Siento mucho los retrasos, actualizaré el blog de vez en cuando, pero tened paciencia, please:



La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

miércoles, 27 de diciembre de 2023

¡Feliz Navidad! Y algunas aclaraciones....

 

¡Con la foto de nuestros belenistas parroquiales quería felicitaros a todos la Navidad!

Una Navidad agridulce que nos llega con el desgraciado documento que se enfrenta con 2000 años de tradición de bendiciones.

Pero, gracias a Dios, por encima de vaticanos y vaticinios, Jesús se hace hombre para que nosotros podamos llegar a Dios.

Él asume nuestras pobrezas, también las de los curas, obispos y cardenales para darnos la vida eterna y eso es lo que importa.

Lo único que me importa es la Verdad Revelada por Cristo y su gracia transformadora, a través de la Iglesia. Es Jesús quien nos salva, a través de la Iglesia, en la medida en que ésta transmita fielmente la salvación de nuestro Dios.

Si un cura tratara de perdonar los pecados, pero la persona que se confiesa no tuviera arrepentimiento o propósito de la enmienda... Si un juez eclesiástico diera una nulidad matrimonial por simonía y quien la recibe intentara casarse por la Iglesia... Si un sacerdote intentara bendecir lo que Dios maldice.... Nada sería válido, no se recibiría la gracia y es más, cometeríamos un terrible sacrilegio.

De algún modo, en la Iglesia sólo salvamos y damos la gracia en la medida en que queremos hacer lo que Dios quiere hacer. Si yo trato de hacer algo, que Dios no quiere, entonces es imposible. No hay nada que hacer. Por mucho que fuera el Papa no puedo cambiar la Voluntad de Dios.

Por eso, es tan importante que los curas, obispos, cardenales y el mismísimo Papa nos sometamos a las verdades mantenidas como firmes y definitivas por el magisterio anterior. De otro modo, lo que dijéramos sólo serían disparates que no salvan.

Yo quiero ser fiel a Jesucristo absolutamente y al Papa, en la medida en que no niegue el magisterio anterior, de otro modo no puedo obedecer. Por eso, en conciencia, no puedo usar las "supuestas bendiciones pastorales" que han creado porque son sacrílegas y blasfemas. Además, toda bendición de un sacerdote, en la medida en que se hace "in persona Christi" es litúrgica, pues sólo puedo bendecir lo que Dios bendice.

Yo no puedo bendecir a una pareja que estén unidos por un pecado, porque bendecir a una pareja es bendecir lo que les une. Y no puedo bendecir un pecado.

De modo que yo seguiré actuando en conciencia, según lo que creo que es voluntad de Dios y según la enseñanza que no se puede equivocar de toda la Sagrada Tradición de la Iglesia.

Así que alabo a Dios por todos vosotros, al lado de quienes se encarna nuestro Señor Jesucristo y os bendigo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

jueves, 24 de agosto de 2023

Tercer curso de juveniles: MODESTIA, CONTINENCIA Y CASTIDAD

 

La modestia regula los movimientos del cuerpo, los gestos y las palabras. Como fruto del Espíritu Santo, todo esto lo hace sin trabajo y como naturalmente, y además dispone todos los movimientos interiores del alma, como en la presencia de Dios. Nuestro espíritu, ligero e inquieto, está siempre revoloteando par todos lados, apegándose a toda clase de objetos y charlando sin cesar. La modestia lo detiene, lo modera y deja al alma en una profunda paz, que la dispone para ser la mansión y el reino de Dios: el don de presencia de Dios. Sigue rápidamente al fruto de modestia, y ésta es, respecto a aquélla, lo que era el rocío respecto al maná. La presencia de Dios es una gran luz que hace al alma verse delante de Dios y darse cuenta de todos sus movimientos interiores y de todo lo que pasa en ella con más claridad que vemos los colores a la luz del mediodía.

La modestia nos es completamente necesaria, porque la inmodestia, que en sí parece poca cosa, no obstante es muy considerable en sus consecuencias y no es pequeña señal en un espíritu poco religioso.

Las virtudes de templanza y castidad atañen a los placeres del cuerpo, reprimiendo los ilícitos y moderando los permitidos.
-La templanza refrena la desordenada afición de comer y de beber, impidiendo los excesos que pudieran cometerse
-La castidad  regula o cercena el uso de los placeres de la carne.

Mas los frutos de templanza y castidad desprenden de tal manera al alma del amor a su cuerpo, que ya casi no siente tentaciones y lo mantienen sin trabajo en perfecta sumisión.

El Espíritu Santo actúa siempre para un fin: nuestra santificación que es la comunión con Dios y el prójimo por el amor.

Una de las cualidades de la modestia es hacer fácil la virtud a los demás. La modestia está relacionada con el pudor del cuerpo y del espíritu. De la misma forma que uno cubre su cuerpo para no exponerlo a los demás, uno tiene que vivir también una modestia espiritual de no estar exponiendo los regalos y tesoros de la gracia ante la mirada de los demás. Hoy por hoy, es una de las virtudes más incomprendidas, junto con la humidad y la obediencia.
La castidad es saber amar con el cuerpo. Es guardarse para ser capaz de amar. El que no vive la castidad, no sabrá amar, sino que siempre se estará aprovechando de todos porque no sabrá dominar sus pasiones. El limpio de corazón sabe amar sin buscar su propio interés, sino buscando lo mejor para el otro. [Aquí les podéis dar también una catequesis sobre la pureza sexual].

Preguntas para los chavales:
1. ¿Te exhibes ante los demás?, ¿Vives con vanidad tus relaciones?
2. ¿Haces fácil la virtud a los demás o por tu culpa es más fácil que la gente se escandalice (conduces con tu conversación, tus modales, tu modo de vestir a que la gente peque)?
3. ¿Sabes cuidarte para amar?
4. ¿Vives la continencia de los apetitos, te mortificas o te concedes todos los caprichos?
5. ¿Sabes guardar los sentidos para desear el bien? ¿o vives desparramado al exterior llenándote de imágenes, conversaciones y vanidades sensibles?
6. ¿cuidas y buscas más lo sensible que lo espiritual, tu cuerpo que tu alma?
7. ¿Cómo vives la pureza y castidad?

