «Es posible quebrar diez veces la propia voluntad en un tiempo brevísimo; y os digo cómo. Uno está paseando y ve algo; su pensamiento le dice: «Mira allí», pero el responde a su pensamiento: «No, no miro», y así quiebra su propia voluntad. Después se encuentra con otros que están hablando (lee, hablando mal de alguien) y su pensamiento le dice: «Di tú también lo que sabes», y quiebra su voluntad callando»[10].

Este antiguo Padre, como puede apreciarse, toma todos sus ejemplos de la vida monástica. Pero estos se pueden actualizar y adaptar fácilmente a la vida de cada uno, clérigos y laicos. Encuentras, si no a un leproso como Francisco, a un pobre que sabes que te pedirá algo; tu hombre viejo te empuja a cambiar de acera, y sin embargo tú te violentas y vas a su encuentro, quizás regalándole sólo un saludo y una sonrisa, si no puedes nada más. Tienes la oportunidad de una ganancia ilícita: dices que no y te has negado a ti mismo. Has sido contradicho en una idea tuya; picado en el orgullo, quisieras argumentar enérgicamente, callas y esperas: has quebrado tu yo. Crees haber recibido un agravio, un trato, o un destino inadecuado a tus méritos: quisieras hacerlo saber a todos, encerrándote en un silencio lleno de reproche. Dices que no, rompes el silencio, sonríes y retomas el diálogo. Te has negado a ti mismo y has salvado la caridad. Y así sucesivamente.

Un signo de que se está en un buen punto en la lucha contra el propio yo, es la capacidad o al menos el esfuerzo de alegrarse por el bien hecho o la promoción recibida por otro, como si se tratara de uno mismo: «Dichoso aquel siervo –escribe Francisco en una de sus Admoniciones- que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro».

Una meta difícil (desde luego, ¡no hablo como alguien que lo ha logrado!), pero la vida de Francisco, nos ha mostrado lo que puede nacer de una negación de uno mismo hecha como respuesta a la gracia. La meta final es poder decir con Pablo y con él: «Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí». Y será la alegría y la paz plenas, ya en esta tierra. San Francisco con su «perfecta alegría», es un testimonio vivo de la «alegría que viene del Evangelio» (Evangelii Gaudium) de que nos ha hablado el Papa Francisco.

Raniero Cantalamessa, ofmcap. es predicador de la Casa Pontificia
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[1] Y.Congar, Vera e falsa riforma nella Chiesa, Milano Jaka Book, 1972, p. 194.
[2] Celano, Vita Prima, VII, 17 (FF 348).
[3] Cf. Celano, Vita Seconda, V, 9 (FF 592).
[4] Cf. Celano, Vita prima, III, 7 (FF, 331).
[5] Bihhmeyer – Tuckle, II, p. 239.
[6] Leyenda de los tres compañeros, VIII.
[7] Leyenda Perusina 114.
[8] Segunda Regla, cap. II.
[9] Congar, op. cit. pp. 177 ss.
[10] Doroteo de Gaza, Obras espirituales, I,20 (SCh 92, p.177)

martes, 12 de noviembre de 2013

La Cruz de San Damián, que siempre me llamó la atención

La cruz de San Damián

El crucifijo que habló a san Francisco de Asís

   
   

Oración ante el crucifijo

Alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi
corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sensatez y conocimiento,
Señor,
para hacer tu santo y veraz
mandamiento.

(San Francisco de Asís)

 

Fr. Tomás Gálvez

Una experiencia que marcó a Francisco para toda su vida

Un día de otoño de 1205, mientras oraba, el Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damián y, conmovido por su estado de inminente ruína, entró a rezar, arrodillándose con reverencia y respeto ante la imagen de Cristo crucificado que presidía sobre el altar. Y, estando allí, le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual. Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo ver como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: "Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala". 

Tembloroso y sorprendido, él contestó: "De muy buena gana lo haré, Señor". Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía. Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado.

Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damián. Santa Clara escribe que fue una "visita del Señor", que lo llenó de consuelo y le dió el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. A esta visión parece referirse San Buenaventura, cuando refiere que el santo, tras el encuentro con el leproso, estando en oración en un lugar solitario, tras muchos gemidos e insistentes e inefables súplicas, mereció ser escuchado y se le manifestó el Señor en la cruz. Y se conmovió tanto al verlo, y de tal modo le quedó grabada en el corazón la pasión de Cristo, que, desde entonces, a duras penas podía contener las lágrimas y los gemidos al recordarla, según confió él mismo, antes de morir. Y entendió que eran para él aquellas palabras del Evangelio: "Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt 16, 24).

Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en San Damián. Según ellos, cuando el Señor le habló desde el crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a describir. El corazón se le quedó tan llagado y derretido de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en la carne. Por eso, añade San Buenaventura, "ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir". Se refiere a un cilicio, a un tejido muy basto, hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura, debajo de la ropa. Desde entonces será tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida, que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto, hasta el extremo de reconocer, poco antes de morir, que había tratado con poco miramiento al "hermano cuerpo".


Descripción del crucifijo de San Damián

El crucifijo que habló a Francisco es hoy uno de los más conocidos y reproducidos del mundo. Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII, de autor umbro desconocido y clara influencia sirio-oriental. Es de madera de nogal recubierta con una basta tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros personajes de la Pasión. Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho. 

