Siento mucho los retrasos, actualizaré el blog de vez en cuando, pero tened paciencia, please:



La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

jueves, 29 de noviembre de 2012

El mejor apostolado: ¡Traédmelo aquí!

Del santo Evangelio según Marcos 9,14-29:

 Al llegar junto a los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él.» Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.»

 El otro día, orando me encontré con este texto y me llamó poderosísimamente la atención. Jesús se ha ausentado unos días y los apóstoles; cenizos ellos; no han sabido mantener la fe, han dudado y no han podido realizar el milagro.

Ver a Jesús en su cansancio, en su hastío, me llena de esperanza. Es cierto que no hago más que defraudarle, pero aunque se queje siempre se queda a mi lado, no me repudia, no me rechaza, no se harta definitivamente de mí sino que se sobrepone y su amor triunfa por encima de mis negligencias y, al final, hace Él mismo el milagro que yo no he sido capaz de arrancar a Dios.

Esa frase que he subrayado me tuvo durante toda la oración centrado en ella. No pensaba, simplemente me asombraba porque me daba cuenta de que éste es el secreto de todo apostolado. Yo no tengo que salvar a nadie, no tengo por qué solucionar los graves problemas de todo el mundo. Muchas veces, nisiquiera tendré que saber responder a las quejas, llantos y gritos de los que padecen injustamente.

Basta que sepa llevarles a Jesús, que se los traiga. Dice el evangelio que tras el mandato del Señor "...se lo trajeron." Esto es una maravilla. Quizás no tenga poder para hacer nada, ni para llevar sobre mis hombros el dolor de nadie. Me basta acercar a Jesús a cualquiera. Yo no soy Cristo, no soy el Salvador de nadie. Sólo soy el que le trae a todo el mundo. Mi papel es acercar a cada persona a Jesús. Poner, suscitar, procurar las condiciones necesarias para que pueda darse un encuentro con Cristo y luego debo retirarme y dejar que Jesús haga el resto. Yo no voy a conseguir que nadie se convierta. De eso se tiene que encargar Él. Lo mío es conseguir que se den las circunstancias favorables a un encuentro y asegurarme de que la persona responda con sinceridad, que realmente ponga en juego su libertad. Que no se esconda tras el manido "hay gente que cree, yo no creo, no se por qué". Diciendo eso se ponen fuera de la posibilidad de la conversión. Es necesario empujarles a desear. Que puedan llegar a decir: "Ojalá tuviera fe", llevarles de la mano para que la pidan y luego acercarles a Jesús y que Él haga el milagro.

Eso es mi modo de evangelizar, eso es mi sistema apostólico y creo que ésa es mi misión como apóstol de Cristo. No obsesionarme con cómo convencerles, sino invitarles a una posibilidad real. No imponerles por la fuerza de mis argumentos, sino seducirles... ¿No te gustaría...?

Un abrazo

martes, 27 de noviembre de 2012

La labor del catequista

¡Son los héroes de la Iglesia actualmente!

Son los ejércitos llenos de esperanza que batallan cada día por salvar a unos niños que no tienen la culpa de no tener fe. Son la razón de mi perseverancia en las catequesis. Son los que me hacen ver que es posible evangelizar a una generación saltando por encima de sus padres...

Todos los días de catequesis, en mi parroquia, tenemos encuentros con los catequistas por niveles. Os voy a contar un caso. Acabo de estar con una catequista -da catequesis a chavales que están en el segundo curso, harán la comunión el próximo año- que sólo un chaval de su grupo va a Misa. Todo su afán es conseguir que estos niños puedan ver a Jesús en sus vidas. Es algo impresionante ver su esfuerzo y cómo reza por ellos.

Estamos en el Año de la Fe. Realmente, las catequesis deberían darse sólo a niños que ya estén evangelizados, pero de hecho la inmensa mayoría vienen sin la menor experiencia de fe porque sus padres se la han negado. Son padres que no rezan con sus hijos, que no van a Misa y que encima se ríen de las verdades de la fe y les dicen a sus hijos: "Son chorradas de los curas y de cuatro beatorras".

De las entrañas de Torquemada que llevo dentro me dan ganas de echarlos a palos de la parroquia y que se metan a sus hijos por... Eso es lo que le sale al animal que llevo en mí. Luego rezas, hablas con los catequistas y te das cuenta de que las catequesis ya no pueden ser una enseñanza para los que se han convertido y piden los sacramentos. Realmente, las catequesis son una gran oportunidad de conversión para los niños y para sus padres.