Tercer curso de juveniles: BONDAD Y BENIGNIDAD; LONGANIMIDAD Y FIDELIDAD:

 

Estos dos frutos miran al bien del prójimo.
La bondad y la inclinación que lleva a ocuparse de los demás y a que participen de lo que uno tiene.
La Benignidad. No tenemos en nuestro idioma la palabra que exprese propiamente el significado de benígnitas. La palabra benignidad se usa únicamente para significar dulzura y esta clase de dulzura consiste en tratar a los demás con gusto, cordialmente, con alegría, sin sentir la dificultad que sienten los que tienen la benignidad sólo en calidad de virtud y no como fruto del Espíritu Santo.


Vemos que estos dos frutos del Espíritu Santo afectan directamente a la Caridad. Estamos viendo que la presencia del Espíritu Santo en el cristiano lo que hace es fundamentalmente aupar y disponer todas las potencias del hombre para prepararle para amar cada vez más. No en vano el Espíritu Santo es la Caridad de Dios.

La diferencia fundamental entre la bondad y la benignidad es que uno puede ser bueno y buscar el bien del otro, pero hacerlo de un modo hosco, que no parezca ser bueno. La benignidad es la amabilidad también en la forma de actuar. Ser bueno y mostrarse bueno, eso serían estos dos frutos unidos.

La longanimidad o perseverancia nos ayudan a mantenernos fieles al Señor a largo plazo. Impide el aburrimiento y la pena que provienen del deseo del bien que se espera, o de la lentitud y duración del bien que se hace, o del mal que se sufre y no de la grandeza de la cosa misma o de las demás circunstancias. La longanimidad hace, por ejemplo, que al final de un año consagrado a la virtud seamos más fervorosos que al principio.

Se trata de estar animado y preparado para cosa grandes, no ser apocado o pusilánime. Tener un alma grande. No amilanarse por las dificultades y hacer las cosas no porque sean fáciles o difíciles, sino porque Dios quiere y como Dios quiere. No tener miedo a las contrariedades, al juicio de los demás, ni a las dificultades para llevar a cabo la Voluntad de Dios.


La fidelidad como fruto del Espíritu Santo, es cierta facilidad para aceptar todo lo que hay que creer, firmeza para afianzarnos en ello, seguridad de la verdad que creemos sin sentir repugnancias ni dudas, ni esas oscuridades y terquedades que sentimos naturalmente respecto a las materias de la fe.

Para esto debemos tener en la voluntad un piadoso afecto que incline al entendimiento a creer, sin vacilar, lo que se propone. Por no poseer este piadoso afecto, muchos, aunque convencidos por los milagros de Nuestro Señor, no creyeron en Él, porque tenían el entendimiento oscurecido y cegado por la malicia de su voluntad. Lo que les sucedió a ellos respecto a la esencia de la fe, nos sucede con frecuencia a nosotros en lo tocante a la perfección de la fe, es decir, de las cosas que la pueden perfeccionar y que son la consecuencia de las verdades que nos hace creer.

No es suficiente creer, hace falta meditar en el corazón lo que creemos, sacar conclusiones y responder coherentemente.
Por ejemplo, la fe nos dice que Nuestro Señor es a la vez Dios y Hombre y lo creemos. De aquí sacamos la conclusión de que debemos amarlo sobre todas las cosas, visitarlo a menudo en la Santa Eucaristía, prepararnos para recibirlo y hacer de todo esto el principio de nuestros deberes y el remedio de nuestras necesidades.

Pero cuando nuestro corazón esta dominado por otros intereses y afectos, nuestra voluntad no responde o está en pugna con la creencia del entendimiento. Creemos pero no como una realidad viva a la que debemos responder. Hacemos una dicotomía entre la "vida espiritual" (algo solo mental) y nuestra "vida real" (lo que domina el corazón y la voluntad). Ahogamos con nuestros vicios los afectos piadosos. Si nuestra voluntad estuviese verdaderamente ganada por Dios, tendríamos una fe profunda y perfecta.

La fidelidad nos lleva a responder a Dios con prontitud, sin convertir la fe en un objeto teórico, sino vivir la fe, llevarla a la práctica y amar a Dios por sí mismo, con alegría y fecundidad. Tener los mismos sentimientos y deseos que Dios. Desear lo que Él desea, Amar lo que Él Ama, Odiar lo que Él Odia. Es la propia y verdadera UNIDAD DE VIDA. Vivir conforme a lo que crees con todo el corazón.

Preguntas para los chavales:

1.- ¿Buscas el bien de los demás o vives con egoísmo?

2.- ¿Eres amable o haces las cosas por los demás a regañadientes?

3.- ¿Amas a los demás por puro amor de Dios o sólo si te caen bien o tienes algún interés en la persona?

4.- ¿Se puede contar contigo cuando puede haber problemas o te diluyes y escaqueas?

5.- ¿Realmente vives de la fe o sólo practicas la fe de vez en cuando y los domingos?

6.- ¿Qué consecuencias tiene tu fe en tu vida?

Tercer curso de juveniles: PACIENCA Y MANSEDUMBRE

 

Paciencia modera la tristeza
Mansedumbre modera la cólera

Los frutos anteriores disponen al alma a la de paciencia, mansedumbre y moderación. Es propio de la virtud de la paciencia moderar los excesos de la tristeza y de la virtud de la mansedumbre moderar los arrebatos de cólera que se levanta impetuosa para rechazar el mal presente. El esfuerzo por ejercer la paciencia y la mansedumbre como virtudes requiere un combate que requiere violentos esfuerzos y grandes sacrificios. Pero cuando la paciencia y la mansedumbre son frutos del Espíritu Santo, apartan a sus enemigos sin combate, o si llegan a combatir, es sin dificultad y con gusto. La paciencia ve con alegría todo aquello que puede causar tristeza. Así los mártires se regocijaban con la noticia de las persecuciones y a la vista de los suplicios. Cuando la paz está bien asentada en el corazón, no le cuesta a la mansedumbre reprimir los movimientos de cólera; el alma sigue en la misma postura, sin perder nunca su tranquilidad. Porque al tomar el Espíritu Santo posesión de todas sus facultades y residir en ellas, aleja la tristeza o no permite que le haga impresión y hasta el mismo demonio teme a esta alma.

La paciencia tiene mucho que ver con la esperanza y la mansedumbre con el dominio de sí, las 2 necesitan o potencian la virtud de la fortaleza. La fortaleza cristiana no es poder conquistarlo todo y ser el más grande, sino que cuando eres pequeño y débil, seas capaz de resistir el mal. Por eso, la fortaleza cristiana depende de la esperanza. 

