Este día es tremendo para un cristiano. Hoy el cadáver de Cristo, unido a su divinidad y, por ello, preservado de la corrupción, está dentro de la tierra, en un sepulcro, al lado del calvario.
Hoy parece que la soberbia, la envidia, la pereza, la lujuria, la ira, la avaricia y la gula son las reinas del mundo. Parece que el pecado tiene las llaves del mundo. Ha triunfado sobre el profeta.
Cristo nos ha amado mucho, nos ha entregado su vida, pero eso no nos sirve de nada. ¿Para qué me sirve un Cristo muerto? Es mejor alzarse con violencia y rechazar por la fuerza a los que te hacen daño, a los malos, a los agentes de la iniquidad. Se ha terminado el tiempo de la caridad. Jesús ha muerto. Todo está perdido. Es mejor irse a Emaús. Nosotros creíamos que era el libertador, el salvador del mundo... Y ya ves, hace tres días que lo hemos enterrado. Los malos son los que triunfan en esta vida. Los pobres, los desheredados, los débiles y los sencillos tenemos muy claro nuestro lugar en la tierra: a ras del suelo. No existe la salvación. Tras la muerte vienen las sombras...
¿O no? Si te acercas este día donde está María te encuentras bajo los párpados hinchados por el llanto, una mirada luminosa de esperanza. No puede ser que Dios haya fracasado. Si me ha pedido a mi hijo, al hijo de la promesa no puede terminar todo así. ¿No os acordáis que dijo que resucitaría? Esperad aquí, permaneced en vela. Yo no sé qué tendrá preparado, pero intuyo que algo muy grande está por ocurrir. No os vayáis de Jerusalén. No huyáis. Esperad conmigo. Poco a poco van llegando los Apóstoles, el primero es Pedro que se abraza a María y le pide perdón de rodillas y se deja acariciar por la Madre. "Apártate de mí, Madre. Ni siquiera deberías admitirme en tu presencia, pero no me dejes solo. No me rechaces que sólo me quedas tú".
Todos oran en torno a María, es la que los ha vuelto a reunir con su ternura y su esperanza. Todos oran, todos esperan, todos menos Tomás que ya se ha ido. Está harto de ir tras quimeras que se evaporan en la noche... Mañana volverá para despedirse de todos, ha dejado dicho.
La primera foto es del Santo Sepulcro de Jerusalén. Esta de aquí abajo es del lugar donde Santa Elena encontró la Vera Cruz. Esa imagen sobre un pedestal es Santa Elena, madre de Constantino, titular de mi parroquia.
Me voy a la parroquia y encerrado, a oscuras, acompañaré al cadáver de Jesús hasta que empiecen a llegar los que me van a ayudar a preparar la Vigilia Pascual en Santa Bárbara.
Un abrazo, nos vemos al amanecer...
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