En 1257, cuando las clarisas abandonaron San Damián, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa Clara construido para ellas en Asís , donde lo conservaron durante siglos en la sacristía. En 1958, 20 años después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la capilla de San Jorge. Después del terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva restauración, y allí sigue expuesto a la devoción de todos, libre ya del vidrio y del marco que antes lo contenía.

He aquí algunas claves para comprender el significado de este icono bizantino del siglo XII:
El Cristo de San Damián está vivo y sin corona de espinas, pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte. 

El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del Antiguo Testamento (Ex 28, 42). 

Su postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el universo. 

Sus ojos no miran al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a hacer lo mismo mediante la conversión.

Los 33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos de todos los tiempos.

Jesús, con los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo.

La sangre de Cristo chorrea sobre los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por su Pasión.

La sangre de los pies cae sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista, San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damián y San Rufino, patrón de Asís.

En cada extremo de los brazos transversales de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la Buena Noticia.

Los personajes bajo los brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz.
Tienen todos la misma estatura, pues son "hombres perfectos", que han alcanzado "plenamente la talla de Cristo" (Ef 4, 13).

Si se mira bien, sus rostros son como el de Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la "imagen y semejanza de Dios" original.

Juan y María están en el puesto de honor, a la derecha de Cristo. El discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifiesta dolor, pero también serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su Hijo le acaba de encomendar.

El manto blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de ese color).

A la izquierda de Jesús están Maria Magdalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro?. Junto a ellas, el Centurión confiesa la humanidad y divinidad de Cristo: "Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios".

Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios.

Bajo los personajes mayores, hay dos pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja.

A la izquierda de las piernas de Cristo se ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero también simboliza al sol naciente, Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra.

Sobre la tablilla con la inscripción "Rex iudeorum", en un círculo rojo, vemos a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos.

La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en un semicírculo. La otra mitad no se puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Retomamos el blog... con nuevas fuerzas, si cabe.

Vamos a cambiar ciertos modos de estar en la parroquia y en la vida. Una cosa que me encanta es escribir y comunicarme con todos. Viendo además lo que ha crecido el número de visitas al blog desde que ni siquiera lo abro, considero oportuno volver a retomarlo. He abandonado todos los apostolados que tenía fuera de la parroquia y parece que ahora las mañanas de los miércoles las puedo tener un poquito más libres, así que retomamos nuestro apostolado cibernético para, obedeciendo al Santo Padre, hacer lío en este nuevo "continente" -como decía Benedicto XVI en la carta de convocatoria de la JMJ de Río de Janeiro- de la red.

Y me parecía adecuado comenzar hablando y defendiendo al Papa de muchos católicos, pelín despistados, que les gustaría que el Papa sólo les hablara a ellos y que cada vez que hablara se le atragantaran las palabras con cientos -o mejor miles- de citas a pie de página para matizar cualquier afirmación que hiciera.

Puesto que abandoné el blog la víspera de su elección, quería que mi primera entrada fuese un agradecimiento a Dios por elegirle y a él porque en medio de sus pecados es fiel para hacer con valentía lo que cree oportuno.

Dios nos ha suscitado un Papa que todo el mundo entiende lo que dice, que afecta a todo el mundo, que suscita conversiones simplemente por su sencillez, que habla con descaro, sin tapujos, con valentía y sin matizar y que tiene gestos que a muchos les crispan y consieran que son símbolos estúpidos que no sirven para nada porque no tienen en sí mismos la fuerza para cambiar el mundo y hacer que desaparezca la pobreza, pero que son absolutamente necesarios para llegar al corazón de muchas personas que sienten cómo el evangelio se quedaba esclerotizado por un sin fin de matices. Un Papa libre de politiqueos, directo, claro y sencillo que comienza viviendo la pobreza él mismo sin tener que estar predicando siempre sobre lo mismo, que hace homilías minifalderas -enseñan mucho y son muy cortas-... Ya me gustaría a mí que todos los curas fuésemos como él, como me hubiera gustado ser como Benedicto XVI, como Juan Pablo II -que le celebrábamos ayer-, como Juan Pablo I y como Pablo VI, que son los Papas que he tenido en mi vida. Pero hoy por hoy, le toca el turno a S.S. Francisco...

¡Viva el Papa!

 ¡Menudo pedazo de Santo Padre nos ha regalado el Espíritu Santo!

Tengo la firme convicción de que cada Papa que ha tenido la Iglesia ha sido un regalo espectacular de Dios al mundo y especialmente a su Iglesia.

Cierto es que ha habido Papas que muchos consideran indignos... Puede ser, pero es que Dios contaba con su fidelidad. El mismo Jesucristo eligió a Judas, inclyuso sabiendo que le iba a traicionar, pero no le eligió "para" que le traicionase, Judas era realmente libre. Si hubiera sido fiel, quién sabe qué grandes cosas habría podido hacer el Espíritu Santo con él. Del mismo modo, hemos tenido Papas que han pecado y no han hecho todo el bien que puideran haber realizado en sus vidas.

Lo que sí que es cierto es que en los últimos tiempos Dios se lo está currando de un modo admirable: Pio X, Benedicto XV, Pio XI, Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco...

Muchos han tenido la osadía de comparar unos con otros haciendo de menos al actual o a los anteriores. Incluso un cura del que yo me fiaba, Santiago Martín, se ha dignado juzgar al nuevo Papa en un retiro que ha predicado. ¿Que este Papa no es tan teológico como el anterior? ¿Por qué había de serlo?

Gracias a Dios, tenemos un Papa que se siente libre de clichés. Es cierto que podría afinar más sus expresiones... pero entonces perderían frescura. Mire usted, que una exhortación apostólica no es lo mismo que una homilía y que una encíclica no es lo mismo que una entrevista.