  • Paciencia. La Iglesia Católica nos enseña que la plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo. Mientras tanto, nuestra vida es una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles, y contra las fuerzas del mundo y del infierno. Por eso, el Espíritu Santo nos infunde la paciencia para sobrellevar esta lucha con buen ánimo, sin rencor ni resentimiento, haciéndonos superar los obstáculos y las turbaciones que produce en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos. 
De modo que la paciencia nos hace desear el cielo y vemos toda dificultad como una oportunidad para purificarnos o incluso llegar al cielo más fácilmente. Así, ante una persona cargante o incapaz de dialogar, en vez de perder los nervios por no conseguir el objetivo de convencerle, nos hace mirarle con cariño y no esperar más que lo que Dios quiera que hagamos con esa persona. Realmente, la paciencia nos hace vivir la caridad, al posibilitar que podamos ver las cosas desde Dios y no desde nuestros fines egoístas. Visión sobrenatural de las cosas y las personas. Verlo todo desde la mirada de Dios.
La tristeza es amiga del diablo y su mejor colaboradora. Suele introducirla en el ama por la sensibilidad o por un pensamiento negativo. Por eso es tan importante educarse en las virtudes y no dejarse dominar por los estados de ánimo. Controlar los pensamientos y acostumbrarse a luchar contra los pensamientos negativos, sustituyéndolos por pensamientos más de Dios.
  • Mansedumbre. La mansedumbre se opone a la ira, que quiere imponerse a los demás y se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. Hace al cristiano delicado y lleno de recursos. Le dispone a entregarse totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin agresividad ni ambición. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar sin ira, con persuasión y dulzura en las palabras, y jamás llega a la disputa.
El manso es el que ha alcanzado la fuerza para dominar su carácter. A veces, parece que el fuerte es el que se impone, quien responde con agresividad, pero nada más lejos de la realidad. El fuerte es aquel que pudiendo quitarse de encima la pesado, es capaz de amarle y comprenderle y por amor de Dios quiere llevarle donde Dios quiera. Te olvidas de ti mismo y sabes no responder tirando piedras a los perros que te ladran por el camino, sino que sigues haciendo lo que Dios quiere, sin perder la caridad, aunque todos se te enfrenten. Hace falta una gran connaturalidad con Dios y estar acostumbrado a amar y servir, olvidándose de sí y buscando siempre la voluntad de Dios.
Son 2 de los frutos que afectan más a la fortaleza.

Preguntas para los chavales:
1. ¿Te sueles plantear, antes de tomar una decisión que sería lo que Jesús haría o qué quiere Dios?
2. ¿Si te levantas de mala leche o triste, luchas contra eso o se lo haces ver a todo el mundo?
3. ¿La tristeza o las explosiones de cólera son rasgos característicos de tu carácter? ¿Sabes luchar contra eso?
4. ¿Dominas tus pensamientos o crees que es lícito pensar en cualquier cosa?
5. ¿Eres capaz de ir contra el pensamiento de la mayoría? ¿Tienes carácter o tienes espíritu de combate? ¿Piensas que tienes que luchar contra los demás o te das cuenta de que el combate es contra tus propios defectos, pecados...?
6. ¿Es fácil para ti ver las cosas desde la eternidad o te centras demasiado en lo actual? ¿Cómo podrías mejorarlo? (Habladles aquí de la dirección espiritual) 

sábado, 19 de agosto de 2023

Catequesis juveniles tercero: CARIDAD, GOZO Y PAZ

Las siguientes catequesis las veremos de la mano de "corazones.org"


De los frutos de caridad, de gozo y de paz
Ver también caridadgozo y paz

Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son la caridad, el gozo y la paz, que pertenecen especialmente al Espíritu Santo.

Los tres primeros frutos del Espíritu Santo son los más importantes y los de mayor calado. Derivan directísimamente de Dios y sin ellos no podría empezar la obra de la santificación de nuestra alma. Si no se encuentran en alguien de ningún modo, habría que dudar realmente de si está en gracia.

-La caridad, porque es el amor del Padre y del Hijo
-El gozo, porque está presente al Padre y al Hijo y es como el complemento de su bienaventuranza.
-La paz, porque es el lazo que une al Padre y al Hijo.

Estos tres frutos están unidos y se derivan naturalmente uno del otro.
-La caridad o el amor ferviente nos da la posesión de Dios
-El gozo nace de la posesión de Dios, que no es otra cosa que el reposo y el contento que se encuentra en el goce del bien poseído.
-La paz que, según San Agustín; es la tranquilidad en el orden. Mantiene al alma en la posesión de la alegría contra todo lo que es opuesto. Excluye toda clase de turbación y de temor.

Si Dios te regala la Caridad (el amor que hay en Dios), lo normal es que vivas con una inmensa alegría por el bien alcanzado, que nada te pueda quitar: tribulaciones, cruz, incomprensiones, injusticias... Incluso tu propio pecado y la experiencia de tu debilidad no pueden arrancarte la alegría del Amor de Dios y ello te lleva a vivir en la confianza de ese amor, en la tranquilidad de que si Dios te quiere nada puede ir realmente mal porque sabes que tu Padre es poderoso para cumplir su promesa. Los que viven agobiados por cómo va el mundo, puede ser que les falte esa caridad que les lleve a la paz del corazón.

La santidad y la caridad valen mas que todo
La caridad es el primero entre los frutos del Espíritu Santo, porque es el que más se parece al Espíritu Santo, que es el amor personal, y por consiguiente el que más nos acerca a la verdadera y eterna felicidad y el que nos da un goce más sólido y una paz más profunda. Dad a un hombre el imperio del universo con la autoridad más absoluta que sea posible; haced que posea todas las riquezas, todos los honores, todos los placeres que se puedan desear; dadle la sabiduría más completa que se pueda imaginar; que sea otro Salomón y más que Salomón, que no ignore nada de toda lo que una inteligencia pueda saber; añadidle el poder de hacer milagros: que detenga al sol, que divida los mares, que resucite los muertos, que participe del poder de Dios en grado tan eminente como queráis, que tenga además el don de profecía, de discernimiento de espíritus y el conocimiento interior de los corazones. El menor grado de santidad que pueda tener este hombre, el menor acto de caridad que haga, valdrá mucho más que todo eso, porque lo acercan al Supremo bien y le dan una personalidad más excelente que todas esas otras ventajas si las tuviera; y esto, por dos razones:

1- Porque participar de la santidad de Dios, es participar de todo lo más importante, por decirlo así, que hay en Él. Los demás atributos de Dios, como la ciencia, el poder, pueden ser comunicados a los hombres de tal manera que les sean naturales. Unicamente la santidad no puede serles nunca natural (sino por gracia).