De vez en cuando, observas cómo un chaval consigue a rrastrar a sus padres a Misa un Domingo, incluso un par de familias siguen viniendo a Misa porque le han encontrado el sentido a lo largo de las catequesis. No habo de las familias que viven su fe maravillosamente, sino de auténticos fenómenos de conversión. Tenemos dos alternativas: vivir de fe y considerar que eso es posible y entonces alentarlo o pasar porque para dos casos no me compensa y dejarlo todo con cierta desgana. Cumplir nuestra tarea sin que nos duela o crucificarnos por estos chavales y por los [...] de sus padres, dnado a Dios la posibilidad de entrar en sus vidas.

Entonces, ¿qué hacer? Pues mira, yo me estoy planteando seriamente cambiar el sistema de catequesis. Sí, seguir usando los temas del obispado -para eso el obispo es el responsable último de la catequesis y puede mandar usar unos materiales en vez de otros... (bla, bla, bla, bla...)-. Usaremos lo que tengamos que usar, pero ya no me importa tanto que los chavales se sepan las cosas... Creo que cada vez es más importante tocar el corazón, usar los sentimientos y enseñarles una experiencia sensible de Dios. Es lo único que puede llamarles la atención. Ya no se trata de enseñarles. ¿Qué puedes enseñar a alguien que no siente interés alguno? Se trata de seducirles.

Dios mío, bendice a los catequistas de todas las parroquias y especialmente a los míos. Seducir no sólo a los niños, sino a sus padres y si para eso tenemos que hacer el payaso, lo haremos. Y si la homilía te tienes que disfrazar -que tanto han criticado a Lezama por eso...- te disfrazas. Si así conseguimos que un niño disfrute de la catequesis y sus padres lo traigan con alegría... ¡Bendito sea Dios!

La labor actual del catequista no es tanto enseñar como seducir y mostrar a los niños y a sus padres la maravilla que es vivir con Jesús. Evangelizar. Ojalá pudiéramos formar, pero si hay que elegir, prefiero evangelizar.

Un abrazo

viernes, 23 de noviembre de 2012

Un joven diciendo lo que quiere de los curas




Palabras del joven catequista que sorprendió a los obispos en el Sínodo.

En la Congregación XVII, intervino el benjamín del Sínodo, un joven catequista de la diócesis de Roma llamado Tommaso Spinelli, de tan sólo 23 años e invitado como oyente a este Sínodo. La cuestión es que este joven inyectó un poco de savia en la asamblea, cautivando a todos los presentes con un testimonio atrevido, directo y sencillo que arrancó la ovación más grande del Sínodo.

Aquí sus palabras:

"Mi reflexión quiere ser simplemente una ayuda para entender qué espera un joven de la nueva evangelización.
Vosotros sacerdotes (dirigiéndose a los obispos) habéis hablado sobre el papel de los laicos, yo que soy laico, quiero hablar a ustedes del papel de los sacerdotes. (risas)
Nosotros los jóvenes tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de vosotros, sacerdotes, de quien nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, vuestro papel es todavía más importante para nosotros. Vosotros nos testimoniáis la fidelidad a una vocación, nos enseñáis la solidez en la vida y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.

Mi experiencia testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado la comunidad, en poco tiempo florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble.
Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que interpretan "dedicarse a los jóvenes" con "travestirse de joven", o peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, que en el intento de hacerse originales, se convierten en insignificantes.

Os pido el coraje de ser vosotros mismos. No temáis, porque allí donde seáis auténticamente sacerdotes, allí donde propongáis sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengáis miedo de enseñarnos a rezar... nosotros los jóvenes os seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna". Nosotros tenemos hambre de lo eterno, de lo verdadero.

Por tanto, propongo:

1) Aumentar la formación, no sólo espiritual, sino también cultural, de los sacerdotes. Con demasiada frecuencia vemos a sacerdotes que han perdido el papel de maestros de cultura que les hacía importantes para toda la sociedad. Hoy, si queremos ser creíbles y útiles, debemos volver a tener buenas herramientas culturales.

2) Redescubrir el Catecismo de la Iglesia Católica en su carácter conciliar: en concreto la primera parte de cada sección, donde los documentos del Concilio iluminan los temas tradicionales. De hecho, el Catecismo pone con sabiduría como premisa a la explicación del Credo una parte inspirada en la Dei Verbum, en la que se explica la visión personalista de la revelación; a los sacramentos, la Sacrosantum Concilium, y a los mandamientos, la Lumen Gentium, que muestra al hombre creado a imagen de Dios. La primera parte de cada sección del Catecismo es fundamental para que el hombre de hoy sienta la fe como algo que le afecta de cerca y sea capaz de dar respuestas a sus preguntas más profundas.

3) Por último, la liturgia se olvida y se desacraliza con demasiada frecuencia: hay que volver a ponerla con dignidad en el centro de la comunidad parroquial.