A este Papa hay que leerle con visión de conjunto. Que no diga en cada intervención que los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar, no significa que no lo de por hecho. No discute el magisterio anterior de la Iglesia. Lo único que afirma es que no nos podemos quedar en eso, que hay que hablar de Jesucristo y no de cuatro puntitos que ni siquiera son los fundamentales. En el magisterio de la Iglesia no todas las verdades tienen la misma importancia. Todas son importantes, pero unas lo son más que otras... Por eso, deberíamos predicar primero lo fundamental porque si no se aceptan ciertas verdades, nunca se va a llegar a otras.

Cuando le leáis, si veis que no matiza algo, no creáis ni por asomo que no conoce el dogma o la ley moral... Ni siquiera lo discute. Simplemente trata de hacernos descubrir que detrás de la ley moral hay una persona que sufre y a la que hay que amar. Es cierto que un acto homosexual es pecado objetivamente, pero dice el catecismo de la Iglesia Católica, que hay determinadas circunstancias subjetivas que pueden disminuir o incluso anular la responsabilidad moral. Yo no puedo juzgar a un hermano, sólo puedo acompañarle, orientarle, ayudarle, hacerme cargo de su situación y mostrarle el amor incondicional de Dios porque es hijo suyo. ¿Esto es tan escandaloso? ¿O es que nos hemos vuelto unos fariseos hipócritas que estamos a la que salta y lo único que nos importa es que no nos toquen las "seguridades" en las que hemos cimentado nuestra vida al margen del amor de Dios?

Tenemos un Santo Padre con tanta capacidad intelectual que es capaz de hablar al corazónd e cada persona y que cada uno le entienda sabiendo que no dice más de lo que tú puedes comprender. Para eso hace falta ser un pedagogo de excepción y para lograrlo hace falta dominar la materia que estás tratando de explicar. ¡Menudo pedazo de Papa que tenemos!

Nos obliga a desintalarnos. A salir de nosotros mismos, a ir a la periferia, a exponernos ante los que no creen, a perder toda seguridad que no esté radicada en el amor de Dios... Usando uina expresión suya: ¡A hacer lío!.

Gracias Señor por el Papa Francisco, ilumínale, protégele, consolídale, dale la parresía de tu Espíritu para que pueda seguir guiándonos por la senda de la Verdad completa, que es tu Hijo Jesucristo... Y danos a los hijos de la Iglesia confianza en nuestros pastores, humildad para aprender a no juzgar lo que nos supera y docilidad para obedecer a quien Tú has puesto al frente de tu Casa.
Amén.




jueves, 6 de junio de 2013

Grupo de matrimonios

En esta parroquia ya tenemos tres grupos de matrimonios: Uno que lo lleva el COF, son matrimonios que hablan de sus problemas y todas las charlas están orientadas a mejorar la relación. Otro grupo es un grupo de matrimonios jovencitos que empezaron siendo novios y se juntan y van invitando a parejas amigas... Éste lo lleva directamente don José Ignacio.
El tercer grupo comenzó hace ya unos pocos meses con seis matrimonios que se conocían entre sí. Os cuento la historia...

Yo ya me había prometido a mí mismo y a Don Manuel que no iba a organizar nada más. El primer curso organizamos todas las actividades para niños y jóvenes que pueden organizarse en esta parroquia. Pues bien, un matrimonio de la parroquia me invitó a sus Bodas de Plata. Les pedí que no me pusieran entre paganos, que organizaran una mesa en la que no tuviera que trabajar... Y me pusieron con amigos suyos, muchos de ellos "cursillistas" (que han hecho un Cursillo de Cristiandad e iban por una ultreya).

A lo largo de la cena, acabamos montando un grupo matrimonial para ellos. y así comenzamos la andadurda de este grupito. Algún matrimonio más de la parroquia se unió y cuando hicimos los ejercicios espirituales de la parroquia se terminaron de unir unos cuantos más y otros que eran de mi antiguo grupo de los ENS (Equipos de Nuestra Señora) que se fue a pique y han ido viniendo personalmente en cuanto se entereraron de que este grupo había comenzado.

En definitiva, son como 14 matrimonios, posiblemente subamos a 16 este mes... Y cuando hablé de dividirlos para que pudieran hablar más cómodos y cupiéramos en algún lugar se me echaron al cuello... ¡Ni hablar! Después de fiarnos de ti e ir a un grupo en el que no conocemos a nadie... Una vez que nos hemos hecho amigos no nos puedes separar...

¿Cómo son las reuniones del grupo? Muy sencillas. Al principio, seguíamos el método de Acción católica. Yo preparaba una presentación del tema, buscábamos un hecho de vida, lo trabajábamos y en la siguiente reunión venían con unos textos leídos para comentar lo que hiciera falta y hacer algún propósito concreto. Pero como hablo con varios de ellos personalmente, me fui dando cuenta de que quizás necesitaran más otra cosa. De modo que cambié el sistema y ahora nos dedicamos a rezar.

Quedamos un sábado al mes a las 20:30, depués de la Misa de la tarde. Durante una hora, les explico cosas sobre la oración y meditamos un texto de la Sagrada Escritura. Han escogido el libro de los Hechos de los Apóstoles. Así que trato de ayudarles a sacar ideas para centrar su oración. cuando ya no se les ocurre nada más intento dos cosas: completar las ideas que puedan faltar y dar catequesis sobre algunos puntos que puedan tener relación con el texto. Después nos vamos a rezar un cuarto de hora delante del sagrario y terminamos cenando amigablemente y, si es necesario, nos tomamos un copazo. Porque después de todo... ¡hay que celebrar que sigan juntos!

