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La vida de un sacerdote en Madrid es algo compleja, hacemos lo que podemos y que Dios ponga el resto. Si quieres contribuir pide a Dios que nos envíe más sacerdotes.

Un fuerte abrazo

sábado, 30 de julio de 2011

El tesoro de la comunidad, bien, pero ¿qué comunidad?:

Mi hermano Salvador es el más acérrimo defensor de la vida en comunidad. Él no cree en la santidad de alguien que no tenga comunidad y defiende a capa y espada que es el mejor modo de hacer apostolado, de evangelizar. Parece que le hubieran lavado el cerebro, pero...

A lo largo de la historia de la Iglesia, siempre se ha considerado a los religiosos como el camino más perfecto para llegar a la santidad, incluso entre un sacerdote diocesano y otro religioso, usualmente se consideraba que este último vivía más perfectamente.

Tras el Concilio Vaticano II y su regreso a las fuentes nos dimos cuenta de que todos tenemos la obligación de buscar la santidad, cada uno según su estado. Parecía que ya no había que consagrarse a Dios. ¿Qué sentido tiene la consagración religiosa? ¿Por qué Dios sigue llamando a la vida religiosa? ¿Qué aporta un religioso al mundo? Si cualquiera puede dedicarse a la enseñanza, montar una ONG o dedicar su vida a Dios sin votos, ni botas, ni botines...

Pero de pronto, uno se topa con algunos religiosos admirables como son los Discípulos de los Corazones de Jesús y de María, los Misioneros del Evangelio de la Misericordia de Dios y algunos movimientos que están surgiendo como Schola... Desde luego, algunos jesuitas insignes de la vieja guardia... En fin, uno se topa con algunos religiosos  ante quienes deberíamos quitarnos el sombrero.

Entonces surge la pregunta que uno lleva semi-oculta en el corazón... ¿No querrá Dios más de mí? (Bueno, más que "más", "de otro modo") Siempre me ha llamado poderosamente la atención y he tenido como un anhelo por la consagración. Pero el otro día un religioso me decía que la diferencia entre un sacerdote y un religioso es la obediencia, como si los sacerdotes diocesanos pudiéramos hacer habitualmente lo que nos apeteciera. Parece que el religioso obedeciera más... ¡Menuda estupidez! No dudo de que habrá curas que hagan lo que quieran, los he conocido, del mismo modo que también conozco religiosos que hacen lo que les viene en gana... Pero no hablamos de eso. Hablamos de curas y religiosos que buscan la Voluntad de Dios. No caigamos en la tontería de poner en un caso al más santo y en el otro platillo de la balanza al más desgraciadito de la procesión.

Si tengo que abandonar las Congregaciones es por pura obediencia, si no puedo este año ayudar en el COF Virgen de Olaz es por obediencia, si me voy a las Rozas, por muy estupenda que es la parroquia y me vaya super contento, es por obediencia (aunque a veces a uno le guste lo que le mandan), si no puedo atender un colegio este curso es por obediencia. Si este año no tengo más que diez días de vacaciones es por obediencia. Mirad, en esta vida obedece todo el mundo. Los hijos a los padres, los maridos a sus mujeres, los empleados a sus jefes... Lo que verdaderamente distingue la vida religiosa y la del cura diocesano no es la obediencia (¡Todos nos pasamos la vida obedeciendo!) sino la vida en comunidad.

La gran diferencia entre mi estado y el de mis amigos los Servidores de la Misericordia es que muchas veces me veo trabajando y evangelizando solo, intentando tirar de un carro con un solo buey. Ellos viven en comunidad: rezan como yo, bueno... un poco más...; trabajan en puestos de la diócesis donde están, como yo; comen como yo... Bueno, un poco menos...; lo hacen todo como yo, pero juntos, en comunidad.

El problema es que muchos religiosos todavía no se han dado cuenta de que el mayor tesoro que tienen es la comunidad. Ponen todo su empeño en santificarse personalmente, pero si vivieran la comunidad todos nos convertiríamos. Eso es en lo que insistía Jesús cuando señaló que la gente se convertirían al observar: "¡Mirad cómo se aman!" No hay testimonio más bonito que el de un grupo de cristianos que se quieren, no sólo con caridad, sino con cariño, con amistad. No se trata sólo de tratar a cada uno con delicadeza, sino de quererles como Jesús te quiere a ti. No sólo con una relación de ágape, sino que se echen de menos y cuando se encuentren ¡se alegren de verse!. Personas con corazón de carne.

Esto me lo enseñaron los Misioneros del Evangelio de la Misericordia de Dios. De hecho, me hicieron una cartulina que guardo como oro en paño con las palabras de San Francisco "El Señor me dió hermanos..." Éste es el gran tesoro de la vida religiosa y que tantas veces parece que nos falta a los sacerdotes diocesanos.



Este tesoro tan grande; el más grande después de la Eucaristía y de la Virgen María; no es exclusivo de los religiosos, pero realmente son quienes lo tienen más fácil para vivirlo si están dispuestos a santificarse no individualmente, sino en el amor fraterno. Por desgracia, es difícil vivirlo en el presbiterio diocesano.