Concluyo con las palabras que dieron inicio al nacimiento de la Europa Medieval: "Nosotros os queremos, dad prueba de vuestra santidad, del lenguaje correcto y de vuestra instrucción; de tal modo que cualquiera que vaya a vosotros se edifique con vuestro testimonio de vida y vuestra sabiduría (...) y regrese alegre dando gracias al Señor omnipotente." (De la carta Letteris Colendis de Carlo Magno al monasterio de Fulda, año 780).

Gracias. (Gran aplauso).

Catequesis de los domingos: Sobre el adviento...

Aquí os envío un enlace sobre la catequesis de Adviento y es además el material del retiro de este mes.

Material de Acción Católica para preparar el Adviento 2012

Si hay quien trabaja bien, ¿para qué voy a trabajar yo? Je, je...

Las consecuencias de nuestros actos

Lo que "a priori" uno ve que tiene todo su sentido, estudiando las cosas más despacio podemos entender que es un gran error.

Hay veces que antes de decidir qué debemos hacer nos ponemos a considerar las consecuencias de nuestros actos. Esto que podría ser una buena política práctica, en la Iglesia se convierte en hacerle la cama a Dios y acostarse con el Diablo.

Me explico: en otros tiempos en la Iglesia nos hemos equivocado de cabo a rabo, cuando cerraron las misiones que protegían a los indios de sudamérica de los esclavistas portugueses (ver la película de "La Misión") o cuando se consideró más prudente echar tierra al asunto de los curas pederastas o cunado los obispos austriacos doraron la píldora a Hitler... Tantas veces que por miedo a las represalias no hemos hecho lo justo, sino lo conveniente.

Ésta es una antigua tentación. Nos puede pasar a menor escala. Por presiones de los padres echar a un catequista que realmente lo hace bien... Cada uno tendrá su caso.

Dice el Catecismo  de la Iglesia Católica:

"1754 Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias, son los elementos secundarios de un acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la malicia moral de los actos humanos (por ejemplo, la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte). Las circunstancias no pueden de suyo modificar la calidad moral de los actos; no pueden hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala.

1755 El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Una finalidad mala corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres).
El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos —como la fornicación— que siempre es un error elegirlos, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral.
1756 Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien."


En definitiva, cada uno de nosotros tenemos que hacer lo que sea justo y adecuado, al margen de las consecuencias que pueda acarrear. Muchas veces, actuamos injustamente por esta misma razón. Si un obispo tiene que defender a un sacerdote aunque los ricos de su diócesis se le echen encima y acaben provocando escándalos, pues tendrá que defender al sacerdote aunque le vaya la vida en ello y si tiene que reprender a un sacerdote, aunque todos los políticos se le echen encima, deberá reprenderle.

Dios mío, que nunca actuemos atendiendo a las consecuencias de nuestros actos, que siempre busquemos tu Voluntad aunque no sepamos medir jamás las consecuencias. Que nos fiemos de Ti y sólo de Ti. Muchas veces el pueblo de Israel pactó con los paganos haciendo lo que Dios reprueba por buscar las consecuencias más propicias, pensando ser inteligentes... Eso les llevó a la ruina. Que nosotros nunca pactemos, Señor. ¡¡ Siempre fieles !!

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ejercicios Espirituales

Del 26 al 28 de abril nos vamos a hacer unos Ejercicios Espirituales. Me han pedido que este año los lleve yo, así que intentaremos hacerlo lo mejor posible.

Vamos a retirarnos a la casa que tienen las agustinas recoletas en Becerril de la Sierra. Son 43 habitaciones. Creo que se come muy bien, esencial para poder rezar con cierto grado de satisfacción. Je, je...

Estamos pergeñando ya los temas y vamos a ir de la mano del evangelio. Creo yo, que lo mejor en unos ejercicios espirituales es que nos hagan encontrarnos con Jesús y Él nos lleve hasta el Padre. Todo lo demás es relativo.

Como novedad, este año vamos a introducir al final de cada meditación, un testimonio relativo a lo que estemos contemplando. Creo yo, que es un aporte bueno de frescura. ¿Cómo se puede vivir hoy esto mismo que hemos visto en el Señor? Esto no sustituirá a la propia contemplación, ni a los puntos de oración que siempre se ofrecen en unos Ejercicios.

Espero que todos los que vengan a retirarse con nosotros puedan disfrutar de unos ejercicios que ya hemos comenzado a preparar.

Un abrazo

martes, 20 de noviembre de 2012

Pues ya podemos comenzar a respirar...

Después de una temporada de auténtico "stresssssss...." comenzando grupos y actividades en la parroquia, por fin podemos descansar (sí, ¡ya...!). Creo yo que ya tenemos todos los grupos necesarios para que todo el mundo que quiera pueda vivir su fe completa en la parroquia.