Una dinámica sencilla, pero efectiva... Un fuerte abrazo

sábado, 4 de mayo de 2013

Longanimidad

Habitualmente, se considera que la longanimidad es sinónimo de fortaleza, como la virtud que nos lleva a enfrentar las contrariedades y perseverar, pero si atendemos a la etimología, esto no es cierto. Son virtudes parecidas, pero no es lo mismo. De hecho, sin fortaleza, no puede uno ser magnánimo, pero uno puede ser fuerte y sin embargo no ser capaz de emprender grandes empresas porque de eso se trata...
"Longa + anima", "Alma grande". De algún modo es fomentar una actitud que hoy no se encuentra en mucha gente. Fomentar en nosotros una grandeza de alma fuera de lo común. Estar dispuesto a emprender grandes empresas cuando merece la pena. Hay personas a las que todo les queda grande. Van por la vida con la espalda encorvada, encogidos. Sería lo opuesto a pusilánime. El pusilánime lo tiene todo chiquitito, está acobardado por cualquier riesgo, por cualquier cosa que le saque de su comodidad. Es el vicio del pequeño burgués de mentalidad diminuta.

De vez en cuando, el Espíritu Santo, toca el corazón de las personas y nos encontramos con héroes de corazón grande, dispuestos a entregar su vida, sus fuerzas y sus capacidades por algo, o mejor dicho, por Alguien por quien merezca la pena. Como me decía mi madre:"No busques huir del sufrimiento, en esta vida vas a sufrir..." Lo importante es saber por quién estás dispuesto a sufrir en la vida.
Si siempre estamos huyendo de toda situación incómoda, si siempre ponemos excusas para no hacer lo que sabemos que Dios nos está pidiendo, nos vamos a pasar la vida siendo chiquititos, pequeños y cobardes. Al final, tendremos esa sonrisa típica del fracasado que piensa que nada merece la pena. Que todo es demasiado difícil! ¿Qué voy a poder hacer yo para que el mundo cambie? ¡Y nos conformamos con una vida de mierda en un mundo ruín!

Francisco Pizarro y los trece de la fama

Se denominan Trece de la Fama, o Trece caballeros de la isla del Gallo, a las trece personas que acompañaron a Francisco Pizarro en la conquista del imperio Inca.

Se denominan Trece de la Fama, o Trece caballeros de la isla del Gallo, a las trece personas que acompañaron a Francisco Pizarro en la conquista del imperio Inca, superando el momento más crítico de la expedición.Francisco Pizarro y sus hombres llegaron a fines de septiembre, cansados y extasiados, a la Isla del Gallo. Ahí se produce la acción extrema de Pizarro de trazar una raya en el suelo de la isla.
Francisco Pizarro inició la conquista del Perú en 1524 con ciento doce hombres y cuatro caballos. Sus socios Diego de Almagro y Hernando de Luque se quedaron en Panamá con la misión de contratar más gente y salir posteriormente con ayuda y víveres en pos de Pizarro. Durante esta época mantuvieron duros enfrentamientos con los indios de la costa sur de Panamá donde Pizarro recibió hasta siete lanzadas y Almagro perdió un ojo que le quebraron de un flechazo.
A finales de septiembre de 1526, cuando habían transcurrido dos años de viajes hacia el sur afrontando toda clase de inclemencias y calamidades, llegaron a la isla del Gallo exhaustos. El descontento entre los soldados era muy grande, llevaban varios años pasando calamidades sin conseguir ningún resultado.