2- Porque la santidad y la felicidad son como dos hermanas inseparables y porque Dios no se da ni se une más que a las almas santas y no a las que sin poseer la santidad, poseen la ciencia, el poder y todas las demás perfecciones imaginables.

Por lo tanto, el grado más pequeño de santidad o la menor acción que la aumente, es preferible, a los cetros y coronas. De lo que se deduce que perdiendo cada día tantas ocasiones de hacer actos sobrenaturales, perdemos incontables felicidades, casi imposibles de reparar.

De modo que realmente la santidad no está en hacer mil cosas eminentes, sino en amar de modo eminente. No muchas cosas, sino amar mucho. Lo que nos acerca a Dios y nos hace semejantes a Él no es ser perfectos, sino ser perfectos en el amor, amar como Él ama. Esto es lo más grande a lo que podemos aspirar en toda la vida y es imposible conseguirlo sino por pura gracia de Dios, si somos capaces de responder con toda nuestra voluntad a esa gracia tan excelsa.

No podemos encontrar en las criaturas el gozo y la paz, que son frutos del Espíritu Santo, por dos razones.

1- Porque únicamente la posesión de Dios nos afianza contra las turbaciones y temores, mientras que la posesión de las criaturas causa mil inquietudes y mil preocupaciones. Quien posee a Dios no se inquieta por nada, porque Dios lo es todo para él, y todo lo demás solo vale en relación a El y según El lo disponga.

2- Porque ninguno de los bienes terrenos nos puede satisfacer ni contentar plenamente. Vaciad el mar y a continuación, echad en él una gota de agua: ¿llenaría este vacío inmenso? Todas las criaturas son limitadas y no pueden satisfacer el deseo del alma por Dios. La paz hace que Dios reine en el alma y que solamente Él sea el dueño. La paz mantiene al alma en la perfecta dependencia de Dios. Por la gracia santificante, Dios se hace en el alma como una fortaleza donde habita. Por la paz se apodera de todas las facultades, fortificándolas tan poderosamente que las criaturas ya no pueden llegar a turbarlas. Dios ocupa todo el interior. Por eso los santos están tan unidos a Dios lo mismo en la oración que en la acción y los acontecimientos más desagradables no consiguen turbarlos.

Preguntas para hacer a los chavales:

1.- ¿Qué te quita la paz? Una cosa es tener preocupaciones y otra quitarte la paz.

2.- ¿Vives con alegría o vives triste? ¿Por qué? Analiza despacito las causas y razones.

3.- ¿Alguna vez has vivido realmente alegre y confiado?

4.- ¿Alguna vez has perdido esa alegría que te dio la propia conversión? ¿Qué pasó?

5.- ¿Qué es lo que te da verdadera alegría y paz?

6. ¿Qué es lo que hace que los santos vivan con tanta alegría en las dificultades?

Tercer curso de juveniles: DONES Y FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO.

 


Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

"1830 La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo."

La vida moral del cristiano sería un tormento imposible de vivir si no fuera por el auxilio del Espíritu Santo, que con su gracia nos capacita para vivir la vida sobrenatural. Hay virtudes que se alcanzan después de mucho luchar, con mucho esfuerzo. Dios, en su infinita bondad, puede regalarnos determinados dones que nos capacitan para seguir con docilidad y alegría los impulsos del Espíritu Santo. Esos dones se convierten en disposiciones habituales o estables, si no los perdemos con el pecado mortal.

"1831 Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.

«Tu espíritu bueno me guíe por una tierra llana» (Sal 143,10).

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)"

 Los dones del Espíritu Santo llevan a su perfección las virtudes a las que afectan (que ya estudiaremos en cada caso). Son regalos inmerecidos de Dios, que nos hace más fácil el combate de la vida espiritual.

"1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Ga 5,22-23, vulg.)."

Los frutos en cambio, a diferencia de los dones (que Dios puede regalarnos o no) son consecuencia sobrenatural de la habitación de Dios en el alma del cristiano. Son la consecuencia sobrenatural del Espíritu Santo. Imaginaos que os independizáis y dejáis que vuestra madre venga a vivir con vosotros. La consecuencia natural de ese permanecer vuestra madre en vuestra casa es que todo va cambiando poco a poco. Al cabo de un tiempo, nadie reconocería vuestra casa por todo lo que vuestra madre ha ido haciendo.

Si constantemente la expulsas de casa, aunque luego vuelvas a invitarla, no podría hacer tanto por ti como si la dejas en paz en casa. Del mismo modo, si constantemente estás cometiendo pecados mortales y, por ello, expulsando a Dios de tu vida, aunque luego te confieses corriendo, evidentemente, no habrá los mismos frutos en tu vida que si no echas a Dios de tu lado por el pecado mortal.

Los dones son regalos que pueden aparecer o no, que puedes recibir o rechazar, incluso; los frutos son las consecuencias "naturales" (sobrenaturales) de la permanencia de Dios contigo. Simplemente por estar con Dios, eso tiene consecuencias muy grandes en tu vida.

Lo siguiente es de la página de "corazones.org":

"El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley."  -Gálatas 5:22-23 

Cuando el Espíritu Santo da su frutos en el alma, vence las tendencias de la carne.
Cuando el Espíritu opera libremente en el alma, vence la debilidad de la carne y da fruto.

"Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" Mateo 26:41 

Obras de la carne: Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, superstición, enemistades, peleas, rivalidades, violencias, ambiciones, discordias, sectarismo, disensiones, envidias, ebriedades, orgías y todos los excesos de esta naturaleza. (Gálatas 5, 19)

Naturaleza de los frutos Espíritu Santo y la santificación

Al principio nos cuesta mucho ejercer las virtudes. Pero si perseveramos dóciles al Espíritu Santo, Su acción en nosotros hará cada vez mas fácil ejercerlas, hasta que se llegan a ejercer con gusto. Las virtudes serán entonces inspiradas por el Espíritu Santo y se llaman frutos del Espíritu Santo.
 