Tenemos un grupo de matrimonios, otros grupos para personas separadas, el Aula de Teología, bastantes grupos de formación y de oración de jóvenes. Además de las catequesis de iniciación tenemos también un grupo de formación en virtudes, oració y juegos para niños de 6 a 13 años. Un grupo de Acción Católica recién fundado para adolescentes entre 14 y 16 años... Retiros mensuales, tandas de ejercicios espirituales y por fin, ha costado, pero lo hemos conseguido: un grupo de voluntarios que echan una mano en la casa de las sisters (Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa) en Vallecas. Estamos intentando que todos los sábados haya un grupito de personas que echen una mano (cada grupo, una vez al mes).

Así que tenemos grupos de formación, oración y amistad y encima ahora ya viviendo la caridad... Ya no hay por qué innovar más, sino cuidar cada grupo y a cada persona. ¡Gracias a Dios! Que parece que todo va cubriéndose.

Hemos cerrado la primera etapa, ahora abrimos la segunda, fortalecer lo que ya hay y cuidar a cada uno.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Os remito a una entrada de hace dos años...

Lo que yo ví cuando fuí a Santo Domingo


Y más de Santo Domingo

Un libro explica la situación de esclavitud en la que se ven inmersos millones de dominicanos en su propia patria

Más de Santo Domingo

El P. Christopher acusa a determinadas familias de la injusticia social en la República Dominicana

Sobre la República Dominicana

En defensa del P. Christopher Hartley

Querer convertir un problema de flagrante injusticia social y laboral, en una cuestión de antidominicanismo, como parecen pretender con sus declaraciones algunas autoridades civiles y eclesiásticas, no es más que un despropósito, que con la excusa ultranacionalista y patriotera –que no, patriótica–, busca desviar la atención del centro del problema.
28/04/12 8:02 AM | Imprimir | Enviar
Antonio Diufaín Antonio Diufaín
Sacerdote
Ante las declaraciones del Cardenal de Santo Domingo aparecidas en infoCatólica: “El cardenal López Rodríguez arremete contra un sacerdote que denuncia a las azucareras”
Soy el P. Antonio Diufaín Mora, sacerdote  y misionero de la Diócesis de Cádiz y Ceuta (España), compañero del P. Christopher Hartley y expulsado junto con él en septiembre de 2006, después de más de 11 años de misión (los mejores de mi vida sacerdotal), por el obispo de la Diócesis de San Pedro de Macorís, de la República Dominicana.
Actualmente llevo casi cinco años de misionero en la Prelatura de Moyobamba, en la selva peruana.
Mi antigua parroquia en el este de la República Dominicana –San Antonio de Padua, de El Puerto– era vecina de la del P. Hartley (San José, de Los Llanos), ambas con gran número de bateyes del Estado (CEA) y de empresas privadas (Viccini y otros) en sus territorios.
En mis casi veinticinco años de sacerdote y diecisiete de misionero, he podido conocer diversos países de Europa, América, África y Oriente Próximo, y en ningún lugar he visto la miseria dramática y las dolorosas injusticias que se ven en los bateyes de la Región Este de la República Dominicana.
Las denuncias realizadas, y no solamente por el P. Christopher Hartley, contra la industria azucarera dominicana, por las graves injusticias cometidas contra sus trabajadores, ni son una “campaña contra” nadie, ni buscan “desacreditar a un país” ante los foros internacionales, ni quieren decir que se “dirijan ataques” a la República Dominicana, ni son contra “los dominicanos”, ni son parte de “un plan secreto para la unificación de la isla”, ni pretende cargar a la República Dominicana con la solución de los problemas del vecino Haití; sino que, simplemente, son la denuncia de las graves injusticias laborales y sociales cometidas durante muchos años por las empresas cañeras (públicas y privadas) y amparadas por las autoridades del país, contra sus propios trabajadores, haitianos y dominicanos. Porque estas injusticias también afectan a una gran cantidad de dominicanos trabajadores de los ingenios azucareros y moradores de los bateyes. Ésta y no otra es la cuestión.
La gravedad de las injusticias cometidas y la responsabilidad de subsanarlas no queda compensada ni disminuida por la gran labor de ayuda del Gobierno y del noble y querido pueblo dominicano al vecino país de Haití.
Querer convertir un problema de flagrante injusticia social y laboral, en una cuestión de antidominicanismo, como parecen pretender con sus declaraciones algunas autoridades civiles y eclesiásticas, no es más que un despropósito, que con la excusa ultranacionalista y patriotera –que no, patriótica–, busca desviar la atención del centro del problema.
Y el problema es que hay grandes intereses personales y económicos en juego, baste saber como ejemplo que el mencionado Ministro de Asuntos Exteriores de la República Dominicana es uno de los grandes accionistas de una de las mayores azucareras del Este.
De todos modos, que un ministro del Gobierno, sin escrúpulos y con intereses personales en el asunto, defienda a las azucareras y ataque al P. Christopher, se puede entender fácilmente. Lo que me resulta imposible de entender, y me parece que a muchísimos dominicanos tampoco, es la reacción del Sr. Cardenal de Santo Domingo. Duele mucho leer sus declaraciones, aparecidas en distintos medios, en las que, en lugar de reclamar el fin de las injusticias cometidas en su país contra sus feligreses, defiende a las empresas que las cometen y a las autoridades que las amparan, descalificando públicamente al sacerdote que las denuncia. Aquí si que no se entiende ni el motivo ni la finalidad de sus palabras. Ésta si que no parece una actuación muy digna de un sacerdote, aunque sea Cardenal, con todo respeto, eminencia.
Dios bendiga y la Virgen de Altagracia ampare al querido pueblo dominicano.
P. Antonio Diufaín Mora