Pizarro intenta convencer a sus hombres para que sigan adelante, sin embargo la mayoría de sus huestes quieren desertar y regresar. Allí se produce la acción extrema de Pizarro, de trazar una raya en el suelo de la isla obligando a decidir a sus hombres entre seguir o no en la expedición descubridora. Tan solo cruzaron la línea trece hombres: los "Trece de la Fama", o los "Trece caballeros de la isla del Gallo".
Después de años de crueles batallas contra los indios, con las ropas podridas por el clima húmedos y los pantanos por donde tenían que refugiarse, desalentados por la falta de refuerzos que no llegaban, los hombres de Pizarro querían abandonar la expedición. Así que nuestro héroe conquistador hizo lo único de lo que su corazón era capaz. Luchar hasta el final.
Cuenta la crónica de uno que lo vió: "El trujillano no se dejó ganar por la pasión y, desenvainando su espada, avanzó con ella desnuda hasta sus hombres. Se detuvo frente a ellos, los miró a todos y evitándose una arenga larga se limitó a decir, al tiempo que, según posteriores testimonios, trazaba con el arma una raya sobre la arena:
— «Por este lado se va a Panamá, a ser pobres, por este otro al Perú, a ser ricos; escoja el que fuere buen castellano lo que más bien le estuviere».
Un silencio de muerte rubricó las palabras del héroe, pero pasados los primeros instantes de la duda, se sintió crujir la arena húmeda bajo los borceguíes y las alpargatas de los valientes, que en número de trece, pasaron la raya. Pizarro, cuando los vio cruzar la línea, «no poco se alegró, dando gracias a Dios por ello, pues había sido servido de ponelles en corazón la quedada». Sus nombres han quedado en la Historia."
Eran trece hombres, casi desarmados, medio desnudos y sin botas porque todo se había podrido. Los que quisieron huir usaron los barcos que quedaban y dejaron uno por si los valientes se arrepentían. Pizarro mandó barrenarlo y hundirlo para evitar la tentación fácil de la vida cómoda y no les quedó más alternativa que conquistar o morir. Poco tiempo después, Perú era español. Gracias al "alma grande" de Pizaroo y los suyos. Sólo ser conoce el nombre de los "Trece de la fama" como se les llamó a partir de entonces. El resto los que se volvieron a una vida fácil, nadie les conoce.
El nombre de los trece valientes que perseveraron con Pizarro es:  Bartolomé Ruiz, Pedro Alcón, Alonso Briceño, Pedro de Candia, Antonio Carrión, Francisco de Cuéllar, García Jerén, Alonso Molina, Martín Paz, Cristóbal de Peralta, Nicolás de Rivera (el viejo), Domingo de Soraluce, y Juan de la Torre. 
Decía santa Teresa de Jesús que le espantaba ver lo que podía llegar a hacer cualquier persona que llegara a tener una "determinada determinación". ¿Alguna vez te has decidido a perseverar en algo hasta el final, cueste lo que cueste? Decía san Pablo: "Aún no habéis llegado hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado".
De alguna manera, lo importante en esta charla es gritarles a los chavales: "Esto vir!" Significa: "¡Se un hombre!". Que no me sean nenazas, huidizas, cobardes y pusilánimes, que se decidan a entregar su vida por algo que merezca la pena. Que se decidan a hacer algo grande con sus vidas, con su tiempo, con sus fuerzas. "El mundo es de Dios y Dios se lo alquila a los valientes".
Estamos hasta las narices de cristianos cortos de miras, cobardes y asustadizos. Queremos, necesitamos, hombres y mujeres de corazón grande, dispuestos a cosas grandes aunque suponga sufrir. ¿Tu vida para qué merece la pensa ser vivida? ¡Anímate a entregar tu libertad y ganarás tu alma!
¡Además, ésta ha sido la virtud que ha distinguido a nuestra patria a lo largo de los siglos! Nuestros enemigos siempre nos han temido por esta misma razón. No podemos dejar que el relativismo y la falta de ideales arruinen nuestra patria...

Es cortita la charla de esta semana, pero creo que es suficientemente intensa.

lunes, 1 de abril de 2013

Por un tiempo dejo el blog

Perdonadme, pero desde hace un tiempo cada vez me cuesta más actualizar el blog. ahora se me echan encima muchas horas de estudio y preparación de charlas, así que sintiéndolo mucho voy a dejar durante este curso el blog. En septiembre ya me plantearé si continuar con él o cerrarlo definitivamente.

Muchas gracias a todos. Un fuerte abrazo

miércoles, 13 de marzo de 2013

El Cónclave

Tres vídeos explicativos del Cónclave


Quizás estos vídeos os puedan iluminar algo sobre lo que ocurre estos días en Roma...

Aunque son antiguos, pues es una publicación de GOYA PRODUCCIONES se refiere al Cónclave tras la muerte de Juan Pablo II, con lo cual algunas normas han cambiado.

sábado, 2 de marzo de 2013

Último angelus de Benedicto XVI


Dios me llama a "subir al monte" pero no significa abandonar a la Iglesia. Si me pide esto es para poder servirla con la misma entrega y el mismo amor de siempre
A las 12 de hoy, Benedicto XVI se asomó a la venta de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro. Este es el último Ángelus del papa Ratzinger, antes de la audiencia general en esta misma plaza con la que se despedirá de los fieles de la Iglesia católica antes de su retiro a Castel Gandolfo y luego al monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 24 de febrero de 2013.

¡Queridos hermanos y hermanas!
        En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas destaca de modo especial el hecho de que Jesús se transfigurara mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive sobre un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5,10; 8,51; 9,28). El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celeste: «Este es mi hijo, el predilecto, ¡Escuchadle!» (9,35). La presencia luego de Moisés y de Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo «éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, qué bien estamos aquí» (9,33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san Agustín: «[Pedro]… sobre el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Para qué descender para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios y que le inspiraban por ello una santa conducta?» (Discurso 78,3).
        Meditando este pasaje del Evangelio, podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo, el primado de la poración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. «La existencia cristiana –escribí en el Mensaje para esta Cuaresma– consiste en un contínuo subir al monte del encuentro con Dios, para luego volver a bajar llevando el amor y la fuerza que de ello derivan, para servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
        Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

El último discurso de Benedicto XVI como Papa

Última catequesis de Benedicto XVI


''No abandono la cruz, sino que permanezco de un modo nuevo ante el Señor Crucificado''
Esta mañana, a las 10 de la mañana, la plaza de San Pedro y aledaños ya estaba repleta. A las 10,30 pasadas, el papa Benedicto XVI entró en el papamóvil y recorrió los pasillos abiertos entre los fieles y peregrinos asistentes de muchos países. Estaban también cardenales y obispos, la Curia Romana, el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, los sacerdotes, párrocos y seminaristas de la diócesis de Roma, los empleados vaticanos, peregrinos y fieles de Roma, de Italia y de muchos países.
Ciudad del Vaticano, 27 de febrero de 2013.

