A medida que voy rezando, preparando catequesis y encuentros, poco a poco, me voy dando cuenta de la gozada que es ser cristiano y, además, católico.
Entre otras cosas, si fuésemos musulmanes no podríamos tener ningún acceso a Dios. Lo dejó todo por escrito en el Corán y se acabó la historia, a partir de entonces lo único que podemos hacer es obedecerle y suplicarle, pero nunca va a revelarte nada que haya en su corazón. Si es que fuera cierto, claro.
Si fuésemos budistas, toda la espiritualidad se centra en dejar de tener deseos, en llegar a la ataraxia. Muchas veces no creen que haya Dios es más bien una fuerza impersonal a la que te unirás cuando consigas purificarte. No hay relación con Dios y tampoco es Amor, es el todo. Es como una necesidad ontológica de volver e la Unidad, al Uno. Como si Dios en vez de amarte a ti tal y como eres, deseara fagocitarte.
Si fuésemos judíos, nos habríamos quedado a medio gas. ¡Hace más de 2200 años que Dios se calló! Ya no dice nada. Desde dos siglos antes de Cristo, el Dios de Israel no ha abierto los labios. Ya no hay profetas, ni sacrificios, ya no hay templo, no queda nada... Sólo silencio. ¿No será que cuendo habló en Cristo no quisieron escucharle? Sus oraciones no son íntimas, son fórmulas que todo israelita debe proferir, pero falta la oración del corazón. Ya no tienen su Presencia en el Templo porque ya no hay Templo. Dios es el Totalmente Otro, les Amó, pero ya no saben dónde está.
Sólo en Cristo se cumplen todas las profecías y promesas de Israel. Dios nos Ama en Cristo. Todo el Amor que Dios manifestaba a Iarael a lo largo de toda la Historia de la Salvación ha llegado a su Plenitud y se nos ha manifestado completamente en Cristo y como Cristo ha Resucitado, Vive y nosotros podemos entrar en contacto con Él, a través de la Iglesia y de los Sacramentos y de la entrega del depósito de la fe que ha llegado a nuestros días gracias a la sucesión apostólica, a través de las generaciones en las manos de los obispos. Y gracias a la oración que Dios escucha siempre porque permanece con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
¡Gracias mi Dios! ¡Qué grande eres! ¡Cómo me quieres! ¡Cuánto me has esperado! ¡Aquí estoy, Señor!
No me digáis que no es espectacular meditar en estas cosas en este gran Año de la Fe al que nos ha convocado el Santo Padre...
Un abrazo muy fuerte
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