Cuando el alma, con fervor y dócil a la acción del Espíritu Santo, se ejercita en la práctica de las virtudes, va adquiriendo facilidad en ello. Ya no se sienten las repugnancias que se sentían al principio. Ya no es preciso combatir ni hacerse violencia. Se hace con gusto lo que antes se hacía con sacrificio. 

Aunque es cierto que Dios puede conceder el don directamente, sin ninguna lucha.

Les sucede a las virtudes lo mismo que a los árboles: los frutos de éstos, cuando están maduros, ya no son agrios, sino dulces y de agradable sabor. Lo mismo los actos de las virtudes, cuando han llegado a su madurez, se hacen con agrado y se les encuentra un gusto delicioso. Entonces estos actos de virtud inspirados por el Espíritu Santo se llaman frutos del Espíritu Santo, y ciertas virtudes los producen con tal perfección y tal suavidad que se los llama bienaventuranzas, porque hacen que Dios posea al alma planamente.

La Felicidad
Cuanto más se apodera Dios de un alma más la santifica; y cuanto más santa sea, más feliz es.
Seremos mas felices a medida que nuestra naturaleza va siendo curada de su corrupción. Entonces se poseen las virtudes como naturalmente.

Los que buscan la perfección por el camino de prácticas y actos metódicos, sin abandonarse enteramente a la dirección del Espíritu Santo, no alcanzarán nunca esta dulzura. Por eso sienten siempre dificultades y repugnancias: combaten continuamente y a veces son vencidos y cometen faltas. En cambio, los que, orientados por el Espíritu Santo, van por el camino del simple recogimiento, practican el bien con un fervor y una alegría digna del Espíritu Santo, y sin lucha, obtienen gloriosas victorias, o si es necesario luchar, lo hacen con gusto. De lo que se sigue, que las almas tibias tienen doble dificultad en la práctica de la virtud que las fervorosas que se entregan de buena gana y sin reserva. Porque éstas tienen la alegría del Espíritu Santo que todo se lo hace fácil, y aquéllas tienen pasiones que combatir y sienten las debilidades de la naturaleza que impiden las dulzuras de la virtud y hacen los actos difíciles e imperfectos.

La comunión frecuente perfecciona las virtudes y abre el corazón para recibir los frutos del Espíritu Santo porque nuestro Señor, al unir su Cuerpo al nuestro y su Alma a la nuestra, quema y consume en nosotros las semillas de los vicios y nos comunica poco a poco sus divinas perfecciones, según nuestra disposición y como le dejemos obrar. Por ejemplo: encuentra en nosotros el recuerdo de un disgusto, que aunque ya pasó, ha dejado en nuestro espíritu y en nuestro corazón una impresión, que queda como simiente de pesar y cuyos efectos sentimos en muchas ocasiones. ¿Qué hace nuestro Señor? Borra el recuerdo y la imagen de ese descontento, destruye la impresión que se había grabado en nuestras potencias y ahoga completamente esta semilla de pecados, poniendo en su lugar los frutos de caridad, de gozo, de paz y de paciencia. Arranca de la misma manera las raíces de cólera, de intemperancia y de los demás defectos, comunicándonos las virtudes y sus frutos.



Dando un primer repaso a los dones y los frutos, podemos hacer las siguientes preguntas:

1. Ésta no se comparte con los demás, es para el propio examen de conciencia: ¿qué dones del Espíritu Santo me ha regalado Dios y cuáles me faltan? ¿Mirando los frutos del Espíritu Santo: cuáles son las consecuencias en mi vida concreta de la presencia de Dios o de su ausencia en mi vida? ¿Me doy cuenta con esta consideración que no es lo mismo vivir habitualmente en gracia que vivir sin Dios y no comulgar con frecuencia?

2. ¿Consigo ver la diferencia entre dones y frutos?

3. ¿Cuáles son los dones que más deseo?

4. ¿Me doy cuenta de que mis pecados habituales son los que machacan los frutos que no aparecen en mi vida?

5. ¿Qué estoy dispuesto a hacer para que Dios pueda trabajar mejor mi barro?

Tercer curso de juveniles: LA CARIDAD


 Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: 

"La caridad

1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios."

Es virtud regalada no alcanzada con esfuerzo. Es un don de Dios, sin embargo, como más adelante veremos es necesario usar la voluntad y podemos crecer en ella en un trabajo conjunto entre la gracia de Dios y mi libre correspondencia. Se trata de preferir a Dios por encima de todo y amar a cada persona por amor de Dios. No es amar porque sean majos o se lo merezcan, sino porque Dios me lo pide porque Él mismo les ama. Aquí también se ve que no se trata de amar a los demás hasta despreciarme a mí mismo, pues Dios también me quiere a mí y, por eso, también me tengo que cuidar. Si me despreciara, ofendería a Dios, que ha dado su vida por mí.

"1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos “hasta el fin” (Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Y también: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 12)."

La vieja Ley, los mandamientos, aquí se quedan escasos. Tengo que amar como Dios me ama a mí. No me basta con no odiar. Todo lo que el Padre me ha dado, así tengo que dar yo. Igual que el Padre ama a Jesús, dándole todo el ser, dándole todo lo que Él es, así también me ama a mí y de este modo tengo yo que amar.

"1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8-10)."

Realmente, la fe supone esta caridad de querer cumplir los mandamientos de Dios y los mandamientos de Dios son el amor. La plenitud de la Ley es la caridad y la razón de todos los mandatos de Dios. Ésta es la voluntad de Dios, que seamos capaces de amar y que amemos en la medida en la que vamos descubriendo su propio amor por nosotros. Hasta el punto de que la fe se puede definir como la certeza de que Dios nos ama y los actos de amor que nosotros hacemos, son el fruto de la fe. Sin obras de amor, no hay verdadera fe.

"1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45)."

Si la caridad es amar como Dios ama, entonces es evidente que tenemos que amar a nuestros enemigos, pues Dios me amó cuando pasaba de Él, incluso cuando le odiaba y despreciaba, Él ya estaba dando su vida por mí. ¿Cómo no voy yo a amar de la misma manera? Y sobre todo que amemos a sus preferidos: los pobres, los sencillos, los más tontos y de los que menos podremos obtener nada.

"El apóstol san Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7)."

 Este texto de San Pablo es fantástico: nos muestra que de lo que está realmente hablando es del amor que Dios nos tiene. Así tenemos que amar nosotros, pero sin la gracia de Dios es absolutamente imposible amar así.