Catequesis de los domingos: La justicia




La virtud de la justicia:


Después de estudiar la prudencia y la fortaleza, la tercera virtud que nos ocupa es la justicia. Dicen los juristas que la justicia es dar a cada lo suyo. Esto no significa dar a todos lo mismo, como postulan los comunistas, sino dar a cada uno lo que le corresponde.

Imaginaos que decidimos ir a la JMJ y para conseguir costearlo nos ponemos de acuerdo en vender jabones. Al cabo de unos meses, uno ha vendido 2000 jabones porque ha llamado a todos los padres de la catequesis, se los ha vendido a sus familiares y amigos y al final ha ido casa por casa vendiendo. Mientras tanto, otro del grupo ha vendido 5 jabones, uno para cada miembro de su familia directa (padres y hermanos). ¿Sería justo repartir el producto de las ventas a partes iguales? De ninguna manera.

Imaginaos un segundo caso. Uno de nosotros tiene un padre que es directivo de la empresa y decide su padre regalar a cada cliente un jabón y nos compra 5000 jabones. Mientras que otro sólo ha conseguido vender 200, pero luchando contra viento y marea y participando en todas las mesas que hemos puesto en la parroquia para venderlos. En este caso, sí sería justo repartirlo a partes iguales, ¿no os parece?

En otro orden de cosas, nadie es igual que los demás, cada uno necesitamos cosas y atenciones diferentes. Una madre, aunque quiera a sus hijos por igual, no puede dedicar el mismo tiempo y energías a todos por igual. Siempre hay algún hijo que necesita más que los demás.

Si os dais cuenta, para vivir la virtud de la justicia necesitamos antes de la virtud de la prudencia para saber discernir cuáles son las necesidades reales de cada persona. Y también necesitamos la virtud de la fortaleza para poder enfrentarnos a todas las situaciones de injusticia que nos van a tentar.

Vamos a dar un paso más. La sociedad hoy anhela la justicia, pero se queda allí. Los cristianos damos un paso más. Nuestra pretensión, lo que Dios quiere de nosotros no es que seamos justos, sino que vivamos la caridad. ¿Qué supone o qué añade este paso más? Una vez que hemos conquistado la justicia, Dios nos pide un punto más. No se trata sólo de dar a cada uno lo suyo, sino que una vez que yo ya tengo lo que en justicia me corresponde, el Señor me lo pide todo. ¿Hasta dónde estoy dispuesto a sufrir por amor? ¿Cuánto de lo mío estoy dispuesto a dar a los demás? Ya sé que no les corresponde, me corresponde sólo a mí, pero por amor estoy dispuesto a compartir de lo mío.

Pensad en que hay persona que se han enriquecido a costa de la injusticia social. Cuando dan limosnas, ¿eso es caridad? ¿Puede haber una caridad injusta? ¿No sería mejor que dejaran de robar a sus empleados o de timar a sus clientes, en vez de hacer “caridades” con un dinero que no es suyo?

Si estudiamos con detenimiento estas cuestiones nos daremos cuenta de que no se puede vivir la caridad desde la injusticia. Primero es ser justos y luego viviremos la caridad. De otro modo podemos decirlo: cuando das limosnas de lo que te sobra eso es hacer justicia, no caridad. Decía San Juan Crisóstomo que lo que nos sobra les corresponde a los pobres. No somos caritativos por dárselo, sino que estamos devolviendo un bien que no nos pertenece. Dicho de otro modo, dar limosna de lo que te sobra no es mérito para tu salvación. Si no das lo que te sobra, directamente te condenas. Una vez que ya tienes lo necesario para vivir, entonces puedes plantearte la posibilidad de dar más por amor.