Hoy por hoy, los seminario tratan de inculcarlo, pero no conocemos instrumentos realmente eficaces que en la vida del sacerdote logren el fruto deseado. Y yo creo que cuando me planteo la posibilidad de una consagración, lo que realmente busco es hermanos para caminar juntos hacia su Reino. Porque a mí solo me resulta muy difícil, soy incapaz.

Una cosa muy importante que ya sabía, pero que hace falta experimentarla es que los hermanos no son perfectos, que no existe la comunidad perfecta. Es necesario saber dejar pasar muchas tonterías, muchos pecados, sin enfadarse, sin caer en el catarismo de buscar una comunidad perfecta. Pedro negó a Cristo, Pablo se enfadó tanto con Bernabé que decidieron irse cada uno por su cuenta, Pedro cayó en aparentar cumplir la ley mosaica y ahora son San Pedro, San Pablo y San Bernabé.

Muchas veces encontramos un grupo que nos llena de ilusión, pero pasado el tiempo nos decepciona porque cometen errores, no son suficientemente fieles a la Iglesia, a lo mejor, son un poco elitistas, quizás no saben respetar del todo la libertad, posiblemente sea un grupo demasiado cerrado, no acaban de ir todos a la reunión, no terminan de vivir conforme a lo que dicen, son algo progres o carcas, resulta que uno me hizo una faena y el cura no me defendió... Ya, pero son mis hermanos. SON MIS HERMANOS, SON MIS HERMANOS con quienes me quiere caminando mi Señor.

¿Dónde puedes vivir mejor esa fraternidad, en mi caso sacerdotal?

Pues allí te querrá Dios. Lo que pasa es que parece que Dios no acaba de aclararse con quién me quiere. O soy yo quien no acaba de escucharle y, poco a poco, te vas distanciando de esos sueños de comunidad cuando compruebas que cada vez tienes menos que ver con ellos. Como si de un modo muy sutil te dieras cuenta de que lo único importante en tu sacerdocio no es dar testimonio, ni tener éxito, ni cuidar de unos u otros, ni siquiera vivir la pobreza de un modo extraordinario, sino sencillamente servir donde Dios, a través de la Iglesia, te ponga. No se trata de vivir un carisma u otro, de decidir si tu espiritualidad es ignaciana u otra. En mi caso, todo se reduce a servir a las personas que Dios me confía. Lo que la tradición teológica llama la caridad pastoral y ni aún esto lo vivo bien... ¡Imagínate!

¿Qué me aportaría la consagración religiosa? Entrar en una comunidad más reglada, más seria, mejor... Más orden, una mayor eficacia apostólica, unos medios ascéticos y místicos superiores a los que ahora tengo a mano. Siempre que he vivido en comunidad me ha resultado más fácil la lucha... Pero, ¿dónde?, ¿cual es la comunidad más indicada para mí? No pego en ninguna. Al final siempre hay un punto con el que no me identifico.

Al final, te vas dando cuenta de que no se trata de un grupo u otro, sino de que Dios te ha ido poniendo en tu lugar y allí estás bien, mientras puedas cumplir su Voluntad. Todo lo demás, Dios te lo va dando para alimentarte de un modo u otro, pero Dios ya me ha dado una comunidad. Quizás coja, mastuerza, muy disoluta y con mil carencias, pero me ha puesto en un presbiterio con un obispo que por mucho que se empeñe, está al frente de un colegio presbiteral pelín "curioso" como mínimo...

Aquí me quiere Dios. Mañana, ya veremos, pero hoy soy sacerdote diocesano. Más cutre, con menos formación que otros, más solo, a veces, que la una (nunca estoy solo si estoy con Dios, pero a veces parece que no le encuentro...), más tonto, con menos medios y siempre peor estimado que otros... Pero soy cura. Sin más. ¿De qué eres? Pues mire, no soy de nada o soy de todos... Tengo un poco de misionero de la misericordia, un ramalazo del Opus Dei, me encantan los cursillos de cristiandad y tengo muchos amigos del camino neocatecumenal, además mi corazón es ignaciano y mis entrañas franciscanas... No se trata de no ser de nadie para ser de todos, eso es una estupidez. Se trata de dejarte llevar por Dios para que todos saquen provecho. Eso es lo bueno de ser un poco cerdo. Todo se aprovecha. Los curas somos un poco cerdos. Je, je... (Sólo hace falta ver cómo comemos cuando nos juntamos).

El Papa, cuando le preguntaron por el celibato sacerdotal, habló de la necesidad de una cierta vida común, cuando vivamos de verdad la fraternidad sacerdotal será todo más fácil, tenía razón. Cuando vives con el corazón lleno no buscas compensaciones. ¿Buscas a los demás o vives aislado de todos sin compartir la vida? Entonces ya sabes que tienes un problema. Los curas nos necesitamos entre nosotros, lo que pasa es que no hemos encontrado el sistema ideal.