"1826 Si no tengo caridad —dice también el apóstol— “nada soy...”. Y todo lo que es privilegio, servicio, virtud misma... si no tengo caridad, “nada me aprovecha” (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las virtudes teologales: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1 Co 13,13)."

Las virtudes, los méritos, las mortificaciones... Nada tiene sentido si no lo hacemos por amor a Dios. Ésta es la verdadera caridad. No se trata ni siquiera de amar para poder salvarnos, ni de devolver favores o parecer que somos buenos. Todo tiene sentido, exclusivamente desde el amor a Dios y el amor de Dios. La fe es fiarse, la esperanza es confiar, la caridad es la raíz de las tres virtudes teologales, su centro y su razón de ser. De nada aprovecha la fe, sino va dirigida a la caridad. Por mucha fe que tengas, si no amas por puro amor de Dios, no te salvas.

"1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es “el vínculo de la perfección” (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino."

La caridad es el centro, el fundamento y la razón de toda la vida cristiana. Sin caridad, ya puedo vivir una pureza exquisita y no pecar nunca, que simplemente por no amar ya estaría pecando. La caridad es la que hace divino todo lo que tú realices en esta vida. La caridad es el amor de Dios, a través de ti. Dios puede amar a quien tú te entregues.

"1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que responde al amor del “que nos amó primero” (1 Jn 4,19):"

Sin esta caridad, nuestra vida estaría sometida a la esclavitud, lo que garantiza tu libertad es la vivencia de la caridad. Si haces las cosas por un motivo distinto de la verdadera caridad, acabarás siendo esclavo de tus pasiones, de lo que pienses de ti, de un persona de la que dependas... Sólo vivir del amor de Dios te hará libre. Por que sólo Dios te ama por ti mismo y no por lo que pueda obtener de ti, que es lo que nos esclaviza.

"«O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda [...] y entonces estamos en la disposición de hijos» (San Basilio Magno, Regulae fusius tractatae prol. 3)."

 Sólo quien actúa por puro amor de Dios se aparta del servilismo o del interés propio, que reduce nuestro corazón y envilece nuestra mirada y la pureza del corazón.

"1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:

«La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos; hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos» (San Agustín, In epistulam Ioannis tractatus, 10, 4)."

 Si amas como Dios te ama, si vives la caridad, entonces disfrutarás con la presencia de Dios en tu vida, te llenarás de paz, sabiendo que estás donde Dios te quiere y además, vivirás sabiendo reconciliar a todas las personas, rescatando lo que de bueno haya en cada uno. La caridad exige también la valentía de saber corregir. Caridad no es el "buenismo" de pensar que todos lo hacen todo bien, sino que tiene el coraje de corregir buscando lo mejor para el otro. Eso motiva que los demás también vayan aprendiendo a amar cada vez más, suscita un cambio en todos y nos conduce a la comunión entre todos y con Dios. Además, es muy importante que no se mezcle con egoísmos, soberbias y vanidades, sino hacerlo todo por puro amor de Dios. Es la verdadera y más auténtica forma de amistad. 

Que todo en nuestra vida nos lleve a esa caridad, es la finalidad de toda la economía de la salvación, de todo proyecto de Dios. Es la voluntad de Dios por antonomasia.

Ésta es la santidad.


Preguntas para hacer a los chavales:

  1. ¿Cómo entiendes tú la santidad?
  2. ¿Qué es lo que Dios quiere para ti?
  3. ¿Qué es lo que Dios quiere de ti?
  4. ¿Cuál es la verdadera razón por la que debemos amar a cada uno?
  5. ¿En qué consiste realmente el amor?
  6. ¿Qué es lo más importante de la vida cristiana?
  7. ¿Para qué Cristo nos ha dado la Iglesia, el evangelio y la gracia?
  8. ¿Cómo tengo que amar?
  9. ¿Amar es ser bueno con todos y no corregirles para mostrarles cariño?
  10. ¿Es necesario tener relación con Dios, vivir los sacramentos, para poder vivir la caridad? ¿Por qué?
  11. ¿Qué has aprendido en esta catequesis?

viernes, 21 de julio de 2023

Catequesis Juveniles tercero: LA ESPERANZA

 LA ESPERANZA COMO VIRTUD TEOLOGAL:

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

"1817. La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23).  “El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tt 3, 6-7)."

Uno que no desee el cielo no tiene esperanza cristiana. En el fondo, la esperanza es desear estar en plena comunión con Dios y llegar a gozar de su presencia eternamente. Vivir ya siendo inasequibles al pecado, en santidad, gozando del amor de Dios y amando como Dios definitivamente y para siempre. Eso es el cielo.

Mi alegría ya no es que las cosas salgan bien, sino agradar a Dios y gozar de Él.

Confiar en que esto es posible no por mi méritos, sino porque Cristo me lo ha prometido y fiado en la fuerza de su gracia, que lo va a hacer posible. Sé que aunque parezca que no puedo, Dios va a hacer su obra y sus maravillas conmigo y con vosotros. Por eso, doy prioridad a buscar la gracia de Dios, por encima de cualquier otra consideración.

"1818 La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad."

La virtud de la esperanza nace del deseo de felicidad con el que Dios nos ha creado. Asume todas las esperanzas humanas de las actividades que llevamos a cabo y las purifica. Protege de la amargura, del cansancio existencial, agranda el corazón para que desee el cielo. La esperanza es la antesala de la caridad, prepara el corazón y lo alegra con el gozo de haber alcanzado a Dios y preserva del egoísmo.

"1819 La esperanza cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios; esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio (cf Gn 17, 4-8; 22, 1-18). “Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones” (Rm 4, 18)."

La esperanza cristiana es la perfección de aquella esperanza que ya el Pueblo de Israel empezó a vivir, anhelando las promesas de Dios en el Antiguo Testamento.

"1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en “la esperanza que no falla” (Rm 5, 5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra... “a donde entró por nosotros como precursor Jesús” (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: “Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación” (1 Ts 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: “Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación” (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear."