Venerados hermanos en el episcopado y presbiterado
Distinguidas autoridades
¡Queridos hermanos y hermanas!
        Muchas gracias por haber venido tantos en esta última audiencia general de mi pontificado.
        Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón la necesidad de agradecer sobretodo a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su palabra y así alimenta la fe de su pueblo.
        En este momento mi ánimo se extiende por así decir, para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las 'noticias' que en estos años de ministerio petrino he podido recibir sobre la fe en el Señor Jesucristo, de la caridad que circula en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor, y de la esperanza que se nos abre y nos orienta hacia la vida en su plenitud, hacia la patria del Cielo.
        Siento que les tendré presentes a todos en la oración, en un presente que es aquel de Dios, donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Todo y a todos les recojo en la oración para confiarlos al Señor: para que tengamos pleno conocimiento de su voluntad, con cada acto de su sabiduría e inteligencia espiritual, y para que podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, haciendo fructificar cada obra buena. (cfr. Col 1,9).
        En este momento hay en mi una gran confianza porque sé, y lo sabemos todos nosotros, que la palabra de verdad, del evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El evangelio purifica y renueva, produce fruto en cualquier lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha, acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
        Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años decidí asumir el ministerio de Pedro, tuve firmemente esta certeza que me ha siempre acompañado. En aquel momento, como expliqué en diversas oportunidades, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: ¿Señor por qué pides esto, y que es lo que me pides? Es un peso grande el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, en tu nombre echaré las redes, seguro de que Tú me guiarás, incluso con todas mis debilidades.
        Y el Señor verdaderamente me ha guiado y me ha estado cerca. He podido percibir cotidianamente su presencia. Y fue un tramo del camino de la Iglesia que tuvo momentos de alegría y de luz, y también momentos no fáciles. Me he sentido como san Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea. El Señor nos ha donado tantos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca fue abundante. Existieron también momentos en los cuales las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
        Pero siempre he sabido que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse. Es Él que la conduce, seguramente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta fue y es una certeza que nada puede ofuscar. Y por esto hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no le ha hecho faltar nunca a toda la Iglesia ni a mi, su consolación, su luz y su amor.
        Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar justamente nuestra fe en Dios, en un contexto que parece querer ponerlo cada vez más en segundo plano. Querría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarse como niños en los brazos del Dios, con la seguridad de que aquellos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permite caminar cada día también cuando estamos cansados.
        Querría que cada uno se sintiera amado por aquel Dios que ha donado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Querría que cada uno sintiera la alegría de ser cristiano. En una hermosa oración que se reza cotidianamente por la mañana se dice: “Te adoro Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano...” Sí, agradezcamos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama y espera que nosotros también lo amemos!
        Y no solamente a Dios quiero agradecerle en este momento. Un papa no está solo cuando guía la barca de Pedro, mismo si es su primera responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino. El Señor me ha puesto al lado a tantas personas que con generosidad y amor de Dios y a la Iglesia me ayudaron y me estuvieron cerca.
        Sobretodo ustedes, queridos hermanos cardenales; vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad me han sido preciosos. Mis colaboradores a partir del secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad durante estos años, la Secretaría de Estado y la Curia Romana, como todos aquellos que en los varios sectores dan sus servicios a la Santa Sede.
        Hay además tantos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero justamente en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad fueron para mi un apoyo seguro y confiable.
        ¡Un pensamiento especial va a la Iglesia de Roma, a mi diócesis! No puedo olvidar a mis hermanos en el episcopado y en el prebiterado, a las personas consagradas y a todo el pueblo de Dios. En las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, he siempre percibido gran atención y profundo afecto. Pero también yo les he querido bien a todos y a cada uno, sin distinciones, con aquella caridad pastoral que está en el corazón de cada Pastor, especialmente del obispo de Roma, del sucesor del apóstol Pedro. Cada día les he tenido presente, cada día en mi oración, con corazón de padre.
        Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegara también a todos: el corazón de un papa se extiende al mundo entero. Y querría expresar mi gratitud al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, que vuelve presente la gran familia de Naciones.
        Aquí pienso también a todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y a quienes agradezco por su importante servicio.
        A este punto quiero agradecer verdaderamente y de corazón a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad y de oración. Sí porque el papa no está nunca solo y ahora lo experimento nuevamente en una manera tan grande, que me toca el corazón.
        El papa le pertenece a todos, y tantas personas se sienten muy cerca de él. Es verdad que recibo cartas de los grandes del mundo: jefes de Estado, jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etc.
        Pero recibo también muchísimas cartas de personas simples que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir el afecto que nace del su estar junto a Jesucristo en Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, o como hijos o hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuoso.
        Aquí se puede tocar con la mano que es la Iglesia -no una organización, no una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Sentir a la Iglesia de esta manera y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es un motivo de alegría, en un tiempo en el cual tantos hablan de su ocaso.
        En estos últimos meses he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa, no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He realizado este paso con plena conciencia de su gran gravedad y también novedad, pero también con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de hacer elecciones difíciles, sufridas y ponendo siempre delante el bien de la Iglesia y no a nosotros mismos.
