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sábado, 2 de marzo de 2013

La grandeza de ciertas "rutinas"

El anillo de oro
Fernando Pascual, L.C.




        Una niña de nueve años expresa con el canto su felicidad, su gozo de poder salir a pasear con su padre. Le impresiona especialmente algo que toca entre los dedos de papá. Algo que nunca se quita, que lleva en la ciudad y en el campo, cuando va al trabajo y cuando recoge los juguetes de los niños. ¿De qué se trata? De un anillo de oro.
        Ese anillo, para la niña cantante, es fuente de seguridad y de paz. Lo toca, lo acaricia, lo busca cuando vuelve a tomar la mano de papá. Sabe que ese anillo indica algo especial, algo que vale más que los juguetes, que la casa, que las vacaciones. Es un don del amor, que brilla como una estrella, que da un color distinto al mundo y a la vida.
        Los niños descubren valores profundos en objetos que, quizá, han perdido para los mayores parte de su sentido original. Para un niño el anillo puede llegar a ser señal de cariño, prenda de un amor sincero. Para el padre o para la madre, quizá el anillo se ha convertido en una rutina, en algo que está allí, casi como un hábito que ya no suscita lo que al inicio recordaba: que uno estaba enamorado, que uno había dado toda su alma, toda su vida, al otro, a la otra.
        Esta canción, presentada en un concurso italiano el año 2004, puede servirnos para mirar hacia dentro, para ver nuestro corazón. ¿Qué es lo que ama? ¿Por qué trabaja? ¿A dónde va? ¿Cuáles son sus sueños y sus conquistas?
        A todos nos gustaría sentirnos frescos, como los enamorados. Valorar cada detalle a la luz de una entrega que fue prometida como eterna, y que puede marchitarse poco a poco. Limpiar cada mañana el anillo para que su presencia en la mano espolee y reavive una donación que está llamada a crecer cada día, a madurar, a ser completa, sin límites.
La canción concluía con estas palabras:
“Es más que cualquier riqueza,
es más que cualquier tesoro...
Es un don del amor, ese anillo de oro”.

        “Es un don del amor”. Hace falta recordarlo. Para que ese amor que une a los esposos y a los padres con los hijos sea siempre fresco y limpio, entusiasta y generoso. Sea, como el anillo, algo que nunca se deja, porque todos quieren vivir en el amor, vivir en la plenitud de una familia unida y feliz.

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