La manifestación plena de la esperanza son las bienaventuranzas, aquellas sentencias con las que Cristo nos enseña que vamos a ir al cielo si somos pobres, si sabemos llorar... Son el camino al cielo. Al final, quien tiene esperanza sabe subirse con Cristo a la Cruz, deseando con todas sus fuerzas el Cielo. Da igual lo que aquí tengamos que pasar. Quien tiene esperanza, sabe aferrarse a Cristo, sin soltarse, hasta llegar al Reino de los Cielos. Incluso en las pruebas y dificultades sabe encontrar la alegría de saberse con Jesús y ésta es la máxima alegría del que tiene esperanza.

"1821 Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” (cf Mt 10, 22; cf Concilio de Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres [...] se salven” (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo:

«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin» (Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)"

Amar a Dios y hacer su voluntad es lo que nos lleva a esperar el Cielo, si perseveramos hasta el final. No importa las veces que caigas, no importa cumplir objetivos, sino luchar todos los días de nuestra vida, esperando que Dios venga a nuestro encuentro. De hecho, la esperanza incluye trabajar por la salvación de todos. Esperamos no sólo llegar nosotros al cielo, sino llevarnos a todos con nosotros a la casa del Padre.


Vemos que la esperanza es:

1. una virtud infundida por Dios;

2. una virtud operativa, porque tenemos fe luchamos todos los días por llegar al cielo, amando a Dios y cumpliendo su voluntad;

3. es confiar en la salvación que Dios nos da por su gracia, no pensar que todo vaya a salir como yo quiero;

4. estar alegre incluso en las pruebas y contradicciones;

5. nace de la fe y nos lleva a la caridad;

6. Virtud apostólica, nos lleva a desear el cielo también para todos.


Preguntas para la catequesis:

1.- ¿Alguna vez me planteo que el fin de nuestra fe es llegar a entrar en comunión con Dios en el cielo?

2.- ¿Vivo con esperanza o me desespero por mi incapacidad, mis pecados....?

3.- ¿Lucho todos los días por vivir en gracia, por beneficiarme de todos estos regalos de la misericordia de Dios? ¿O me centro sólo en mis logros personales, mi trabajo, mis estudios?

4.- ¿Hago apostolado, evangelizo o bien no espero que nadie pueda vivir con Jesús?

5.- ¿Confundo la esperanza con pensar que sólo por ser cristiano todo me va a salir bien en la vida?









martes, 18 de julio de 2023

Catequesis juveniles tercero: LA FE

 

LA FE COMO VIRTUD TEOLOGAL:

Antes de analizar qué es la fe cristiana, teneos que responder a una pregunta anterior: ¿Qué son las virtudes teologales?

Dice el Catecismo:

"1812 Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino.

1813 Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13)."


Las virtudes teologales son hábitos estables, necesitan actos voluntarios habituales para crecer y enraizarse en nuestra naturaleza, pero vienen directamente de Dios. Esto es, son un regalo de Dios, pero que nosotros tenemos que acoger libremente y hacerlas crecer con actos diarios. Estas virtudes teologales son las que nos capacitan para recibir todas las gracias de Dios y animan y fortalecen todas las virtudes morales que podamos alcanzar. Son las que les dan dirección y sentido. La fe, la esperanza y la caridad son las que guían, fortalecen y dan un sentido a todas las virtudes humanas.

Que sean un regalo de Dios no significa que Dios no quiera dar ese regalo a todos, sino que pueden rechazarse. Habitualmente, nos encontramos con gente que dice: "Si a mí me gustaría tener fe, pero Dios no me lo ha regalado". Eso es una terrible mentira. Si alguien quiere tener fe, no tiene que hacer más que buscar la verdad, acercarse a Dios y a la Iglesia. El problema es que muchas personas no están dispuestas a hacer nada, como si Dios tuviera que hacerlo todo, pero nosotros debemos disponernos para recibir la gracia.

Una vez que ya sabemos qué es una virtud teologal podemos estudiar ¿qué es la fe?:

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

"1814 La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. “El justo [...] vivirá por la fe” (Rm 1, 17). La fe viva “actúa por la caridad” (Ga 5, 6).

1815 El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Concilio de Trento: DS 1545). Pero, “la fe sin obras está muerta” (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.

1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos [...] vivan preparados para confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo [...] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33)."


Vamos despacio, por la fe creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y que La Iglesia (que tiene la autoridad de Cristo) propone. Esto es , no sólo creemos que Dios existe, sino que confiamos en Él, en todo lo que nos dice y en que nos cuida. También creemos en lo que la Iglesia propone, como si viniera del mismo Dios.

Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Nadie puede ser obligado a creer, pero si tenemos fe nos entregamos del todo, no sólo una parte o en algún aspecto. Si crees en casi todos los dogmas, no eres cristiano. Para ser cristiano no creemos porque nos parezca razonable (aunque sí es razonable), creemos porque le damos a Dios y a la Iglesia autoridad. De modo que si hay algo de la fe que no estoy de acuerdo, intentaré comprenderlo, pero lo aceptaré en contra de mi inteligencia (equivocada) porque me fío más de Dios que de mí.

Le fe no es sólo conocimiento. La fe sobretodo son obras, es vida. Es vivir conforme a la voluntad de Dios. Vemos que el sentimiento no entra para nada. Podemos tener sentimientos, son muy bonitos, a veces necesarios, pero los sentimientos no son la fe. La fe es una virtud de la voluntad, que pone de rodillas ante Dios a la inteligencia.

La fe se puede perder a raíz de pecar contra ella. Si no nos formamos, si admitimos dudas voluntarias sin tratar de solucionarlas, si voy decidiendo cada vez más cosas sin contar con Dios o no me fío de Él y pongo mi confianza en otras cosas, puedo perder la fe de modo progresivo y sin darme cuenta.

No se trata solamente de creer en unas verdades, si mi fe no mueve mi vida, si la fe no me lleva a tomar decisiones concretas entonces está muerta. La fe me tiene que llevar a la esperanza y a la caridad. se podría decir que es una única virtud: la fe, la esperanza y la caridad. La fe es confiar, porque te fías esperas y porque te fías amas. Obras son amores. Si no voy a Misa, si no rezo, si la fe no me lleva a amar y a perdonar, si ante cualquier ataque no espero que Dios me ayude... ¿Qué fe tengo?

Sólo si vivo en gracia habitualmente y vivo con Cristo y lucho cada día, puedo mantener la fe a largo plazo.

Cuando he dejado de ir a Misa, he abandonado el grupo, he ido rezando menos... ¿A que progresivamente he ido perdiendo la fe? Cuando en verano no he cuidado la fe, ¿verdad que al llegar el nuevo curso estaba mucho más flojo que en el campamento?

