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sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Qué es lo que habría que cambiar en la Iglesia para que ésta tenga futuro?

Diagnóstico y terapia
Fernando Pascual
Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la Resurrección
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI

        Mes de septiembre de 2011: un Papa alemán viaja a Alemania. Es, además, teólogo. Quizá por eso Benedicto XVI se atrevió a esbozar un diagnóstico serio sobre una sociedad caracterizada por conquistas importantes y por carencias profundas.

        En el discurso al Comité de los católicos alemanes (24 de septiembre de 2011), el Papa Ratzinger usó una imagen sugestiva. ¿Qué ocurriría si un grupo de expertos llegase a Alemania y conviviese durante una semana con una familia para analizar la situación “in situ”?

        “Expertos llegados de un país lejano vendrían a vivir con una familia alemana media por una semana. Aquí admirarían muchas cosas, por ejemplo el bienestar, el orden y la eficacia. Pero, con una mirada sin prejuicios, constatarían también mucha pobreza, pobreza en las relaciones humanas y en el ámbito religioso”.

        Benedicto XVI pasó en seguida a un punto que ha denunciado en otros momentos, también antes de ser elegido Papa: el relativismo que domina en muchos corazones. Sus palabras, en el discurso que estamos glosando, fueron claras:

        “Vivimos en un tiempo caracterizado en gran parte por un relativismo subliminal que penetra todos los ambientes de la vida. A veces, este relativismo llega a ser batallador, arremetiendo contra quienes dicen saber dónde se encuentra la verdad o el sentido de la vida.

        Y notamos cómo este relativismo ejerce cada vez más un influjo sobre las relaciones humanas y sobre la sociedad. Esto se manifiesta en la inconstancia y discontinuidad de tantas personas y en un excesivo individualismo. Hay quien parece incapaz de renunciar a nada en absoluto o a sacrificarse por los demás. También está disminuyendo el compromiso altruista por el bien común, en el campo social y cultural, o en favor de los necesitados. Otros ya no son idóneos para unirse de manera incondicional a un partner. Ya casi no se encuentra la valentía de prometer fidelidad para toda la vida; el valor de optar y decir: 'yo ahora te pertenezco totalmente', o de buscar con sinceridad la solución de los problemas comprometiéndose con decisión por la fidelidad y la veracidad”.

        Inconstancia, discontinuidad, individualismo, disminución de la entrega al bien común, incapacidad de llegar a compromisos: ¿puede haber así una sociedad sana? ¿De qué sirve lo positivo, que no puede negarse, cuando faltan elementos esenciales para vivir de modo auténticamente humano?

        Benedicto XVI no quería sólo poner el dedo en la llaga. Desde la imagen que inspiró el discurso, esbozó una primera idea propositiva. Se trataría de “considerar a la persona humana en su totalidad, de la que forma parte –no sólo implícita, sino precisamente explícitamente– su relación con el Creador”.

        En cierto modo, ese fue el lema constante del viaje en casi todos los discursos y homilías: con Dios hay futuro. O, en otras palabras, el hombre sólo puede ser comprendido en su relación con el Padre de quien venimos y hacia el que se dirigen nuestras vidas.

        Muchos, sin embargo, no llegan a encontrarse con Dios, ni ven en las Iglesias institucionales un camino de acceso a la transcendencia que tanto necesitan. Hay estructuras, nadie puede negarlo; pero sin fe, ¿para qué sirven? Es aquí donde Benedicto XVI ofreció afirmaciones sorprendentes:

        “Permitidme afrontar aquí un punto de la situación específica alemana. La Iglesia está organizada de manera óptima. Pero, detrás de las estructuras, ¿se encuentra la fuerza espiritual correspondiente, la fuerza de la fe en el Dios vivo? Debemos decir sinceramente que hay un desfase entre las estructuras y el Espíritu. Y añado: la verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”.

        Entonces, ¿qué hacer? Hay que ayudar a las personas a conseguir una “experiencia de la bondad de Dios”. El Papa explicaba así esta idea:

        “[Las personas] necesitan lugares donde poder hablar de su nostalgia interior. Estamos llamados a buscar nuevos caminos de evangelización, caminos que podrían ser pequeñas comunidades donde se vive la amistad que se profundiza regularmente en la adoración comunitaria de Dios. Aquí hay personas que hablan de sus pequeñas experiencias de fe en su puesto de trabajo y en el ámbito familiar o de los conocidos, testimoniando de este modo un nuevo acercamiento de la Iglesia a la sociedad. A ellos les resulta claro que todos tienen necesidad de este alimento de amor, de la amistad concreta con los otros y con Dios”.

        Todo ello implica, desde luego, no olvidar que “sigue siendo importante la relación con la sabia vital de la Eucaristía, porque sin Cristo no podemos hacer nada (cf. Jn 15,5)”.

        Para algunos, un programa como éste parecería insuficiente, pues esas personas opinan que lo más importante es cambiar las estructuras, modificar la misma Iglesia, adaptarla al tiempo presente, sobre todo ante el fenómeno (numeroso y dramático) de quienes dejan de vivir su fe.

        Benedicto XVI no dejó de lado esta objeción. En Friburgo, el 25 de septiembre de 2011, se dirigió a los católicos comprometidos en la Iglesia y en la sociedad con estas palabras:

        “Surge, pues, la pregunta: ¿Acaso no debe cambiar la Iglesia? ¿No debe, tal vez, adaptarse al tiempo presente en sus oficios y estructuras, para llegar a las personas de hoy que se encuentran en búsqueda o en duda? A la beata Madre Teresa le preguntaron una vez cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: Usted y yo”.

        En ese mismo discurso, hacía ver que la Iglesia está llamada a ser fiel a la misión recibida y a limpiarse de salpicaduras del mundo que puedan empañar su fidelidad a Cristo. Se trata, en definitiva, de que la Iglesia se desligue del mundo para adherirse más íntimamente a Dios y poder así acercarlo a los hombres de nuestro tiempo. “Su sentido consiste en ser instrumento de la redención, en dejarse impregnar por la Palabra de Dios y en introducir al mundo en la unión de amor con Dios”.

        Un diagnóstico y una terapia. Hubo, ciertamente, muchos otros mensajes en el viaje del Papa alemán a su patria. Leerlos poco a poco, a pesar de la usura del tiempo, nos hará comprender mejor lo que Benedicto XVI quiso decir a la gente de su tierra y a tantos hombres y mujeres del planeta que viven situaciones parecidas: con mucho orden y estructuras, pero vacíos de Dios y de esperanza.

        Para ellos, en Alemania y en tantos lugares del planeta, hay quien que les ha recordado una idea muy sencilla: con Dios hay futuro...
 

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