        Permítanme volver aquí una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión fue precisamente por el hecho de que a partir de ese momento en adelante, yo estaba empeñado siempre y para siempre por el Señor. Siempre --quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida le viene, por así decir, totalmente quitada la esfera privada.
        He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida propiamente cuando la da. Dije antes que una gran cantidad de gente que ama el Señor, aman también al Sucesor de san Pedro y tienen un alto aprecio por él; y que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas de todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque él no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.
        El "siempre" es también un "para siempre" --no es más un retorno a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio, no revoca esto. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de un modo nuevo ante el Señor Crucificado. No llevo más la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino en el servicio de la oración; permanezco, por así decirlo, en el recinto de san Pedro. San Benito, cuyo nombre porto como papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece por entero a la obra de Dios.
        También doy las gracias a todos y cada uno por su respeto y la comprensión con la que han acogido esta importante decisión. Voy a seguir acompañando el camino de la Iglesia mediante la oración y la reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que traté de vivir hasta ahora todos los días y que quiero vivir para siempre. Les pido que me recuerden delante de Dios, y sobre todo de orar por los cardenales, que son llamados a una tarea tan importante, y por el nuevo sucesor del apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.
        Invoco la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a Ella nos acogemos, con profunda confianza.
        ¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en los tiempos difíciles. Nunca perdamos esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de ustedes, que exista siempre la certeza gozosa de que el Señor está cerca, que no nos abandona, que está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!
        Asimismo, doy gracias a Dios por sus dones, y también a tantas personas que, con generosidad y amor a la Iglesia, me han ayudado en estos años con espíritu de fe y humildad. Agradezco a todos el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión importante, que he tomado con plena libertad. Desde que asumí el ministerio petrino en el nombre del Señor he servido a su Iglesia con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de ser cristianos.
        Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y de los países latinoamericanos, que hoy han querido acompañarme. Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Muchas gracias. Que Dios os bendiga.
        ¡Distinguidas autoridades!
        ¡Queridos hermanos y hermanas!
        Muchas gracias por haber venido así numerosos en esta última audiencia general de mi pontificado.
        Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, también yo siento en mi corazón la necesidad de agradecer sobretodo a Dios, que guía y hace crecer a la Iglesia, que siembra su palabra y así alimenta la fe de su pueblo.
        En este momento mi ánimo se extiende por así decir, para abrazar a toda la Iglesia difundida en el mundo y doy gracias a Dios por las 'noticias' que en estos años de ministerio petrino he podido recibir sobre la fe en el Señor Jesucristo, de la caridad que circula en el Cuerpo de la Iglesia y lo hace vivir en el amor, y de la esperanza que se nos abre y nos orienta hacia la vida en su plenitud, hacia la patria del Cielo.
        Siento que les tendré presente a todos en la oración, en un presente que es aquel de Dios, donde recojo cada encuentro, cada viaje, cada visita pastoral. Todo y a todos les recojo en la oración para confiarlos al Señor: porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, con cada acto de su sabiduría e inteligencia espiritual, y porque podamos comportarnos de manera digna de Él, de su amor, haciendo fructificar cada obra buena. (cfr. Col 1,9).
        En este momento hay en mi una gran confianza porque sé, y lo sabemos todos nosotros, que la palabra de verdad, del evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El evangelio purifica y renueva, lleva frutos en cualquier lugar en donde la comunidad de los creyentes lo escucha y acoge la gracia de Dios en la verdad y vive en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.
        Cuando el 19 de abril de hace casi ocho años atrás decidí asumir el ministerio de Pedro, tuve firmemente esta certeza que me ha siempre acompañado. En aquel momento, como expliqué en diversas oportunidades, las palabras que resonaron en mi corazón fueron: ¿Señor qué me pedís? Es un peso grande el que me pones sobre los hombros, pero si Tú me lo pides, en tu nombre tiraré las redes, seguro de que Tú me guiarás.
        Y el Señor verdaderamente me ha guiado y me ha estado cerca. He podido percibir cotidianamente su presencia. Y fue un tramo del camino de la Iglesia que tuvo momentos de alegría y de luz, y también momentos no fáciles. Me he sentido como san Pedro con los apóstoles en la barca en el lago de Galilea. El Señor nos ha donado tantos días de sol y de brisa suave, días en los que la pesca fue abundante. Existieron también momentos en los cuales las aguas estaban agitadas y el viento era contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir.
        Pero siempre he sabido que en esa barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya y no la deja hundirse. Es Él que la conduce, seguramente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo ha querido. Esta fue y es una certeza que nada puede ofuscar. Y por esto hoy mi corazón está lleno de agradecimiento a Dios porque no le ha hecho faltar nunca a toda la Iglesia ni a mi, su consolación, su luz y su amor.
        Estamos en el Año de la Fe, que he querido para reforzar justamente nuestra fe en Dios, en un contexto que parece querer ponerlo cada vez más en segundo plano. Querría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarse como niños en los brazos del Dios, con la seguridad de que aquellos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permite caminar cada día mismo cuando estamos cansados.
        Querría que cada uno se sintiera amado por aquel Dios que ha donado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Querría que cada uno sintiera la alegría de ser cristiano. En una hermosa oración que se reza cotidianamente por la mañana se dice: “Te adoro Dios mío, y te amo con todo el corazón. Te agradezco por haberme creado, hecho cristiano...” Sí, agradezcamos al Señor por esto cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama y espera que nosotros también lo amemos!
        Y no solamente a Dios quiero agradecerle en este momento. Un papa no está solo cuando guía la barca de Pedro, mismo si es su primera responsabilidad. Yo nunca me he sentido solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino. El Señor me ha puesto al lado a tantas personas que con generosidad y amor de Dios y a la Iglesia me ayudaron y me estuvieron cerca.