Por último, si no tengo ningún afán apostólico, si no quiero difundir la fe entre mis amigos, compañeros y familiares, entonces es que apenas tengo fe. La fe incluye una necesidad de comunicarla, de difundirla, de compartirla. Cuando lo mejor de tu vida es Cristo, quieres dárselo a todos los que amas. Si no quieres compartirlo puede haber 2 problemas: 1) que tu fe sea sólo doctrinal, no te has encontrado con Jesús, ni vives con Él, ni te aporta nada, nada más que exigencias, por eso no consideras que sea necesario hablar de Él; 2) que no te fíes de tus amigos, pienses que no son capaces de convertirse o comprenderte, o que se van a alejar de ti... Entonces el problema es de falta de caridad.


Preguntas para compartir en la catequesis:

1.- ¿Crees que eres más inteligente que la Iglesia?, ¿crees que eres la medida de todo razonamiento y que lo que tú no comprendas no puede ser verdad?

2.- ¿Crees todo lo que dice la Iglesia? ¿Crees todo lo que dice el nuevo Testamento? O piensas que están desactualizados, que no son verdaderamente lo que Dios dice.... ¿Hay algún tema que te cueste ver la verdad de lo que dice la Iglesia? (Suelen ser problemas morales habitualmente).

3.- ¿Agradezco a Dios el don de la fe y lo cuido con actos voluntarios para que crezca y pido más fe a Dios?

4.- ¿Vives conforme a tu fe? ¿O la has convertido en una fe doctrinal que no tiene nada que aportar a tu vida o hay algún aspecto de tu vida que no estés dispuesto a vivir como dice la fe?

5.- ¿Vives con Jesús habitualmente o sólo haces lo que se te dice? ¿Eres consciente de que Dios está contigo, te ama y te habla o vives una fe de mandamientos y exigencias?

6.- ¿Cultivas tu fe o la descuidas?, ¿Cuidas tu trato con Dios? ¿Vas a Misa no sólo los domingos y haces oración diaria?

7.- ¿Te da vergüenza hacer apostolado o crees que tu amigos no van a ser capaces de convertirse, que es inútil? ¿Haces apostolado, evangelizas, invitas a la gente a planes y actividades donde puedan encontrarse con Jesús? ¿Cuentas lo que haces y lo que vives o en tus ambientes nadie sabe lo que Jesús hace contigo?











lunes, 30 de enero de 2023

¿Todo lo que dice el Papa va a Misa?

 Si Dios quiere, volvemos a escribir en este blog. Creo yo, que por las noches puedo volver a dedicar un rato a esta parroquia digital.





En principio, quería dejar claro qué es y qué no es el Magisterio Pontificio.

Podríamos definir cuatro grandes bloques de intervenciones del Papa:

1.- Las dos primeras son de magisterio INFALIBLE Y DEFINITIVO. La primera son todas aquellas enseñanzas que afectan directamente al depósito de la fe: Sagrada Escritura y Sagrada Tradición. Si un Papa intentara corregirlas, incurriría en un error teológico y si fuera contumaz en ese error, entonces sería un hereje y no podría ser Papa, pues ya no sería miembro de la Iglesia. Esto lo enseñaba San Carlos Borromeo. Ejemplos de estas verdades son: el dogma de la Santísima Trinidad, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que Cristo es Dios, que la práctica de la homosexualidad sea pecado, que el matrimonio es para toda la vida entre un hombre y una mujer... Todo lo que se contiene en el depósito de la fe. Son DOGMAS.

2.- El segundo tipo de enseñanza pontificia, no tienen por qué ser dogmas, pero sí son enseñanzas definitivas y también son infalibles. Son verdades que aunque directamente no se sacan del depósito de la fe, si se coligen indirectamente o sirven para proteger las primeras. Ejemplos de estas verdades son: que la materia para confeccionar la Eucaristía es el vino natural de uva y el pan de trigo; que las mujeres no pueden ser ordenadas como sacerdotes u obispos. Son verdades que la Iglesia ha creído desde tiempo multisecular. Como las primeras, no importa en qué documento aparezcan, también podrían dictarse en una homilía (aunque por seguridad jurídica suelen cerrarse estos temas por escrito), pero no necesariamente tiene que ser en una constitución dogmática o en una encíclica. Lo importante es que en estos dos primeros tipos de enseñanzas, el Papa indica claramente que quiere que su enseñanza quede recogida como definitiva y que sea creída por toda la Iglesia Universal.


Estos dos rangos de verdades han de ser aceptadas, acatadas y creídas para ser miembro de la Iglesia Católica. Si alguien las cuestiona en público, debe retractarse o ser tenido por hereje y expulsado de la Iglesia.


3.- Lo que se llamaría el magisterio ordinario. No es definitivo y no es infalible. El Santo Padre sí tiene que tener la intención de ser obedecido por toda la Iglesia, aunque este magisterio puede estar equivocado. El papa se puede equivocar y aun así hay que obedecerle, pero tiene que querer obligar a esa obediencia. Un fiel cristiano no debe enseñar en  público en contra de este magisterio y debe acatar por la obediencia de la fe, aunque sí que es posible tratar de corregir al Papa, si uno en conciencia cree que está equivocado. Ejemplos de este magisterio es la insistencia del Papa por la ecología o que prediquemos homilías bien preparadas y que no pasen de 10 minutos.


4.- Por último, cuando el Papa habla a un determinado grupo o predica una homilía de diario, o escribe un libro, concede una entrevista o se enfrenta con los periodistas en un avión.... Cuando realmente da su opinión personal ante determinados temas, pero no quiere declarar algo de obediencia para toda la Iglesia, en ese momento, si te ayuda lo que dice, siempre y cuando no contradiga el magisterio anterior, pues muy bien, si no te ayuda, no te preocupes, no todo lo que dice el Papa exige acatamiento de la fe. Habitualmente, es muy raro que los Papas hablen "ex catedra", habitualmente tenemos magisterio de este tercer o cuarto grado.

Por último quería contaros un secreto: hace falta muy buena formación para no meter la pata nunca y cuanto más hablamos sin prepararnos más veces podemos cometer errores doctrinales. Así que una cuestión de prudencia es rezar por el Papa, para que sólo hable cuando se haya preparado el discurso, así no meterá tanto la pata doctrinalmente.