Todos deberíamos tener una cierta convivencia, no sólo es más evangélico (Jesús los llamó a cada uno, pero para constituir un grupo), sino que la convivencia te obliga a salir de ti y de tus manías, darte a los demás y dejarte limar por los otros.

¿Dónde?, ¿Con quienes? En principio, yo salgo de una parroquia donde he convivido en cierto modo con don Amadeo, con don Javier y con don Juan y voy a otra parroquia en la que trabajan juntos tres sacerdotes: don Manuel, don Francisco y don José Ignacio.

Realmente, un sacerdote diocesano puede decir que su comunidad es su parroquia, los curas con los que trabaja... pero nunca serán una comunidad tan lograda como una comunidad de religiosos. Esa es la cojera permanente de un sacerdote, la falta de comunidad. ¿Cómo lo solucionamos? Como podemos, como lo hacemos todo, tirando p'alante, que es gerundio y que Dios ponga el resto.


Es curioso, mientras releía el artículo antes de publicarlo, me venían a la cabeza mis amigos sacerdotes de Madrid: don Antonio Barcala, a quien le limpé una vez el culete en la residencia San Pedro y le ayudaba a celebrar la Misa hasta que murió; Miguel Lozano con quien comí ayer; Mario Palacios con quien me voy a un japonés, de vez en cuando; Jesús Higueras, que salvó mi vocación; don Fidel Herráez, quien siempre estuvo cerca cuando yo estaba lejos; Jesús Miranda, el párroco buenazo de mi parroquia de origen; Nacho Andreu, con el que me voy de cañas alguna noche aciaga; mis compañeros de curso; y otros tantos... Y te das cuenta de que aunque no haya una vida en comunidad al estilo religioso. Los curas solemos ser muy amigos unos de otros y si cuidamos a amistad, al final nunca estamos solos. Es una ilusión que trata de imponernos Satanás... pero cuando tengo un problema siempre he tenido a mis mejores amigos cerca... ¡Y son otros curas! Gracias, Dios mío, por darme la fraternidad sacerdotal mejor del mundo: mis amigos.


Sinceramente, hay que reconocer que aunque teológica y sacramentalmente somos una verdadera comunidad, es cierto que no conseguimos vivirlo de un modo plenamente satisfactorio. ¡Ése es nuestro auténtico talón de Aquiles!

Los religiosos son un testimonio de a lo que hay que tender, de que es posible el Reino de Dios, pero no todos tenemos esa llamada de Dios. Aunque yo creo que todos estamos llamados al amor concreto, al amor en acto. ¿A quién estás dispuesto a amar? ¿Por quién estás dispuesto a sufrir?

Aunque a veces tu mayor tesoro sea tu cruz, vale la pena luchar por sacar las cosas adelante. ¿No os parece? ¿No os parece que lo más bonito es luchar por tu comunidad: tu matrimonio, tu familia, tu noviazgo, tu parroquia o tu institución-movimiento, tus amigos, tus compañeros de trabajo? Si lográramos amar a cada persona que Dios nos ha puesto cerca, parece que eso sería lo mejor que podríamos hacer con nuestras vidas... Crear comunidades de hermanos para mostrar a Dios al mundo, que es posible vivir amando.

Un fuerte abrazo

P.D.- He intentado corregir el estilo, pero como siempre entro agotado al blog, más que corregir nada lo estropeo más, así que lo dejo definitivamente. Dos conclusiones:

1.- La vida religiosa es una maravilla, es el canon que nos muestra a donde tenemos que dirigir la mirada. es posible el Reino de Dios en esta vida y en la otra. No pertenece a la esencia de la Iglesia, pero sin ella nos faltaría el corazón.

2.- Algunos curas somos tan desastres que no estamos llamados a una vida tan gloriosa y nos tenemos que conformar con pretender convertir un presbiterio diocesano en nuestra comunidad, en mi fraternidad. Lo consiga o no, son siempre mis hermanos, aunque estemos peleados. Lo mío no es un carisma concreto, sino hacer lo que mi Señor me pida. Unos serán soldados de vanguardia, otros serán zapadores, alguna línea de tanques pánzer tendrá que haber, otros servirán de muro de contención. Yo creo que alguno tendrá que llevar el cubo de la basura...

3.- Tanto los que puedan vivir la vida consagrada, como el resto de los mortales iremos al cielo si conseguimos amar en cada acto que realicemos. Si vivimos con Cristo y servimos a Cristo. Cristo es el importante, pero si tiene a bien invitarte a la vida religiosa... ¡No lo dudes! Te invita a un puesto de honor. Como dice San Ignacio: mientras tenga a bien recibirte en tal vida y estado. Es Jesús quien elige y tú puedes decir sí o no.

En todo caso, no te quedes solo, Dios te ha creado como miembro de una familia, la familia de sus hijos... La Iglesia. Aquí se admiten a los paracaidistas, las tropas de asalto, veteranos tullidos y agotados, incluso francotiradores; siempre y cuando no pierdan la comunicación con el mando central.

A la postre, como siempre hacemos todos lo que podemos. ¡Que Dios nos asista! (y nos pille confesados)...

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