Algunos objetarán diciendo que es el fruto de mi trabajo. Que tengo derecho a beneficiarme de trabajar más que otros. Pues bien, muchas veces, un exceso de trabajo es también una injusticia porque el tiempo que empleas en trabajar más de lo necesario se lo estás robando a la familia. El tiempo es oro. La justicia no se puede valorar sólo en bienes materiales. Los hijos tienen derecho a la atención de sus padres y los padres tienen derecho a pasar tiempo juntos y con sus hijos.

Si la catequesis es para chavales planteadles la posibilidad de estar pecando contra la justicia cuando todo el tiempo libre del que disponen lo emplean en sí mismos. Sus hermanos y sus padres tienen derecho a verles y estar tiempo con ellos.

Hay veces que estamos de mal humor sin saber muy bien por qué, pero desde luego los padres y los hermanos no tienen la culpa de nuestros estados ciclotímicos (hoy arriba, soy el rey del mambo; mañana abajo soy el ser más deprimido que existe). Sería una profunda injusticia hacérselo pagar a ellos.

Otras veces,  exigimos a los demás más de lo que son capaces de dar. Nos enfada estar rodeados de seres imperfectos y de que el mundo sea imperfecto y si no son capaces de ser “como nosotros” super-estupendos se lo hacemos pagar con el látigo de nuestra indiferencia.

Hay otro punto sobre la justicia que es necesario recordar. Una de las mayores injusticias es no desarrollar todas las capacidades que uno tiene. Uno de los temas más importantes de la justicia es el bien común. Desde que vivimos en sociedad no podemos atender únicamente a nuestras necesidades, sino que los demás dependen de nosotros. Si yo puedo llegar a desarrollar mis capacidades hasta el punto de poder servir a los demás, no sería justo que me conformara con ser una buena persona. Los demás tienen derecho a que yo llegue a ser mi mejor versión. Esto adquiere una importancia mayor cuando alguien ha invertido algo en otra persona. Imaginaos que alguien se fía de mí y me da 1.000.000 de euros para que lo invierta. Si soy negligente y no hago lo que se me pide, sería un tío la mar de injusto. Pues pensad que vuestras familias y España entera con los impuestos ha invertido en vosotros muchos miles de euros para vuestra formación. De modo que si no estudiáis no sólo pecáis de pereza, sino de injusticia porque estáis tirando mucho dinero a la basura. Dinero que podrían haber invertido en formar mejor a los que sí estudian.

Otra dimensión de la justicia es respecto a Dios. Dar a Dios lo que le corresponde es la llamada virtud de la religión. Si Dios es Dios y yo soy una criatura, toda mi vida y existencia se la debo a Él. Podría ser su esclavo y sin embargo ni siquiera ha querido que sea su amigo. Él me ha constituido en su heredero. ¡Soy Hijo de Dios! TODO LO QUE SOY, TODO LO QUE TENGO, SE LO DEBO A DIOS.

Preguntas:
-          ¿Das lo que te sobra a quienes lo necesitan?
-          ¿Dedicas tiempo a la familia, al menos en proporción con el que dedicas a los amigos o a ti mismo?
-          ¿Tienes más cosas de las que necesitas?
-          ¿Buscas satisfacer tus caprichos?
-          ¿Dedicas tiempo a ayudar a alguien a visitar ancianos o enfermos que tienen derecho a tu tiempo?
-          ¿Te dejas llevar por tus estados de ánimo y cuando estás enfadado se lo demuestras a todo el mundo sin que tengan la culpa de que seas insoportable?
-          ¿Eres justo con tus padres, con tus hermanos…?
-          ¿Estudias, rindes con diligencia las capacidades naturales que Dios te ha dado y lo que tu familia y tu patria han invertido en ti o dilapidas todo con tu pereza y pusilanimildad?
-          ¿Eres justo con Dios, le dedicas el tiempo necesario: Misa, confesión, oración, formación?
-          ¿Das gracias a Dios y te das cuenta de que dependes de Él?

Cuento del príncipe Lapio:

