La virtud de la prudencia:
Prudencia
es un hábito del entendimiento práctico que dirige nuestro juicio (es un acto
voluntario) para discernir e imperar en cada uno de nuestros actos lo que es
bueno y que debe hacerse porque nos conduce a nuestro último fin.
La
prudencia, pues, aplica la ley general (moral) a cada uno de los actos
concretos. Llega incluso a descubrir lo que Dios quiere de cada uno en cada
momento de su vida. Es un conocimiento práctico y una decisión imperativa. Es
el precepto del momento bien entendido: la relación de la ley con el "aquí
y ahora”.
Prudente
no es, -como frecuentemente se cree-, el que sabe arreglárselas en la vida y
sacar de ella el mayor provecho; sino quien acierta a edificar la vida toda
según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
De
este modo la prudencia viene a ser la clave para la realización de la tarea
fundamental que cada uno de nosotros ha recibido de Dios. Esta tarea es la
perfección del hombre mismo. Dios ha dado a cada uno de nosotros su humanidad.
Es necesario que nosotros respondamos a esta tarea programándola como se debe.
Si
pensamos un poco nos daremos cuenta de que la prudencia es de todas las
virtudes cardinales (prudencia, fortaleza, templanza y justicia) la más
importante. Sin esta virtud nunca conseguiríamos enfocar nuestros actos hacia
la salvación.
Se
trata de reconocer que la prudencia no es la supuesta virtud de los cobardes
que presas del miedo a equivocarse deciden no hacer nada hasta que ya es
demasiado tarde. Para ejercer esta virtud es necesaria una gran capacidad de
acción y mucha iniciativa. Realmente, esta virtud consiste en conocer
adecuadamente la realidad que nos rodea, tener muy claro cuál es el objetivo
que pretendemos y elegir los medios adecuados para la consecución de este fin
que buscamos.
Hace
unos años retransmitían un anuncio de neumáticos Pirelli. El anuncio en cuestión
mostraba un neumático rodando por una carretera empapada y una frase decía: “Porque
la potencia sin control no sirve de nada”.
Sócrates
decía que la prudencia sería el auriga (conductor del carro) que dirige el
vigor de las otras tres virtudes cardinales (que serían los caballos).
Mucha
gente no se plantea ningún proyecto en su vida. Simplemente, viven tratando de
responder del mejor modo a cada acontecimiento que surge, apagando fuegos
constantemente, sin establecer una hoja de ruta para llegar a ningún sitio.
Viven, tratan de ser buenos y mueren como han vivido, sin saber dónde van.
Una
persona prudente es la que sabe muy bien dónde quiere llegar y pone todos los
medios necesarios para conseguir el objetivo que se ha marcado. En un colegio
pregunté qué quería ser cada uno (eran todos chicos de 16 años). Unos me
contestaron que querían ser millonarios, otros cantantes, alguno me dijo que
quería ser banquero… La siguiente pregunta fue que qué estaban dispuestos a
hacer para conseguir lo que querían. Unos decían que les tocara la lotería,
otros que apuntarse a Operación Triunfo… Nadie quería estudiar y prepararse
para forjar su propio futuro. Son carne de cañón. Son los chavales; que si no
cambian; el día de mañana fracasarán si no tienen mucha suerte.
El
mismo resultado alcanza quien no hace nada y quien arremete sin estudiar la
realidad para lanzarse a conseguir lo que quiere. El fracaso. Si quieres tener
éxito calcula qué vas a necesitar a lo largo del camino. Calcula si tienes lo
suficiente para construir la torre o si puedes salir a combatir con 10.000
hombres al que te ataca con 20.000.
EL
PRUDENTE VE EL PELIGRO Y LO EVITA; EL IMPRUDENTE SIGUE ADELANTE Y SUFRE EL DAÑO.
PROVERBIOS 27:12
LOS
IMPRUDENTES SON HEREDEROS DE LA NECEDAD; LOS PRUDENTES SE RODEAN DE
CONOCIMIENTO. PROVERBIOS 14:18
EL
QUE ES IMPULSIVO PROVOCA PELEAS; EL QUE ES PACIENTE LAS APACIGUA. PROVERBIOS
14:18
†
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 7, 21.24-29
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
No
todo el que me dice «¡Señor, Señor!» entrará en el Reino de los cielos, sino el
que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
El
que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre
prudente que edificó una casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos,
soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió porque
estaba cimentada sobre roca.
El
que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel
hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los
ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa; y se hundió totalmente.
Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su
enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los letrados.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 14,25-33:
En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no
pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y
a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no
lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros,
sí quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a
ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede
acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: "Este hombre
empezó a construir y no ha sido capaz de acabar." ¿O qué rey, si va a dar
la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres
podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro
está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo
vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
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