        Sobretodo ustedes, queridos hermanos cardenales; vuestra sabiduría, vuestros consejos, vuestra amistad me han sido preciosos. Mis colaboradores a partir del secretario de Estado que me ha acompañado con fidelidad durante estos años, la Secretaría de Estado y la Curia Romana, como todos aquellos que en los varios sectores dan sus servicios a la Santa Sede.
        Hay además tantos rostros que no aparecen, que se quedan en la sombra, pero justamente en el silencio, en la dedicación cotidiana, con espíritu de fe y humildad fueron para mi un apoyo seguro y confiable.
        ¡Un pensamiento especial va a la Iglesia de Roma, a mi diócesis! No puedo olvidar a mis hermanos en el episcopado y en el prebiterado, a las personas consagradas y a todo el pueblo de Dios. En las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, he siempre percibido gran atención y profundo afecto. Pero también yo les he querido bien a todos y a cada uno, sin distinciones, con aquella caridad pastoral que está en el corazón de cada Pastor, especialmente del obispo de Roma, del sucesor del apóstol Pedro. Cada día les he tenido presente, cada día en mi oración, con corazón de padre.
        Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegara también a todos: el corazón de un papa se extiende al mundo entero. Y querría expresar mi gratitud al cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede, que vuelve presente la gran familia de Naciones.
        Aquí pienso también a todos aquellos que trabajan para una buena comunicación y a quienes agradezco por su importante servicio.
        A este punto quiero agradecer verdaderamente y de corazón a todas las numerosas personas en todo el mundo que en las últimas semanas me han enviado signos conmovedores de atención, de amistad y de oración. Sí porque el papa no está nunca solo y ahora lo experimento nuevamente en una manera tan grande, que me toca el corazón.
        El papa le pertenece a todos, y tantas personas se sienten muy cerca de él. Es verdad que recibo cartas de los grandes del mundo: jefes de Estado, jefes religiosos, de los representantes del mundo de la cultura, etc.
        Pero recibo también muchísimas cartas de personas simples que me escriben simplemente desde su corazón y me hacen sentir el afecto que nace del su estar junto a Jesucristo en Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe por ejemplo a un príncipe o a un grande que no se conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, o como hijos o hijas, con el sentido de una relación familiar muy afectuoso.
        Aquí se puede tocar con la mano que es la Iglesia -no una organización, no una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y hermanas en el cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Sentir a la Iglesia de esta manera y poder casi tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es un motivo de alegría, en un tiempo en el cual tantos hablan de su ocaso.
        En estos últimos meses he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me ilumine con su luz para hacerme tomar la decisión más justa, no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He realizado este paso con plena conciencia de su gran gravedad y también novedad, pero también con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el coraje de hacer elecciones difíciles, sufridas y ponendo siempre delante el bien de la Iglesia y no a nosotros mismos.
        Permítanme volver aquí una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión fue precisamente por el hecho de que a partir de ese momento en adelante, yo estaba empeñado siempre y para siempre por el Señor. Siempre --quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida le viene, por así decir, totalmente quitada la esfera privada.
        He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la vida propiamente cuando la da. Dije antes que una gran cantidad de gente que ama el Señor, aman también al Sucesor de san Pedro y tienen un alto aprecio por él; y que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas de todo el mundo, y que se siente seguro en el abrazo de su comunión; porque él no se pertenece más a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.
        El "siempre" es también un "para siempre" --no es más un retorno a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio, no revoca esto. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que permanezco de un modo nuevo ante el Señor Crucificado. No llevo más la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino en el servicio de la oración; permanezco, por así decirlo, en el recinto de san Pedro. San Benito, cuyo nombre porto como papa, me será de gran ejemplo en esto. Él nos ha mostrado el camino para una vida que, activa o pasiva, pertenece por entero a la obra de Dios.
        También doy las gracias a todos y cada uno por su respeto y la comprensión con la que han acogido esta importante decisión. Voy a seguir acompañando el camino de la Iglesia mediante la oración y la reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que traté de vivir hasta ahora todos los días y que quiero vivir para siempre. Les pido que me recuerden delante de Dios, y sobre todo de orar por los cardenales, que son llamados a una tarea tan importante, y por el nuevo sucesor del apóstol Pedro: que el Señor lo acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.
        Invoco la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que nos acompañe a cada uno de nosotros y a toda la comunidad eclesial; a Ella nos acogemos, con profunda confianza.
        ¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en los tiempos difíciles. Nunca perdamos esta visión de fe, que es la única visión verdadera del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de ustedes, que exista siempre la certeza gozosa de que el Señor está cerca, que no nos abandona, que está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!
        Asimismo, doy gracias a Dios por sus dones, y también a tantas personas que, con generosidad y amor a la Iglesia, me han ayudado en estos años con espíritu de fe y humildad. Agradezco a todos el respeto y la comprensión con la que han acogido esta decisión importante, que he tomado con plena libertad. Desde que asumí el ministerio petrino en el nombre del Señor he servido a su Iglesia con la certeza de que es Él quien me ha guiado. Sé también que la barca de la Iglesia es suya, y que Él la conduce por medio de hombres. Mi corazón está colmado de gratitud porque nunca ha faltado a la Iglesia su luz. En este Año de la fe invito a todos a renovar la firme confianza en Dios, con la seguridad de que Él nos sostiene y nos ama, y así todos sientan la alegría de ser cristianos.
        Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y de los países latinoamericanos, que hoy han querido acompañarme. Os suplico que os acordéis de mí en vuestra oración y que sigáis pidiendo por los Señores Cardenales, llamados a la delicada tarea de elegir a un nuevo Sucesor en la Cátedra del apóstol Pedro. Imploremos todos la amorosa protección de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Muchas gracias. Que Dios os bendiga.