Había una vez un príncipe que era muy injusto. Aunque parecía un perfecto príncipe, guapo, valiente e inteligente, daba la impresión de que al príncipe Lapio nunca le hubieran explicado en qué consistía la justicia. Si dos personas llegaban discutiendo por algo para que él lo solucionara, le daba la razón a quien le pareciera más simpático, o a quien fuera más guapo, o a quien tuviera una espada más chula. Cansado de todo aquello, su padre el rey decidió llamar a un sabio para que le enseñara a ser justo.
- Llévatelo, mi sabio amigo -dijo el rey- y que no vuelva hasta que esté preparado para ser un rey justo.
El sabio entonces partió con el príncipe en barco, pero sufrieron un naufragio y acabaron los dos solos en una isla desierta, sin agua ni comida. Los primeros días, el príncipe Lapio, gran cazador, consiguió pescar algunos peces. Cuando el anciano sabio le pidió compartirlos, el joven se negó. Pero algunos días después, la pesca del príncipe empezó a escasear, mientras que el sabio conseguía cazar aves casi todos los días. Y al igual que había hecho el príncipe, no los compartió, e incluso empezó a acumularlos, mientras Lapio estaba cada vez más y más delgado, hasta que finalmente, suplicó y lloró al sabio para que compartiera con él la comida y le salvara de morir de hambre.
- Sólo los compartiré contigo-dijo el sabio- si me muestras qué lección has aprendido
Y el príncipe Lapio, que había aprendido lo que el sabio le quería enseñar, dijo:
- La justicia consiste en compartir lo que tenemos entre todos por igual.
Entonces el sabio le felicitó y compartió su comida, y esa misma tarde, un barco les recogió de la isla. En su viaje de vuelta, pararon junto a una montaña, donde un hombre le reconoció como un príncipe, y le dijo.
- Soy Maxi, jefe de los maxiatos. Por favor, ayudadnos, pues tenemos un problema con nuestro pueblo vecino, los miniatos . Ambos compartimos la carne y las verduras, y siempre discutimos cómo repartirlas.
- Muy fácil,- respondió el príncipe Lapio- Contad cuantos sois en total y repartid la comida en porciones iguales. - dijo, haciendo uso de lo aprendido junto al sabio.
Cuando el príncipe dijo aquello se oyeron miles de gritos de júbilo procedentes de la montaña, al tiempo que apareció un grupo de hombres enfadadísimos, que liderados por el que había hecho la pregunta, se abalanzaron sobre el príncipe y le hicieron prisionero. El príncipe Lapio no entendía nada, hasta que le encerraron en una celda y le dijeron:
- Habéis intentado matar a nuestro pueblo. Si no resolvéis el problema mañana al amanecer, quedaréis encerrado para siempre.
Y es que resultaba que los Miniatos eran diminutos y numerosísimos, mientras que los Maxiatos eran enormes, pero muy pocos. Así que la solución que había propuesto el príncipe mataría de hambre a los Maxiatos, a quienes tocarían porciones diminutas.
El príncipe comprendió la situación, y pasó toda la noche pensando. A la mañana siguiente, cuando le preguntaron, dijo:
- No hagáis partes iguales; repartid la comida en función de lo que coma cada uno. Que todos den el mismo número de bocados, así comerán en función de su tamaño.
Tanto los maxiatos como los miniatos quedaron encantados con aquella solución, y tras hacer una gran fiesta y llenarles de oro y regalos, dejaron marchar al príncipe Lapio y al sabio. Mientras andaban, el príncipe comentó:
- He aprendido algo nuevo: no es justo dar lo mismo a todos; lo justo es repartir, pero teniendo en cuenta las diferentes necesidades de cada uno. .
Y el sabio sonrió satisfecho. Cerca ya de llegar a palacio, pararon en una pequeña aldea. Un hombre de aspecto muy pobre les recibió y se encargó de atenderles en todo, mientras otro de aspecto igualmente pobre, llamaba la atención tirándose por el suelo para pedir limosna, y un tercero, con apariencia de ser muy rico, enviaba a dos de sus sirvientes para que les atendieran en lo que necesitaran. Tan a gusto estuvo el príncipe allí, que al marchar decidió regalarles todo el oro que le habían entregado los agradecidos maxiatos. Al oirlo, corrieron junto al príncipe el hombre pobre, el mendigo alborotador y el rico, cada uno reclamando su parte.
- ¿cómo las repartirás? - preguntó el sabio - los tres son diferentes, y parece que de ellos quien más oro gasta es el hombre rico...
El príncipe dudó. Era claro lo que decía el sabio: el hombre rico tenía que mantener a sus sirvientes, era quien más oro gastaba, y quien mejor les había atendido. Pero el príncipe empezaba a desarrollar el sentido de la justicia, y había algo que le decía que su anterior conclusión sobre lo que era justo no era completa.
Finalmente, el príncipe tomó las monedas e hizo tres montones: uno muy grande, otro mediano, y el último más pequeño, y se los entregó por ese orden al hombre pobre, al rico, y al mendigo. Y despidiéndose, marchó con el sabio camino de palacio. Caminaron en silencio, y al acabar el viaje, junto a la puerta principal, el sabio preguntó:
- Dime, joven príncipe ¿qué es entonces para ti la justicia?
- Para mí, ser justo es repartir las cosas, teniendo en cuenta las necesidades, pero también los méritos de cada uno.
- ¿por eso le diste el montón más pequeño al mendigo alborotador?- preguntó el sabio satisfecho.
- Por eso fue. El montón grande se lo dí al pobre hombre que tan bien nos sirvió: en él se daban a un mismo tiempo la necesidad y el mérito, pues siendo pobre se esforzó en tratarnos bien. El mediano fue para el hombre rico, puesto que aunque nos atendió de maravilla, realmente no tenía gran necesidad. Y el pequeño fue para el mendigo alborotador porque no hizo nada digno de ser recompensado, pero por su gran necesidad, también era justo que tuviera algo para poder vivir.- terminó de explicar el príncipe.
- Creo que llegarás a ser un gran rey, príncipe Lapio concluyó el anciano sabio, dándole un abrazo.
Y no se equivocó. Desde aquel momento el príncipe se hizo famoso en todo el reino por su justicia y sabiduría, y todos celebraron su subida al trono algunos años después. Y así fue como el rey Lapio llegó a ser recordado como el mejor gobernante que nunca tuvo aquel reino.

martes, 6 de noviembre de 2012

Catequesis de los domingos: Prudencia



La virtud de la prudencia:

Prudencia es un hábito del entendimiento práctico que dirige nuestro juicio (es un acto voluntario) para discernir e imperar en cada uno de nuestros actos lo que es bueno y que debe hacerse porque nos conduce a nuestro último fin.
La prudencia, pues, aplica la ley general (moral) a cada uno de los actos concretos. Llega incluso a descubrir lo que Dios quiere de cada uno en cada momento de su vida. Es un conocimiento práctico y una decisión imperativa. Es el precepto del momento bien entendido: la relación de la ley con el "aquí y ahora”.

Prudente no es, -como frecuentemente se cree-, el que sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
De este modo la prudencia viene a ser la clave para la realización de la tarea fundamental que cada uno de nosotros ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno de nosotros su humanidad. Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola como se debe.

Si pensamos un poco nos daremos cuenta de que la prudencia es de todas las virtudes cardinales (prudencia, fortaleza, templanza y justicia) la más importante. Sin esta virtud nunca conseguiríamos enfocar nuestros actos hacia la salvación.

Se trata de reconocer que la prudencia no es la supuesta virtud de los cobardes que presas del miedo a equivocarse deciden no hacer nada hasta que ya es demasiado tarde. Para ejercer esta virtud es necesaria una gran capacidad de acción y mucha iniciativa. Realmente, esta virtud consiste en conocer adecuadamente la realidad que nos rodea, tener muy claro cuál es el objetivo que pretendemos y elegir los medios adecuados para la consecución de este fin que buscamos.

Hace unos años retransmitían un anuncio de neumáticos Pirelli. El anuncio en cuestión mostraba un neumático rodando por una carretera empapada y una frase decía: “Porque la potencia sin control no sirve de nada”.

Sócrates decía que la prudencia sería el auriga (conductor del carro) que dirige el vigor de las otras tres virtudes cardinales (que serían los caballos).

Mucha gente no se plantea ningún proyecto en su vida. Simplemente, viven tratando de responder del mejor modo a cada acontecimiento que surge, apagando fuegos constantemente, sin establecer una hoja de ruta para llegar a ningún sitio. Viven, tratan de ser buenos y mueren como han vivido, sin saber dónde van.

Una persona prudente es la que sabe muy bien dónde quiere llegar y pone todos los medios necesarios para conseguir el objetivo que se ha marcado. En un colegio pregunté qué quería ser cada uno (eran todos chicos de 16 años). Unos me contestaron que querían ser millonarios, otros cantantes, alguno me dijo que quería ser banquero… La siguiente pregunta fue que qué estaban dispuestos a hacer para conseguir lo que querían. Unos decían que les tocara la lotería, otros que apuntarse a Operación Triunfo… Nadie quería estudiar y prepararse para forjar su propio futuro. Son carne de cañón. Son los chavales; que si no cambian; el día de mañana fracasarán si no tienen mucha suerte.

El mismo resultado alcanza quien no hace nada y quien arremete sin estudiar la realidad para lanzarse a conseguir lo que quiere. El fracaso. Si quieres tener éxito calcula qué vas a necesitar a lo largo del camino. Calcula si tienes lo suficiente para construir la torre o si puedes salir a combatir con 10.000 hombres al que te ataca con 20.000.

EL PRUDENTE VE EL PELIGRO Y LO EVITA; EL IMPRUDENTE SIGUE ADELANTE Y SUFRE EL DAÑO. PROVERBIOS 27:12

LOS IMPRUDENTES SON HEREDEROS DE LA NECEDAD; LOS PRUDENTES SE RODEAN DE CONOCIMIENTO. PROVERBIOS 14:18

EL QUE ES IMPULSIVO PROVOCA PELEAS; EL QUE ES PACIENTE LAS APACIGUA. PROVERBIOS 14:18


 † Lectura del santo Evangelio según San Mateo 7, 21.24-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
No todo el que me dice «¡Señor, Señor!» entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó una casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa; y se hundió totalmente.
Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 14,25-33:
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»